En cuestión de núcleos de población, nunca (o casi nunca) hay que darlo todo por perdido. Aldeas o pedanías cuyo censo bajó hasta niveles ínfimos, o directamente quedaron deshabitadas por el éxodo rural, de pronto vuelven a tomar vida. Quizá no de la forma en la que existieron en el pasado, pero sí con gente nueva que transita sus calles para disfrutar de su ambiente y arquitectura, e incluso aprender. Es el caso de Umbralejo, un pueblo de la sierra de Ayllón (Guadalajara), que en la década de los 60 fue abandonado y que ahora es un centro educativo.
El final feliz de esta historia es responsabilidad del Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes así como del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana. En 1984, estas entidades pusieron en marcha el ‘Programa de recuperación y utilización educativa de pueblos abandonados (PRUEPA)’ en el que se incluyen las localidades de Búbal en Huesca, Granadilla en Cáceres y Umbralejo en Guadalajara.
En su caso, también intervino en la ‘operación’ la Consejería de Educación de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha (JCCM). Es decir, los jóvenes son el futuro de los pueblos y hay que explicarles cómo se vive en ellos, según la administración pública (con razón).
Los objetivos de esta iniciativa, que ya tiene cuarenta años, son múltiples y variados. Se intenta concienciar a los chavales que participan de la importancia de llevar una vida saludable, de las amenazas al medio ambiente que existen (y probablemente existirán) y de las opciones de utilizar su tiempo libre en actividades enriquecedoras y diferentes a las que están habituados.
Al entrar en contacto con el mundo rural también conocen el patrimonio y el origen de muchas cosas que puede que no se hayan planteado, desarrollan espíritu crítico y aprenden a trabajar tanto de forma individual como en equipo. Todas estas enseñanzas servirían también para los adultos, pero el programa está destinado a estudiantes de edades comprendidas entre los 14 y 17 años que, en su mayoría, viven en ciudades (si no, seguramente ya sabrían muchas de estas cosas).
Desde su puesta en marcha, el proyecto ha evolucionado en función de las necesidades de los pueblos. En el caso de Umbralejo, si bien al inicio las actividades se centraron más en su recuperación física –el abandono no es la mejor forma de conservación– en los últimos tiempos, los asistentes participan en talleres de artesanía, cerámica o la cestería. También practican labores propias del entorno, como el cuidado del ganado y de las huertas o hacen servicios a la comunidad. Además, diseñan itinerarios por los alrededores y actividades. Es decir, durante una semana (de sábado a domingo), 50 estudiantes se convierten en habitantes del pueblo.
Los chavales y chavalas comparten casa (pero no habitaciones) y durante su estancia deben organizar turnos de cocina y mantenimiento del hogar, así como aprender a convivir unos con otros. El aprendizaje va más allá del mundo rural, ya que compartir el espacio no es tarea fácil, sobre todo en un entorno desconocido y que no está provisto de todas las comodidades. Umbralejo está reconstruido y en buen estado de mantenimiento, pero sus construcciones y servicios no son los de un hotel de cinco estrellas. Y eso es, precisamente, lo interesante de todo el programa.
Umbralejo, parte de los pueblos negros
Umbralejo, que se ubica en el valle del río Sorbe a casi 1.300 metros de altura, es uno de los ejemplos más representativos del conjunto de pueblos negros de Guadalajara. El motivo del nombre no es difícil de adivinar: ese color oscuro es el que predomina en sus construcciones porque están hechas de pizarra y cuarcita, materiales que abundaban en la zona. Todavía mantiene su estructura medieval con la que se erigió al principio de sus tiempos y la casa mejor conservada es la que acoge el Museo Etnográfico. Además de los estudiantes, los particulares también pueden entrar a conocer sus calles, pero han de pedir cita previa.
Además de esta localidad, hay otros pueblos con el mismo tono característico y, de hecho, existe la Ruta de los pueblos negros de Guadalajara (es decir, un tour que se para en los más bonitos o en mejor estado). Por ejemplo, Valverde de los Arroyos es uno de los más visitados, que también tiene un Museo Etnográfico además de una iglesia consagrada a San Ildefonso y una plaza mayor construidas con pizarra.
La Vereda sufrió el mismo desalojo que Umbralejo cuando su población se fue a vivir a las ciudades en busca de otros medios de sustento pero, felizmente, también se ha rehabilitado. En su caso, la vuelta a la vida es responsabilidad de la Asociación cultural La Vereda, que ha conseguido que los visitantes regresen a la localidad. Entre sus puntos de interés, además de la arquitectura de las casas, está la iglesia de la Inmaculada Concepción.
Los 5 pueblos negros más bonitos de Guadalajara
Casas de piedra, tejados de pizarra… Estos son solo algunos de los pueblos negros más bonitos de Guadalajara, aunque hay muchos más.
Campillo de Ranas y su pedanía Roblelacasa son otras dos paradas de esa ruta, que también podría llevar el nombre de ‘la pizarra’. Entre sus principales atractivos ajenos al color de sus casas está el mirador de la fuente de las Ranas, también conocido como ‘el roble hueco’, especialmente indicado para disfrutar de las puestas de sol. Sin duda, un buen motivo para darse una vuelta por la sierra de Ayllón y sus alrededores.
¿A quién no le puede apetecer conocer esos pueblos que han vuelto a la vida? Son, sin duda, una esperanza para el futuro.
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