“Cuidaba a mis ovejas, hacía queso Idiazábal y gané una medalla olímpica”, entrevista a Maider Unda
Escrito por
16.07.2024
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14min. de lectura
Medallistas olímpicos rurales (1/5): Maider Unda
Estrenamos el serial de entrevistas Medallistas olímpicos rurales en EscapadaRural. Los Juegos Olímpicos de París 2024 nos sirven como excusa para descubrir las raíces rurales de cinco deportistas que han logrado subir a un podio olímpico. En la primera entrega, charlamos con la luchadora vasca Maider Unda, medalla de bronce en Londres 2012, que compaginaba la práctica deportiva con la elaboración de queso DOP Idiazábal en la explotación familiar de Olaeta (Álava).
Maider Unda (Olaeta, 1977) nos levantó del sofá un 9 de agosto del 2012, cuando logró la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Londres en la competición de lucha libre. El éxito le llegó a los 35 años. Pero detrás del brillo del metal se esconde toda una vida de sacrificios y superación. Lecciones, como ella reconoce, que le enseñó el campo.
La luchadora vasca se crió y creció en un caserío en el valle de Aramayona, a los pies del Parque Natural de Urkiola. Desde bien joven tomó las riendas del negocio familiar, la quesería Atxteta Gazta, donde cuida a su rebaño de 300 ovejas lachas y elabora queso Idiazábal de forma artesanal. Siempre se ha enfrentado a los obstáculos que le plantea un entorno que, a su juicio, es profundamente machista. Y lo sigue haciendo.
La historia de Maider es la de una mujer deportista en el mundo rural. O mejor dicho, la de una mujer rural que halló en el deporte el lugar para enseñarse a sí misma, y a los demás, todo lo que vale.
- La suya es una historia rural desde su primer día de vida.
Sí, yo nací en un caserío vasco, de los de toda la vida. El caserío de mi familia está en Olaeta, un barrio de Aramayona de poco más de 100 habitantes. Es una zona profundamente rural, de casas sueltas. No hay grandes edificios. Me he criado con los animales y con la huerta. En mi familia siempre se había hecho queso, y fueron mis padres los que pusieron una quesería. Es un entorno que siempre me ha gustado y que he aprendido a valorar cada vez más con los años.
- ¿Y cómo es la infancia de una niña de Olaeta?
Como la de cualquier otro niño. Iba al colegio en Ochandiano, el pueblo de al lado. Estudié allí hasta los 14 años. Y tuve la gran suerte de que, de repente, un señor decidió empezar a dar clases de lucha. No porque en el País Vasco o en España hubiera tradición de este deporte, sino porque a él le gustaba. Todo empezó como una actividad extraescolar. Y me acabó cambiando la vida.
- Así empezó su relación con la lucha libre.
Afortunadamente, cuando eres niño no filtras, simplemente te dejas llevar por impulsos. Una cosa te gusta o no te gusta. A mí siempre me ha gustado el deporte, y esta actividad la podíamos hacer las chicas. Decidí probar. Y eso me llevó a donde me ha llevado.
- ¿Encontró dificultades para entrenar en su entorno? ¿Cómo eran las condiciones?
Eran suficientes. Por suerte, para practicar la lucha libre no hace falta tener un gran gimnasio ni unas condiciones muy especiales. Simplemente creo que, al principio, lo más importante son las ganas. Con ganas se ahorran muchas cosas en la vida.
- Y fue progresando en el mundo de la lucha libre.
Fui quemando etapas casi sin darme cuenta. De repente te presentas a los campeonatos, vas viendo que avanzas. A mí, sobre todo, me gustaba lo que hacía. Pero la lucha femenina ni siquiera era todavía olímpica. Era un deporte muy minoritario. No tenía nada de infraestructura ni de ayudas, y me fui desconectando. Durante un par de años casi lo dejé. Pero entonces, se empezó a rumorear que en 2004 la lucha femenina iba a ser olímpica.
- Un impulso para los luchadores.
Y tanto. Entonces empecé a entrenar más en serio, a participar en los campeonatos de España, que hasta entonces ni siquiera se organizaban en categoría femenina. Así fui metiéndome cada vez más de lleno en la lucha libre. Hasta el punto de que, en el 2002, decidí apostarlo todo: dejé mi casa y me fui a Madrid a entrenarme en un centro de alto rendimiento.
