De entre todos los edificios de carácter eclesiástico, la antigua Colegiata es sin duda el de mayor importancia y significación. Erigida en conmemoración de la victoria alcanzada en la batalla de los Alporchones el 17 de marzo de 1452, festividad de San Patricio, que enfrentó a los habitantes de la ciudad con las huestes musulmanas procedentes de Granada, fue concebida con proporciones catedralicias y erigida como Colegial Insigne por Bula de Clemente VII, sobre la iglesia medieval de San Jorge. Su construcción se prolongó durante aproximadamente 250 años, entre los siglos XVI y XVIII. En 1535, se trabajó en su cabecera bajo la dirección del maestro mayor del obispado, el gran arquitecto renacentista Jerónimo Quijano. A él se debe su planta, muy parecida a la de la Catedral de Murcia, de tres naves, crucero, deambulatorio, coro y sacristía sobre la que se alza la torre de forma poligonal. Al finalizar el siglo XVI se había construido más de un tercio del templo, pero la insuficiencia de rentas ralentizó el proceso constructivo hasta que la mejor coyuntura económica de finales del siglo XVII permitió, con la ejecución de su grandiosa fachada, cerrar las bóvedas de arista de sus naves. La conclusión del monumento, con la construcción de la cubierta del último cuerpo de la torre, se produjo en 1780.De estilo renacentista, salvo las bóvedas de crucería de la girola y el trascoro, que recuerda las obras granadinas de Siloé (los pilares con las pilastras adosadas y capiteles jónicos), ofrece un acento general de desnudez y sólida austeridad.
El monumento está declarado como Bien de Interés Cultural (BIC), y de él puede destacarse su portada principal que, junto a la Catedral de Murcia, constituyen los dos únicos exponentes de imafrontes monumentales en la región con doce capillas laterales, ocho en la girola, coro, transcoro, sacristía y altar mayor. Mirando la fachada, observará que ésta une la acentuación de su eje principal, en cuyo centro se acumulan la mayoría de los elementos arquitectónicos y decorativos, al efecto de masa y alargamiento propios de la arquitectura barroca. En la fachada confluyen elementos nítidamente clásicos, como columnas, hornacinas y pedestales, con otros barrocos como son el desarrollo horizontal de las bases de las columnas enlazadas, la enmarcación de las ventanas laterales del segundo piso siguiendo la línea del basamento o el uso en el tercer cuerpo del friso tumefacto. La decoración se concreta en el uso de follajes y conchas que ayudan a remarcar el sentido ascendente, a la vez que acentúan el contraste entre masa y sensación de claroscuro.