Cuenta la mitología que Ladón, el dragón milenario muerto por Atlas y que vigilaba el Jardín de las Hespérides, sigue vivo en sus hijos: los árboles llamados dragos. Según la leyenda, la sangre que manaba de las heridas mortales del dragón cayó sobre las Islas Canarias (tierras en las que se ubicaba al Jardín de las Hespérides), y de cada gota creció un drago. Estos árboles, llamados “árbol dragón”, tienen un grueso tronco del cual surge, de pronto, un racimo de ramas retorcidas que parecen las cien cabezas de Ladón. El drago era un elemento totémico y sagrado para los guaches, antiguos aborígenes de Tenerife, y a su alrededor se reunía el consejo de ancianos para administrar justicia en nombre del dios Acorán, conmemorando también el pueblo en torno a él, las festividades religiosas.
Esta peculiar especie fue trasladada a Europa después de la conquista de las Islas Canarias, siendo su comercialización tan importante que llegó a pagar diezmos. Algunos navegantes catalanes y portugueses solían inscribir sus nombres en los dragos (también lo hacían en los baobabs africanos), como señal de posesión y ocupación de las islas que descubrían.
El drago de San Francisco, situado en un altozano donde confluyen las calles del Medio y Cruz Verde es, después del de Icod de los Vinos, el más bello de las Islas. De él han dicho viajeros y escritores de otras épocas que “su aspecto es extraño, se diría el de un enorme candelabro soportando un bosque de yucas. Es ciertamente, uno de los vegetales más raros de la creación y muchos han creído ver bajo su envoltura, la imagen del dragón de la fábula, guardián de las manzanas de oro del Jardín de las Hespérides".
Su nombre científico es Dracaena draco y pertenece a la familia de las Agaváceas. La floración de estos gigantes de la naturaleza se produce cada quince años y constituye todo un espectáculo digno de presenciar.