Casa rural Casa Fuerte San Gregorio

Lo mismo fue un sueño. (Y de lo dicho nada).

Antonio Arranz

Un poco a mi pesar escribo esta reseña dado que no me halaga, sino todo lo contrario, que un sitio adorable termine demandado de manera que ese sueño me quede en entredicho y no pueda volver cuando yo elija. Pero aun así me atrevo después de cuatro estancias -una por estación-, guardarme mi recelo y compartir con quien lo lea, a ser posible seres de paz y amantes de silencio y emociones, esta experiencia que a fuerza de belleza te transforma. El lugar es sosegado y entrañable, inmerecido tal vez para cualquier humano que no linde con el santoral. Me niego a especificaciones domésticas, prácticas (aunque las tienen, y muy buenas) o puramente vacacionales. Lo que acapare y saque cada uno es cosa de cada cual y yo me reconforto al no decirlas. Da la sensación de que el dueño de esta heredad campa a sus anchas manteniendo la misma como creo que corresponde, es decir: creíble y como fue en su tiempo. Y es más que suficiente. Su entorno, sus paseos, son de los que Alguno habló en Campos de Castilla. Claro que está dificultoso hacerlos de rodillas, pero han de merecerlo. Luego está el Valle (al otro lado de la carretera), más húmedo, en donde el tintineo de vacas y caballos le hacen a uno reconciliarse con dios y con sus sombras. En fin, la algarabía del silencio. De servicios, que los hay, no me da la gana hablar. De su proximidad a la capital -toda una alternativa, tampoco-. Lo dicho, que cada cual se las apañe, pero que no me allanéis el alojamiento sin ton ni son. Que acaben ocupando lo soñado seres que correspondan a un sentir en nada acelerado. Esto es acojonante. Por último, el guardes y encargado de la heredad es Pablo, un joven gallego de casta y armonía. Un sabio del estar, que más de uno -como yo- quisiera tenerle como amigo.