La primera mitad del siglo XIX fue un período crítico para Laredo, económica e institucionalmente. Además, su progresiva conversión en capital de la región (institucionalizada entre 1801 y 1833 con la creación de la Provincia de Santander) eclipsó el protagonismo político sostenido por Laredo, así como sus aspiraciones de convertirse en capital de La Montaña.
Este declive, agudizado por la fuerte inestabilidad sufrida por España hasta los años 1840, desembocó en un Laredo reducido a un pequeño pueblo de pescadores con un escaso comercio de cabotaje. Marasmo no invertido hasta cruzado el ecuador de la centuria, cuando el desarrollo de una fuerte industria conservera (la primera caldera de vapor data de 1862) impulsó la renovación y modernización de la flota pesquera, transformando a la villa pejina en uno de los principales puertos pesqueros del Cantábrico. Para ello hubo de afrontar dos grandes obstáculos:
Por un lado, asegurarse unas apropiadas comunicaciones terrestres que garantizaran la exportación del producto pesquero. Por otro lado, fundamental fue igualmente para el desarrollo de la villa lograr un puerto moderno y adecuado, puesto que la dársena medieval había quedado inutilizada por la saturación de arenas, y las diferentes propuestas planteadas desde el siglo XVIII (reformas o nuevo puerto) no se habían materializado. En 1862, al fin, con la perforación del monte de la Atalaya mediante un túnel, se inició la construcción de un puerto nuevo en la cala de la Soledad.
Las especies capturadas se orientaron hacia la demanda conservera: merluza, sardina, bocarte, bonito y besugo, convirtiéndose la anchoa en el producto estrella a partir de los años 1920.
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