Zoos humanos en España: de Madrid a Banyoles
Escrito por
12.09.2022
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En su última novela, titulada Montevideo, el escritor Enrique Vila-Matas hace referencia a un acontecimiento espeluznante que tuvo lugar en Madrid en el año 1887. Espeluznante desde el punto de vista actual, claro, porque en aquellos años se consideraba una experiencia enriquecedora. Se trata de la Exposición General de Filipinas, que se instaló en el Palacio de Cristal que se encuentra en el parque del Retiro y en la que se podía ver a personas de diferentes etnias procedentes de dicho país viviendo en un poblado típico de su tierra reproducido en el lugar. Todos iban vestidos con atuendos que correspondían al imaginario popular, que veían a los indígenas como salvajes con lanzas.
“Se exhibía, en Madrid, en el Palacio de Cristal, lo que hoy sería un escándalo fenomenal: cabañas de paja importadas directamente de la selva filipina, delante de los cuales podían verse en vivo, ‘ejemplares étnicos’ de aquel país, de la isla de Luzón creo que eran, nativos semidesnudos”, describe el autor barcelonés. La historia podría formar parte de toda la trama de ficción del libro pero fue real aunque ahora cueste creerlo.
El ‘zoológico humano’ del Retiro se enmarca dentro de una época en la que el colonialismo aún se consideraba algo legítimo y la exposición de aquel grupo de personas –alrededor de 40– era una forma de mostrar lo que había en aquellos lugares lejanos conquistados (y como reclamo comercial entre el país y sus colonias). Para darle credibilidad a la instalación, los exhibidos hacían bailes rituales, trabajaban el tabaco y la artesanía propias de su país, y estaban acompañados por animales exóticos como una serpiente de más de cinco metros. Estos clichés reforzaban el relato colonialista y no era un reflejo muy veraz de la realidad filipina, claro.
Filipinas se independizó de España en 1898, un año después de la inauguración de aquella muestra que fue todo un éxito de público. Por supuesto y lamentablemente, no fue la única que hubo en el país. El 22 de julio de 1897 llegó a Barcelona la ‘Tribu Aschanti’, el primer zoo humano que vio la ciudad, que se asentó cerca de la céntrica plaza de Cataluña. Aquel grupo de 150 mujeres, hombres y niños procedentes de Ghana protagonizaban la atracción gestionada por el empresario Ferdinand Gravie. Antes de llegar a la capital catalana, ya habían pasado por Lyon y después se fueron a Madrid –al Retiro– y a Valencia.
El bosquimano de Banyoles
Aunque no sean en absoluto justificables, la distancia en el tiempo ayuda a contextualizar y a explicar por qué aquellos zoos humanos parecían una atracción con legitimidad moral. Pero cuando los años de separación no son tantos, la cosa se complica y, sobre todo, se entiende aún menos. Es lo que sucedió con el bosquimano disecado que hasta 1998 estuvo en el Museo Darder de Banyoles, en Girona.
También conocido como el Negro de Banyoles, se trataba del cuerpo embalsamado de un hombre de la etnia san, que el museo adquirió en 1916. Fueron los hermanos taxidermistas Verreaux quienes lo disecaron en 1830 con la intención de enviarlo a Europa como ejemplar de estudio. El cuerpo estuvo expuesto hasta 1997 –nada menos– cuando se desató la polémica que hizo que en el año 2000 sus restos fuesen repatriados a Botsuana. Hasta entonces había sido uno de los principales reclamos del museo sin que, aparentemente, a nadie le resultase chocante.
Pero el proceso de retirada y vuelta a su país de origen no fue fácil ni rápido. Todo comenzó en 1991, cuando el concejal del PSC (Partido Socialista de Cataluña) en Cambrills, Alphonse Arcelín, de origen haitiano, pidió al alcalde de Banyoles que cesase la exhibición del cuerpo disecado y sus restos se devolviesen a su país de origen. Sin embargo, aunque incluso Kofi Annan, secretario general de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) por aquel entonces, intervino en el asunto, tuvieron que pasar años hasta que se cumplió su petición.
En 1998, la asociación Amics dels Museus presentó 7.300 firmas al Ayuntamiento de Banyoles pidiendo que, aunque el cuerpo no siguiese expuesto, se mantuviese en la localidad para usar en investigaciones o estar a disposición de expertos que lo necesitasen para sus trabajos. El cadáver estuvo en el almacén del museo hasta que finalmente, dos años después, se repatrió finalmente.
El Museo Darder –que se llama así en homenaje al veterinario Francesc Darder, cuya colección de historia natural se expone en el centro– se remodeló en 2007 y del polémico Negro de Banyoles solo quedó un vídeo sin sonido en el que se puede ver, en blanco y negro, el cuerpo disecado dentro de la urna como estuvo hasta 1997. Una referencia casi sutil a lo que sucedió en el centro hasta hace dos décadas, cuando el mundo dirigió su atención a Banyoles y no solo para admirar su lago. Quizá Kofi Annan hubiese disfrutado de un paseo en las barquitas azules.
Carmen López