Los primeros vestigios de la humanidad en la selva de Irati
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22.03.2022
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A pesar de las facilidades que ofrece la literatura o el cine, o muy próximamente el metaverso, es innecesario irse muy lejos para contemplar un lugar mágico. Un lugar con claras resonancias a la magia de Merlín, la luna de Endor en Star Wars o la comarca de El señor de los anillos. Simplemente hace falta saber mirar, usar el prisma oportuno, y encontrarlo.
Empecemos por el final, por encontrarlo.
Hacia el norte de Navarra
Este lugar es un bosque y está situado en el norte de España, concretamente en Navarra y los Pirineos atlánticos, aunque también invade parte del suroeste de Francia. Está conformado por dos valles franceses y dos españoles: en el norte, los aquitanos del País de Cize y del Soule; y en el sur, los valles navarros del Aezkoa y del Salazar.
Es un bosque espectacular. El mayor hayedo de Europa, y su nombre es bosque o selva de Irati.
Visualmente, parece un gigantesco lingote de oro desmigajado en forma de una infinita alfombra de hojas cobres, granates, rojas, púrpuras, amarillas, ocres y anaranjadas. Tiene 17.000 hectáreas, punteada por hongos y musgo, que obra como base para sujetar a las extraordinarias hayas centenarias. Además de las hayas, también podréis contemplar abetos, robles peludos, arces, tejos, serbales, acebos, avellanos y tilos.
No en vano, desde tiempos inmemoriales la calidad de la madera de Irati ha sido ampliamente apreciada, como en los tiempos de aquella invencible flota de la Marina Real, que taló grandes extensiones del bosque para hacer realidad los barcos que debían combatir contra Inglaterra.
Con todo, el principal valor de este enclave se muestra en el excelente estado de conservación de toda su inmensa foresta. Pero solo se os antojará un bosque de oro, una selva áurea, si accedéis al bosque a determinadas horas, como el amanecer o el atardecer.
Hay diversos accesos: desde Saint-Jean-Pied-de-Port, por Ezterenzubi; desde Mendibe, a través de los altos de Burdinkurutcheta; saliendo de Larráun, por un tortuoso Organbidexka; desde Orbaitzeta, ascendiendo por los manantiales del río Nive, vía Organbide; o, por último, desde Ochagavía, al cruzar el puerto de Erroimendi.
El dragón y el peine de la suerte
Sea cual sea el punto cardinal escogido para adentraros en este bosque, si lo hacéis sin prisa y con los ojos muy abiertos, tendréis la oportunidad de percibir detalles mínimos, como la geometría de las telas de arañas, los rayos de sol filtrándose a través de miles de diminutos prismas de rocío, la niebla que espolvorea el suelo de helechos enrojecidos, ardillas, lirones, caretos, topos, ratones y truchas, como las que pescaba Ernest Hemingway. De hecho, fue él quien internacionalizó el bosque al describirlo así en su libro The sun also rises, traducido bajo el nombre de Fiesta:
Siempre que me acuerdo de Irati se me ponen los pelos de punta. Recuerdo que venía justo cuando acababan las Fiestas (de San Fermín) para perderme en el bosque. Aquí, en el corazón del bosque, me quedo yo esperando a que Basajaun, el Señor del Bosque, venga a saludarme.
Aquí hasta podréis saber que allí se contaba que vivía un dragón, una bestia peluda y amable llamada Basajaun. También unas sirenas, las lamias, de patas palmeadas que de día se peinaban y de noche construían puentes. En la selva de Irati encontrar un peine da suerte.
También aquí pueden hallarse algunos de los primeros vestigios de la humanidad, pues tendréis la oportunidad de divisar dólmenes, túmulos y crómlechs del Neolítico; así como la torre vigía de Urkulu dejada por los romanos a su paso. Una torre de forma tronco-cónica, que mide 19,5 m de diámetro en la base y tiene 3,6 m de altura, y que domina el paso fronterizo de col d’Amoustegui. Por aquí discurría en la antigüedad la vía romana Ab Asturica Burdigalam (de Astorga a Burdeos) que pasaba por Pamplona y Dax.
Los cromlechs son un tipo de monumento prehistórico formado por menhires organizados en círculo alrededor de un dolmen. Se cree que estos conjuntos podrían ser lugar de reunión o estar relacionadas con los ritos funerarios. En Azpegi, a escasos kilómetros de Orbaizeta y lindando con la frontera francesa, se encuentra su asombrosa Estación Megalítica.
El más grande de todos los cromlechs tiene unos diez metros de diámetro y alberga un gran túmulo en su interior. Junto a él están repartidos hasta dieciséis y todos en perfecto estado. Algunos investigadores llegan a sostener tesis astronómicas, sugiriendo que podrían haber sido observatorios de las estrellas o de los ciclos de la luna. Su nombre en euskera es harrespil, que significa «círculo de piedras». En suma, un cementerio megalítico de más de cuatro mil años de antigüedad que sirve como testigo de la importante herencia milenaria de estas tierras.
Los crómlech pirenaicos se distribuyen en un área que se extiende desde Andorra hasta el golfo de Vizcaya, a ambos lados de los Pirineos, y no se encuentran en el resto de la Península ibérica.
En aquel lugar, posiblemente, podremos experimentar lo que se denomina “tiempo profundo”, esa escala de tiempo de los eventos geológicos, que es inmensamente, casi inimaginablemente mayor que la escala de tiempo de las vidas humanas. La expresión de “tiempo profundo”, atribuida al geólogo escocés del siglo XVIII James Hutton (1726–1797), apareció de un modo no científico un poco antes, para describir lo que puede durar un texto bien escrito. Lo mencionó Thomas Carlyle al especular sobre la longevidad de los escritos de Samuel Johnson:
Todo trabajo es semilla sembrada. Crece, se propaga y sus semillas caen sobre la tierra y así, en una infinita palingenesia (o renacimiento), vive y funciona. ¿Quién registra los efectos que se han producido, se producen, y seguirán produciéndose en el tiempo profundo?
El “tiempo profundo” es un extraño sueño que, según Percy Shelley, “lo envuelve todo con su profunda eternidad”. Y nos permite entender que poca cosa somos nosotros. No en vano, el concepto de tiempo profundo es el que seguramente inspiró a Charles Darwin para formular su teoría de la evolución, donde el ser humano solo es un eslabón más de una larga cadena de vida. Esta es la sensación que uno experimenta en la selva de Irati. Que está de paso. Que la humanidad es una nota a pie de página. Que hay miles de años de pasado y de futuro donde la Tierra ha existido y existirá sin nosotros, inmortal y dorada.
Todos los lugares adquieren trascendencia, un trasfondo incluso místico, si vienen avalados por lecturas, conocimientos y una mirada atenta. Las dioptrías de vuestra mirada influyen decisivamente en lo que se pone delante de vosotros. La selva de Irati es uno de los mejores sitios para empezar a practicar.
Sergio Parra