Frondosos valles fluviales, impresionantes playas e imponentes cimas. Resumiendo, esta es la sugerente definición que cabe esperar de la hermosa región de Minho, que tiene un lado portugués. Pero esta tierra es mucho más: aquí nació el Reino de Portugal, y difícilmente encontraremos fuera rincones con más arraigo, que respondan de una forma tan auténtica a la identidad y el sentimiento del país. ¿Sin destino para la próxima escapada? De Viana do Castelo a Monção se hila una ruta tan azul como el Atlántico y tan verde como la costa (y el vinho…). Recoge, ¡que nos vamos!
Lo dice la canción. La vida en la frontera no espera. Viana do Castelo, a orillas del río Lima, es nuestro punto de partida: bonitas calles de aire medieval por dentro, espectaculares playas por fuera. La elegante joya de la Costa Verde sabe cómo convencer. Aunque su glorioso pasado como puerto ya es historia, quedan preciosos vestigios de sus años de bonanza, como las mansiones y monasterios de estilo manuelino que nos sorprenden en pleno paseo por su hermoso casco histórico.
La oferta de la ciudad sorprende para bien, y aunque los planes no faltan, hay dos indispensables en nuestra visita: subir los 228 metros que llevan a lo alto del monte de Santa Luzia, donde las vistas de la costa y el valle de Lima desde el Templo do Sagrado Coração –de majestuoso estilo neobizantino– compensan el esfuerzo, y coger un ferri que en menos de cinco minutos nos deje en la Praia do Cabedelo, quizá la cara más amable del lugar, de arena fina y dorada que se repliega en dunas resguardadas entre pinares.
Desde aquí, la N13 nos promete grandes recompensas si seguimos su camino. La primera espera en Afife, donde solo perdemos de vista el mar para gozar las delicias del restaurante Mariana, donde nos espera una lubina con grelos a la que hay que asumir que ninguna descripción hará nunca justicia, y donde (todo hay que decirlo), cocinan el róbalo como nadie.
La siguiente parada no baja el listón: a escasos minutos topamos con Vila Praia de Áncora, con el encanto y el azul de un pueblo pesquero de los de toda la vida que, a juzgar por su legado, adivinamos bien codiciada por los romanos y los hombres del Neolítico, de quienes aún da buena muestra el Dolmen de la Barrosa. El tesoro natural que delimita el entorno merece todas las excursiones que el tiempo nos permita, pero si no queremos alejarnos, podemos probar sus tranquilas aguas para luego recorrer el paseo marítimo hasta llegar al fuerte de Lagarteira, del s.XVII, que durante años defendió al pueblo. La iglesia Matriz y la capilla del Calvario también son dos altos recomendables en nuestro camino.
Muy cerca, siguiendo nuestra aventura por el concelho de Caminha, encontramos Moledo, la Tarifa portuguesa. Abrazada por la Mata de Camarido, cada verano es el destino de vacaciones de famosos y políticos enamorados de su paisaje, y en cualquier época del año, el de muchos locos por el surf que acuden a la llamada del viento en busca del fuerte oleaje típico de la zona. Frente a la playa, hay una pequeña isla a la que se puede acceder en barco, custodiada por el fuerte de Insúa desde nada más y nada menos que el s.XV.
La N13 nos lleva apenas 4 kilómetros después hasta Caminha, otra tradicional villa pesquera sobrada de atractivos. Por sus calles estrechas de casas señoriales es inevitable respirar historia. El Miño viene aquí a morir, en una desembocadura que da lugar a bellísimos paisajes, pero nosotros venimos a disfrutar de la vida como más nos gusta: sin prisas, sin bullicio, sin agobios… Es el lugar perfecto para tomar una cervecita y una ensalada de Buzios. Sin prisa, pero marcando los tiempos por las mareas que se marcan en el río.
Con esta intención, paseamos por el barrio histórico, con su animada plaza, y recorremos la muralla imaginando viejas glorias militares, a la vez que el enclave nos regala unas bonitas vistas del monte Santa Tecla (Galicia). También es una grata sorpresa su iglesia parroquial del s.XV, un hermoso ejemplo de la transición del Gótico al Renacimiento en Portugal.
De vuelta a la carretera, remontando el río, nos dejamos llevar hasta Vilanova de Cerveira, a solo 53 km de Vigo. En esta orilla, la cultura castreña ocupó colinas y valles, quedando hoy numerosos testimonios prehistóricos de la Edad del Bronce. Dominada por su castillo de origen árabe, que conserva algunos matacanes y la torre del Homenaje, es una agradable localidad con muchas posibilidades. Basta con recorrer las cuidadas calles del casco histórico, disfrutar de sus parques y zonas recreativas y dejar que la gastronomía lusa haga el resto.
En la plaza de la Libertad encontraremos varios sitios donde probar un buen bacalao à brás acompañado de una buena copa de Castello d’Alba. Y si nuestro viaje coincide con el mes de agosto, el pueblo nos recibirá vestido de ganchillo gracias al evento El croché sale a la calle, que se celebra desde hace algunos años con gran éxito entre los habitantes. Por último, el mercadillo de los sábados es uno de los más famosos del norte de Portugal y causa auténtico furor, nada mejor que acercarse para comprobarlo y traerse, de paso, alguna ganga como recuerdo.
Siguiendo la N13 y después por la A-3 llegamos a Valença do Miño, un pueblo fortaleza estratégicamente ubicado en un altozano sobre el río. Las temidas invasiones hispanas de antaño hoy llegan en forma de turismo, y el recibimiento es otro. Los que saben suelen venir aquí a comprar toallas y ropa de cama para toda la vida, pero las tardes son tranquilas, libres de vendedores y compradores.
Es entonces el momento idóneo para perderse entre sus calles adoquinadas y bellas plazas, disfrutando del silencio y la tranquilidad que solo interrumpe el murmullo del arroyo al atravesar una de sus puertas originales, previo paseo por el conjunto de murallas exteriores. En el fuerte norte, a media manzana del puente, la residencia Portas do Sol es una interesante opción para pasar la noche en un edificio de piedra remodelado, con el encanto de lo añejo y todas las comodidades actuales.
Monção, otra importante fortificación de la frontera con España, es nuestro último destino, a solo 20 minutos por la N101. Con un modesto pero atractivo casco antiguo, en la proclamada cuna del Albariño, los restos de un fuerte del s. XIV vigilan el río desde las alturas. El vino verde, que goza de tan mala fama fuera de Portugal, aquí es el principal reclamo. ¡Hasta tiene fiesta propia! Si queremos un buen maridaje, en Cabral nos ofrecen un fabuloso pescado a la parrilla y un inolvidable arroz de marisco.
Para resetearse del todo, solo quedaría un ratito a remojo en las termas de su fantástico balneario, donde disfrutar de los jacuzzis y pequeñas cascadas a la espera de recibir algún tratamiento reparador antes de volver como nuevos. Quedarse también es otra opción.
Pedro Madera