El rescate a viajeros que aún se recuerda casi dos siglos después
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07.09.2022
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Hay un lugar en Castellón que pasó a la historia porque allí murieron dos hombres mientras ayudaban a otros. Hablamos de los dos primeros guardias civiles que se dejaron la vida, literalmente, socorriendo a los involucrados en un accidente o en acción humanitaria. Los primeros de muchos, porque ya casi hace 175 años de aquello. El lugar concreto fue el barranco de Bellver, en Oropesa, y el momento, septiembre de 1850.
La Guardia Civil se creó el 28 de marzo de 1844, en virtud de un Real Decreto y ya nacía con esa denominación. A la cabeza del nuevo cuerpo especial de fuerza armada de Infantería y Caballería, como decía el R.D., estaba el II Duque de Ahumada, Francisco Javier Girón y Ezpeleta. También dentro del R.D. se especificaba que una de sus funciones clave era proteger eficazmente a las personas y las propiedades. Y socorrer a los viajeros y carruajes. Y ayudar en los incendios, en el campo y en las casas…
Los dos primeros guardia civiles que se sacrificaron por unos viajeros
No es baladí eso de ayudar a los viajeros, como no lo es hoy la ayuda en la carretera. Los viajes del siglo XIX no eran rápidos ni cómodos. No se contaban como extraños los accidentes de todo tipo, e incluso los vuelcos de los carruajes, debido a los agujeros y a las irregularidades de unos caminos que, en muchos sitios, tampoco eran lo suficientemente anchos. En los pasos montañosos, el cruce de ríos y arroyos, o donde el terreno no era llano, el riesgo de problemas se convertía en una amenaza muy presente.
Y por esto se avisó rápido al puesto de la Guardia Civil de Oropesa cuando se tuvo conocimiento de que la diligencia-correo que hacía el trayecto de Barcelona a Valencia tenía problemas debido al temporal, y que había quedado atascada en el barranco de la Chinchilla. El barro y el torrente de agua habían bloqueado las ruedas y además ponían en peligro a los pasajeros. El cabo del puesto, a la sazón Benito Cepa, fue con otros dos guardias civiles a socorrer al transporte y a sus pasajeros.
Este tipo de acciones eran una tarea habitual para la Guardia Civil, como decíamos, y se tiene constancia de vuelcos de diligencias en los tenían que acudir los guardias lo más rápido posible, igual que ocurre hoy, aunque con otros vehículos y vías. Así ocurrió, por ejemplo, el 5 de agosto de 1848 en Las Rozas, con los viajeros que iban a El Escorial. O en diciembre de 1855 en Burgos, donde gracias a cuatro guardias y a algunos peones camineros, las personas que mantenían y cuidaban los caminos, varios pasajeros fueron rescatados de debajo de un carruaje después de que este volcara.
En cualquier caso, como decíamos, esto no son más que ejemplos de lo complicado que era viajar entonces, de lo habitual de los accidentes y los vuelcos, y de la función de socorro que ya hacía la Guardia Civil hace casi 175 años. Pero volvamos al caso del barranco de Bellver.
La lluvia, la noche y el mal estado de los caminos provocaron una tragedia
La noche del 14 al 15 de septiembre de 1850 tuvieron lugar una serie de eventos desafortunados, parafraseando los títulos de los libros de Lemony Snicket, que acabaron provocando la tragedia. Como ha pasado otras muchas veces, todo el viaje comenzó a torcerse debido a un temporal, en este caso, de lluvia y viento. Como decíamos, tres guardias civiles acudieron a socorrer a la diligencia que venía de Barcelona. Entre ellos tres y algunos voluntarios de un pueblo cercano que se habían acercado con algunos animales para utilizarlos como tiro, consiguieron poner a todos los pasajeros a salvo y sacar a la diligencia de su atasco.
El vehículo no había sufrido grandes daños y estaba en disposición de seguir su camino. Cambiaron los animales de tiro y la diligencia volvió a su viaje. Por otra parte, el cabo Cepa, que auxilió a la diligencia en su primer accidente, fue ascendido a sargento y, aunque algún pasajero quiso agradecer la ayuda de los guardias con unas monedas, estos se negaron a aceptarlas, como mandaba su reglamento.
Pero aquella complicada situación, que no había tenido mayores consecuencias, era tan sólo la primera de esa serie de eventos desafortunados que decíamos. Un poco más adelante, de nuevo la lluvia y lo desastroso del camino hicieron que la diligencia tuviera más problemas y esta vez más serios. Estando cerca de Oropesa, cayó la diligencia por el conocido como barranco de Bellver, al parecer porque cedió un lateral del camino por el que iba.
Pedro Ortega y Antonio Giménez murieron ayudando a los viajeros
Dos guardias civiles, que no habían participado en el primer rescate, se encontraron con la situación, que era mucho más complicada que la anterior. El peligro era mucho mayor ahora, debido al lugar del accidente y al agua, más violenta. Esto hacía mucho más complicado cualquier rescate y cualquier ayuda, pero también la hacía más urgente. Los dos guardias, que se llamaban Pedro Ortega y Antonio Giménez, se deshicieron de sus armas y de los pertrechos no necesarios, y se lanzaron barranco abajo. Nunca más subieron.
Su intención era, como habían hecho antes sus compañeros, poner a salvo a los pasajeros de la diligencia, aunque sabían que el agua que corría amenazaba muy seriamente la vida de todos, también la de ellos si bajaban a socorrer a los otros. Era una acción casi desesperada, pero allá que fueron.
El resultado fue desastroso, como decíamos. Ortega y Giménez, junto con las trece personas que viajaban en la diligencia, murieron. Fueron arrastrados por el torrente y sus cuerpos aparecieron a la orilla del mar, muy cercano, rodeados de unos pocos restos de lo que había sido la diligencia. El desastre no dejó a nadie con vida. Además, supongo que los caballos que tiraban del vehículo no corrieron mejor suerte.
Hablaba ya la Gaceta de Madrid en esos días de septiembre de 1850 de la filantrópica y honrosa conducta de la Guardia Civil, que excede todo elogio. Se dispuso entonces que en la zona del barranco se erigiera un sencillo monumento en recuerdo de Pedro Ortega y Antonio Giménez. Todavía sigue allí ese pequeño recuerdo y homenaje a los dos primeros guardias civiles fallecidos en un acto de servicio humanitario.
Manuel Jesús Prieto