Lo primero que hemos de saber sobre los mosquitos es que solo las hembras son las que pican, pues necesitan sangre para que sus óvulos crezcan y maduren.
Lo segundo que debemos saber es que las hembras pican a todo el mundo. No discriminan. No importa que seamos rubios o morenos, altos o bajos, tengamos la piel más o menos curtida. Si acaso, hay algunas pequeñas preferencias o víctimas favoritas, y se ceba más en algunos que en otros.
Lejos de mitos, leyendas o manías particulares, básicamente todo depende del tipo de sustancias químicas que exude nuestra piel.
Sangre del grupo 0
Cuando un mosquito hembra se posa en nuestra piel para chuparnos la sangre, aunque tengamos la tentación de espantarlo o incluso aplastarlo, vale la pena examinar con atención su proceso casi quirúrgico de obtención de la preciada sustancia, con una velocidad, precisión y sofisticación que relega al conde Drácula a la categoría de chapucero.
En apenas diez segundos es capaz de reconocer un vaso sanguíneo principal latiendo bajo nuestra piel. Entonces aterriza y se agarra con sus patas para insertar dos hojas aserradas mandibulares, tal y como explica Timothy Winegard en su libro El mosquito.
Estas hojas son «muy parecidas a un cuchillo de trinchar eléctrico con dos hojas que se mueven hacia delante y hacia atrás […] mientras otros dos retractores abren un paso para la prosbóscide, una jeringa hipodérmica que saca de su vaina protectora».
Un mosquito, así, aprovecha estos pocos segundos para chupar entre 3 y 5 miligramos de nuestra sangre, mientras, simultáneamente, otra aguja bombea en nuestro cuerpo una saliva cargada con un anticoagulante que impide que la sangre se coagule en el punto de la perforación. Todo ello en aras de realizar su procedimiento a más velocidad, antes de que sintamos que nos está drenando. El anticoagulante es lo que más tarde provocará esa protuberancia que tanto nos incita a rascarnos.
Si puede escoger, sin embargo, el mosquito atacará preferentemente a quienes presenten niveles más altos de ácido láctico en la piel. Esta es la forma que tiene el insecto de averiguar si tenemos sangre del grupo 0, en vez de A o B, porque la 0 es la que mejor lo alimenta. Por esa razón, quienes tienen este grupo sanguíneo son atacados por mosquitos el doble de veces que el resto de personas.
El 85 % de la probabilidad en general de ser picados por un mosquito responde básicamente a este factor: el grupo sanguíneo derivado de las sustancias químicas naturales que exudamos. El resto de factores, pues, son casi irrelevantes, pero conviene también conocernos si a cambio vamos a salvarnos de la siguiente picada.
Olor corporal y CO2
Cuando descuidamos nuestra higiene corporal, entonces los niveles bacterianos de nuestra piel aumentan exponencialmente. La parte mala es que recibiremos miradas de desaprobación en el transporte público. La buena es que resultaremos menos llamativos para los mosquitos. Asimismo, los mosquitos también se ven atraídos por los desodorantes, los perfumes, el jabón y otras fragancias.
Sin embargo, las cosas no son tan sencillas y no basta con abandonar la ducha si queremos ahuyentar a estos insectos: si nuestros pies huelen mal, ello es como las luces de las máquinas tragaperras de Las Vegas para un ludópata. Porque en unos pies sucios se multiplica una bacteria que es la misma que madura determinados quesos y produce su corteza. De igual modo, si sudamos, liberamos sustancias como el ácido láctico, que ya hemos dicho que capta la atención de los mosquitos.
Finalmente, el otro factor preponderante a propósito de que resultemos irresistibles es el C02 que emitimos, el dióxido de carbono. El mosquito hembra puede olerlo a más de 60 metros de distancia. Es decir, que cuanto más exhalemos dióxido de carbono, más llamaremos la atención.
¿Y cómo aumentamos ese gas? Básicamente, cuando nos esforzamos, con los jadeos, con los resuellos, incluso cuando hablamos demasiado o gritamos. Sobre todo, sin embargo, es el ejercicio físico lo que más atraerá al mosquito, no solo porque emitimos más dióxido de carbono debido a la frecuencia de la respiración y a la cantidad de aire espirado, sino porque la temperatura de nuestro cuerpo aumenta, lo que supone un claro indicador térmico. ¡Y encima sudamos! Por esa razón, las mujeres embarazadas padecen el doble de picaduras que una persona normal: de promedio respiran un 20% más de dióxido de carbono y tienen una temperatura corporal ligeramente más alta.
El triunvirato del dolor, pues, podría resumirse así: ácido láctico, dióxido de carbono y calor.
Con todo, no basta con camuflarse para que no nos huelan: los mosquitos también cazan valiéndose de la visión, y en ese sentido se quedan fascinados por la ropa de colores vivos. Así, según un estudio de la Universidad de Florida, este es su pantone favorito: negro (el más atractivo), rojo (muy atractivo), gris y azul (neutral), verde y amarillo (menos atractivo).
Y el misterio de la cerveza que no les emborracha
Y aunque hayamos tomado ya todas estas medidas preventivas, todavía quedaría una por considerar y que constituye un misterio para la ciencia: los mosquitos se sienten irresitiblemente atraídos por la gente que bebe cerveza.
Algunos teorizan que la razón es que, al abrir la cerveza, liberamos mucho dióxido de carbono. A lo que se sumaría que el alcohol eleva la temperatura corporal.
Tal vez también los mosquitos disfrutan de una ración de sangre con un pequeño porcentaje de alcohol: no en vano, en la dieta cotidiana de un mosquito también hay frutas y plantas fermentadas que contienen al menos un 1% de alcohol, lo que ha propiciado que la evolución les permita ser particularmente tolerantes. El alcohol es transferido tras la ingesta a un órgano de retención donde unas enzimas (proteínas) lo descomponen antes de que afecte a su sistema nervioso.
Sea como fuere, mejor abstenerse de una cerveza una noche calurosa de verano. Ni siquiera vamos a lograr con ello que los mosquitos cojan una melopea.
Sergio Parra