Un viaje por el Vinalopó, la cuna de la uva de Nochevieja
Escrito por
23.12.2024
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6min. de lectura
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¿Qué sería de la Nochevieja sin comernos las uvas al ritmo de las doce campanadas? Lo hacemos por la superstición de que así entraremos bien el año, con suerte y prosperidad. O simplemente por costumbre, porque nos encanta esta fruta o porque es divertido poner a prueba el buche y picarnos con el de al lado a ver si somos capaces de comerlas todas en el momento adecuado.
Cada año lo intentamos, probando con uvas más pequeñas o quitándoles las pepitas, pero siempre acabamos igual: con las carrilleras llenas. Hoy nos acercamos al origen de esta uva, a la comarca del Vinalopó Mitjà de Alicante.
Una tradición de un siglo y de origen incierto
Pero, ¿por qué nos empecinamos en comer 12 uvas en un espacio tan corto de tiempo, una tradición que, además, solo se hace en España? Hay diferentes teorías. La más popular cuenta que en Vinalopó (comarca alicantina), de donde es originario este fruto tan característico de la Nochevieja, hubo una gran cosecha en 1909. Así que los productores se las ingeniaron para darle salida comercial vendiéndolas como “uvas de la suerte”.
Sin embargo, hay periódicos anteriores a esa fecha que ya hablan de la costumbre de la burguesía de tomar champán y uvas durante la cena de fin de año hacia 1882. Se dice que un grupo de madrileños acudió a la Puerta del Sol, en acto de protesta satírica, a comer uvas al son de las campanadas. Quizás la realidad sea una combinación de ambas historias: esta ocurrencia, unida a las necesidades de los agricultores, hizo que arraigara como una nueva costumbre española a principios del siglo XX.
Las curiosa (y única) uva embolsada del Vinalopó
Aunque la globalización trae uva en Nochevieja desde diferentes puntos del planeta, la más conocida, sostenible (es de proximidad), de temporada y de calidad es la que viene de las comarcas de interior de Alicante. De hecho, está amparada por el sello de Denominación de Origen Protegida (DOP) Uva de Mesa Embolsada del Vinalopó. Las que llegan a Nochevieja suelen ser de variedad Aledo.
La uva del Vinalopó tiene una particularidad única en el mundo: crece y madura dentro de una bolsa de papel. Si pasas por los campos en las postrimerías del verano, es fácil toparse con viñas repletas de pequeños sacos blancos; en muchos lugares, se comercializa dentro de la misma bolsa. Este envoltorio protege el racimo durante al menos 60 días frente a las inclemencias meteorológicas y favorece que los granos desarrollen una piel más fina. Al darles el sol de forma diferente, presentan una mayor uniformidad.
Un viaje rural por el Vinalopó
Según datos de la DOP Uva de Mesa Embolsada del Vinalopó, la cosecha actual está en torno a los 36 millones de kilos en unas 1.500 hectáreas cultivadas. Se concentran en la comarca alicantina del Vinalopó Mitjà, concretamente en los municipios de Agost, Novelda, Monforte del Cid, Aspe, La Romana, El Fondó de les Neus y Hondón de los Frailes.
En un viaje rural por el Vinalopó es fácil encontraros con extensiones de terrenos cultivados con vid. Al contrario que en otros destinos en los que la fruta se destina a la elaboración del vino, aquí buena parte de la producción ocupa las mesas como postres o como complemento en algunos platos.
Si buscáis un plan de senderismo o bici sencillo, para hacer en familia y sin demasiadas complicaciones, podéis recorrer la Vía Verde Agost-Maigmó. Una ruta cicloturista que pasa por una vía de tren que nunca llegó a ser operativa y que tiene 22 kilómetros. Es lineal, tiene un desnivel de 400 metros y pasa por seis túneles y dos viaductos que le dan mucho encanto. Comienza en el paisaje casi desértico de los saladares de Agost y acaba en las laderas de la sierra del Maigmó, donde acaba junto a la autovía Alicante-Alcoy. Además de la uva, no dejes de probar la famosa “coca de Agost” o “coca a la pala”.
Siguiendo en un entorno de naturaleza, hay que hacer una parada en el Paraje Natural Los Algezares de Aspe. Este enclave está ocupado desde la Prehistoria y perduran vestigios de un poblado islámico fortificado, el castillo del río y su necrópolis, así como del yacimiento romano de Quincoces, el ibérico Alto de Jaime y el Tabayá, con huellas de la Edad de Bronce. A los pies de la sierra del Tabayá, de apenas 400 metros de altitud, se abre la extensa llanura con fértiles viñedos de uva de mesa embolsada.
Otra parada obligatoria en la zona son las Salinetes de Novelda, también llamadas “Clots de la Sal”. Hay un sencillo sendero local, circular y de menos de 4 kilómetros, que lleva a diferentes piscinas, algunas de ellas con arcilla y sal cristalizada. Se las conoce como “balnearios gratuitos y al aire libre” por las propiedades mineromedicinales que se atribuyen a sus aguas, así que no es raro encontrarse con alguien haciéndose un auto-tratamiento facial o corporal con arcilla.
El Fondó de les Neus también se le conoce, en castellano, como Hondón de las Nieves. E incluso se le puede encontrar un nombre en inglés: Gorge of the Snow. Y es que la comunidad anglófona es tan extensa en esta pequeña población de 2.700 habitantes que es fácil encontrarse con carteles en bares y otros establecimientos que solo están en la lengua de Shakespeare. Pero quedan restos de la vida tradicional de los paisanos del lugar, como las barracas de pastor elaboradas con la técnica de la piedra seca, muchas de las cuales todavía se pueden contemplar en muy buen estado.
Acabamos esta ruta rural por el Vinalopó, cuna de la uva de Nochevieja, proponiendo una visita a las coves dels Calderons, en La Romana. Saliendo del mismo pueblo, son unos 4 kilómetros en total (ida y vuelta) con menos de 300 metros de desnivel. Está en la sierra de la Cruz y las investigaciones han determinado que estuvo habitada en el Paleolítico medio, superior y Neolítico.
Raquel Andrés
Periodista y aventurera. Colaboradora en Escapada Rural, Diari Nosaltres La Veu, La Vanguardia y otros medios. Habitante y amante de las zonas rurales, sea cual sea el destino. Procuro escaparme una vez por semana con las botas de montaña, el arnés o el neopreno. En mi mochila nunca falta saco ni esterilla. Ah, también soy un intento de baserritarra.
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