Santa María de la Valldigna, el Real Monasterio que sobrevivió a terremotos y al expolio
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27.02.2024
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Entre campos de naranjos y montañas, una postal muy típica valenciana, se alza el pueblo de Simat de la Valldigna. Quizás no sea demasiado conocido fuera de la Comunitat Valenciana, pero alberga una construcción muy especial: el Real Monasterio de Santa María de la Valldigna, un impresionante complejo que hoy es un patrimonio histórico muy especial. Está en un paraje de gran belleza agreste y, sorprendentemente, estuvo a punto de quedar en ruinas. Te invitamos a conocer su historia y por qué merece la pena una visita.
La leyenda de Jaume II, «el Justo»
Cuenta la leyenda que el rey de la Corona de Aragón Jaume II, “el Justo”, pasó por esta zona de la comarca de la Safor y se quedó maravillado por su paisaje fértil e imponente, flanqueado por las montañas de la sierra de Corbera, del Mondúver y del Monte Toro. El monarca se dirigió al cura del pueblo, fray Bononat de Vila-seca, y le espetó: “Vall digna [valle digno, en valenciano] para un monasterio de vuestra religión”.
No sabemos si esta frase la pronunció o no realmente, pero sí que el 15 de marzo de 1298 promulgó una orden que concedía al abad la autorización para construir un nuevo monasterio en medio del valle de población musulmana que dependiera directamente del rey (por eso lo del “real”). El valle extenso y rico se llamaría Valldigna.
Una historia llena de vicisitudes: terremotos, expolio, abandono…
El territorio pasó a ser un señorío de la comunidad monástica de la Orden del Císter, una de las más importantes de la Edad Media y de carácter reformista. Gracias a ello, adquirió una gran relevancia durante seis siglos en la sociedad, la economía, la política y cultura valencianas. El monasterio se diseñó y erigió en el siglo XIV, pero duró poco: en 1396 buena parte se hundió por un terremoto. Así que vuelta a empezar… hasta que un nuevo movimiento sísmico volvió a obligar a emprender otra profunda renovación. Las reformas que se sucedieron en el tiempo explican que en sus inicios el edificio siguiera el estilo gótico cisterciense y, después, adquiriera una estética barroca.
Por si fuera poco, en 1835 se aprobó el decreto de desamortización de los bienes del clero que conllevó la disolución de la comunidad monástica de Valldigna y su señorío, la exclaustración del templo y la venta de todos sus bienes. Un proceso con el que se derribó la mayor parte de los edificios monacales (de hecho, sus piezas se vendieron como material de construcción) y el complejo se acabó convirtiendo en una explotación agrícola. Así, durante más de un siglo acabó teniendo un aspecto ruinoso.
Ante el peligro de desaparición del que había sido un monasterio “real”, diferentes intelectuales valencianos se unieron para denunciar el estado en el que estaba. Las protestas consiguieron que el conjunto de edificios se declarara Monumento Histórico-Artístico en 1970, aunque eso tampoco paró un deterioro cada vez más alarmante. Fue la sociedad civil, a través de asociaciones vecinales y otros colectivos de la comarca, quienes consiguieron volver a poner el foco en el monasterio.
La lucha dio sus frutos y el Gobierno valenciano acabó comprando el complejo en 1991, a lo que le siguió un intenso programa de intervenciones arquitectónicas y arqueológicas que le han devuelto el esplendor y hacen que hoy sea una referencia histórico-cultural imprescindible para los valencianos. De hecho, llegó a entrar en el Estatuto de Autonomía de la Comunitat Valenciana en 2006, cuando se incorporó alegando que el Real Monasterio de Santa María de la Valldigna es “símbolo de la grandeza del pueblo valenciano reconocido como nacionalidad histórica”.
¿Qué se puede visitar hoy en el Real Monasterio de Santa Maria de la Valldigna?
Hoy cualquiera que se acerque al pueblo de Simat de la Valldigna le sorprenderá la existencia de un monasterio tan espectacular, gracias a las rehabilitaciones que se han llevado a cabo y que permite conocer diferentes elementos: la almazara, donde se alojaba el molino de aceite, el granero y las caballerizas; la iglesia de Santa María, en la que todavía se aprecian pinturas del siglo XVII; o la fuente de los Tritones, que durante años estuvo en una plaza de la ciudad de València.
También podemos ver el palacio del abad, destinado a la recepción de personajes ilustres; el claustro del silencio, para pasear, leer o meditar; el portal nuevo, que es el acceso principal; la sala capitular, donde se reunían los monjes a leer los capítulos de la Orden; la obra nueva, un gran edificio en el que estaban los dormitorios y la bodega-almacén, entre otras dependencias; el locutorio, lugar de conversación de los monjes; el refectorio, el comedor; la plaza Sur; la puerta de la Xara, que era el acceso habitual; y el almacén arqueológico, en las antiguas cuadras del monasterio.
Al ser monasterio real, por aquí pasaron diferentes reyes de la Corona de Aragón –empezando por su fundador, Jaume II-, además de la familia Borja, que tuvo tres miembros que fueron abades de este templo.
La Ruta de los Monasterios y otras sendas
El templo de Simat de la Valldigna forma parte del itinerario turístico “la Ruta de los Monasterios”, en el que figuran también el del valle de la Murta de Alzira, el de Aigües Vives de Carcaixent, el de Sant Jeroni de Cotalba de Alfauir y el del Corpus Christi de Llutxent. Se puede seguir en coche o bien recorrerla haciendo senderismo y siguiendo las marcas del GR-236, de más de 90 kilómetros (puedes completarla por tramos); discurre por antiguas sendas históricas de origen medieval, como el “Pas del Pobre”, así como vías pecuarias, sendas de montaña, caminos rurales y antiguas vías de ferrocarril.
Hay otros recorridos que vale la pena conocer en los alrededores del pueblo de Simat de la Valldigna: “Los Tesoros de Simat”, que pasa por el monasterio y por otros puntos de interés como la Font Gran y la mezquita de la Xara; la “Ruta del Agua”, que ayudan a descubrir el aprovechamiento de este recurso natural tan importante a través de fuentes, balsas y acequias; o la subida al Toro, de poco más de 600 metros de altitud.
Raquel Andrés