Este municipio menorquín es algo peculiar: y es que fue fundado por los franceses en su breve dominación de Menorca, en el siglo XVIII.
Está formado por callejuelas de edificios blancos (pintados con cal) de dos pisos. Entre ellos destacan la iglesia parroquial de Sant Lluís y el Ayuntamiento, así como algunas casas señoriales de estilo francés y los molinos de viento. El más representativo es el Molino de Dalt, blanco y azul, que hoy se ha convertido en un museo etnológico.
El litoral del término lo conforman urbanizaciones costeras junto a algunas de las playas más bellas y famosas de Menorca, donde se puede visitar la torre de defensa costera de Punta Prima.
Los aficionados a la arqueología pueden entretenerse a visitar, además, un poblado talayótico del siglo II, y varias cuevas excavadas como necrópolis junto al mar en los siglos VI y V a.N.E.