3 secretos del Parque Natural de Sintra (Portugal)
Escrito por
19.07.2019
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Al visitar el convento dos Capuchos situado en la sierra de Sintra automáticamente se entiende por qué los monjes franciscanos que vivieron allí desde el siglo XVI hasta el XIX se esmeraron tanto en cuidar de sus alrededores. Sus celdas no eran precisamente suites presidenciales sino que para entrar en ellas es necesario agacharse así que la opción del aire libre era la salvación.
Con su dedicación mantuvieron protegidos árboles y plantas que hoy conforman el bosque en el que se asienta el edificio. Actualmente se puede pasear entre avellanos, castaños, bujos, laureles o acebos (si se tiene suerte quizás se puede encontrar alguno de sus frutos para animar el camino) y posiblemente escuchar el ulular de un búho o el gañido de un halcón.
Este es uno de los secretos que esconde el Parque Natural de Sintra-Cascaes. Situado a unos 30 kilómetros de la ciudad de Lisboa, la UNESCO lo declaró Patrimonio de La Humanidad en 1995. Un sitio perfecto para escapar de la urbe y quemar las calorías del bacalao y los Pastéis de Belém siguiendo sus rutas (aunque en Sintra también elaboran dos tentaciones golosas: las queijadas y los travesseiros).
La urbanización palaciega
El edificio en el que vivían los monjes no es el único que merece la pena visitar cuando se pone un pie en el parque. O, por lo menos, para los admiradores de las construcciones que podrían servir de escenario para una historia de caballeros andantes, reinas mandonas, princesas que no quieren serlo y bufones complacientes.
Antes de empezar, hay que avisar que aunque su nombre lleve a pensar en cuentos protagonizados por los personajes anteriores, no tiene nada que ver. Los restos del Castelo dos Mouros, que data del siglo VIII, muestra la presencia de los árabes en la zona en algún momento de la historia. Pero de palacio tiene poco.
En realidad sirvieron para que la realeza y sus conocidos pasasen vacaciones y etapas de divertimento entre naturaleza. En el interior del Palacio da Pena, que es un ejemplo del Romanticismo, se pueden ver cómo vivían sus habitantes ya que están representadas en las habitaciones (los salones con las mesas para comer con sus cubiertos y su vajilla). En el exterior se puede apreciar los colores y sobre todo, las gárgolas que hacen referencia a la religión y a la mitología y parecen de película.
Si la curiosidad por la arquitectura de la ‘jet set’ sigue presente: el palacio de Monserrate o la quinta da Regaleira, que tiene un pozo en forma de espiral –se supone que está relacionado con algún tipo de rito de iniciación de los masones–, son dos paradas obligatorias. La ermita de la Peninha no es precisamente un hotel en el que pasar las vacaciones, pero merece la pena conocerla, especialmente por el panorama que ofrece.
Olas y dinosaurios
Cabo de la Roca es el punto que se encuentra más al occidente de la Península ibérica. Según el poeta Luís de Camões, en ese sitio es: “Donde la tierra se acaba y el mar comienza”. Sus acantilados se elevan más de 120 kilómetros encima del mar y decir que las vistas desde allí son impresionantes no es demasiado original, aunque hay que señalarlo (ojo si se tiene vértigo).
También hay un faro que completa un paisaje tan bucólico que podría protagonizar el típico cuadro de la costa. Como curiosidad para los que estén acostumbrados a comprar recuerdos de los sitios que visitan: en la oficina de turismo de la zona se pueden comprar unos diplomas que certifican que el cliente ha estado allí. Este souvenir no se puede llevar como un regalo a los que no se apuntaron a ese viaje, es lo que tiene.
Si alguien no se queda a gusto mirando el mar, sino que también quiere probar lo que se siente al bañarse en sus aguas, tiene varias playas para escoger. Existen varias opciones que no decepcionará a los aficionados al surf o a cualquier deporte en el que se necesiten olas: playa de la Samarra, la Adraga o Guincho (la playa, no el músico). Como dato curioso, en la última se grabaron escenas de la película 007 al servicio de Su Majestad, dirigida por Peter Hunt.
Pero volviendo a lo serio –más allá de compras o anécdotas de cultura pop–, en La Playa grande. En el acantilado sur encontraron más de diez senderos y huellas de dinosaurios Iguanodon y Megalosaurus en las roca del acantilado (de nuevo, volviendo a la gran pantalla, eran uno de los que salían en Jurassic Park. Teniendo en cuenta el apunte, es inevitable decir algo).
Las dunas que se encuentran en las playas también son un detalle de geología que hace que sean aún más especiales, más allá de los dinosaurios, las olas y las películas.
Desde el principio hasta el final
La visita a esta zona de Portugal puede empezar en las calles de la villa Sintra y acabar en las de Cascais (o al revés, según lo que más apetezca). Se puede ir en coche en media hora o utilizar el transporte público, quizás menos cómodo pero mejor para el medio ambiente.
En Sintra lo que se puede hacer es pasear por sus calles –en general en cuesta– y fijarse en los edificios de colores. Después comerse un pastel (o los que sean) en la súper famosa Casa Piriquita, ver el museo de los juguetes y después desplazarse al lado de la costa hacia Cascais.
Este segundo pueblo es conocido por su puerto para yates y desde hace poco como un destino para los jugadores de golf, dos imanes para turistas sin problemas de dinero. Pero Cascais tiene cosas mucho más interesantes, por supuesto.
Acoge un sorprendente cantidad de museos como el de música portuguesa, las casas de la artista portuguesa Paula Rego o las grutas naturales de Poço Velho. Como en el caso de Sintra, recorrer su casco histórico también promete un rato agradable. Que una zona tenga su propio verso, es buena señal. Solo hay que ir a comprobar si está a la altura de las expectativas y en este caso no hay muchas excusas para no hacerlo.
Carmen López