- ¿Cómo fue esa experiencia?
Empecé con muchísima ilusión. Pensar en poder ir a unos Juegos Olímpicos… es una palabra muy grande. Pensé que todo iba a ser muy bonito, un cuento de hadas. Pero no lo fue. Allí, solo eres uno más. Un número. Si estás compitiendo y sacas resultados, eres Dios. Pero en el momento en el que te lesionas, eres un cero. Psicológicamente es duro. Muy duro.
u0022Me mudé a Madrid para entrenar en un centro de alto rendimiento, pero no me adapté. Me di un buen tortazo. Volví al caserío familiar… y fue cuando empecé a conseguir resultadosu0022
- Sus palabras suenan a desencanto.
Me di un buen tortazo. Siempre he dicho que esa es la mayor lección de mi vida. Me sirvió para saber valorar lo que tengo aquí, lo afortunada que soy de vivir donde vivo y dedicarme a lo que me dedico.
- A veces tenemos que tomar distancia para apreciar lo nuestro…
O perder algo para saber qué hemos perdido.
- ¿Tanto echaba de menos el pueblo?
Sobre todo echaba de menos ser yo. En un centro de alto rendimiento tienes que adaptarte a su disciplina. Y a mí eso se me hizo muy grande.
- Decidió volver.
Sí. Volví con heridas, tanto físicas como psicológicas. Estaba lesionada y me costó recuperarme. Pero tenía una idea clara: a partir de entonces, la lucha no lo iba a ser todo para mí. Ni podía ni quería vivir exclusivamente para ello. Coincidió que mis padres ya llegaban a la edad de jubilarse, así que decidí tomar las riendas del negocio familiar: llevar la huerta, cuidar los animales, elaborar el queso… Y curiosamente, empecé a conseguir resultados deportivos.
- Lo que es la mente humana.
Si la mente está bien, las cosas cuestan bastante menos.
- Se puede decir que en el caserío recuperó su esencia.
Sobre todo recuperé mi espacio, un lugar donde poder estar tranquila. Quería seguir luchando, seguía teniendo el sueño olímpico. Entrenaba mañana y tarde, pero el resto del día podía pensar en otras cosas, disfrutar, vivir. En definitiva, ser yo.
- ¿Cómo conseguía compaginarlo?
Afortunadamente, cuando tomé el relevo de mis padres en la quesería, ellos todavía podían ayudarme. Pasaba temporadas fuera de casa para poder entrenar y competir, a veces hasta 20 días seguidos. Alguien se tenía que hacer cargo del negocio. No podría haberlo compaginado sin la ayuda de mis padres y mi hermana, la persona que siempre ha confiado en mí.
- Debió de ser duro.
Fue intenso. Pero si tú haces las cosas con ganas, no te cuesta. Exige mucho, tienes que esforzarte a todas horas. Las ovejas comen todos los días. Pero si le pones ganas e ilusión, no es tanto trabajo. Te tiene que gustar. Puedes tener un mal día, pero mañana va a empezar uno nuevo, y puede que sea un buen día.
- Y llega por fin la recompensa: poder vivir la experiencia olímpica.
Tengo dos participaciones olímpicas, y no tiene nada que ver una con la otra. La primera fue en Pekín (2008), estuve casi veinte días allí para competir. Conseguí un quinto puesto: diploma olímpico. Y sobre todo pude vivir la experiencia, que es increíble. Vivir el espíritu olímpico desde dentro, no tiene precio. La segunda vez fue en Londres (2012). Me lo planteé de otra forma. Solo estuve cinco días allí. Llegué un día antes de la prueba, competí y volví. Por suerte, con la medalla de bronce.
- La gloria.
Cuando consigues alcanzar un sueño, todo el esfuerzo ha merecido la pena. Sientes que estás en una nube. Y cuesta mucho aterrizar. Cuesta bajar a la tierra.
- Para eso está el pueblo.
Los primeros días todo fueron celebraciones. Conseguí la medalla un 9 de agosto y volví el 12 o el 13. Fue un día muy bonito. Una pancarta gigante a la entrada del pueblo, todo el mundo en la calle… Poco después, el día 15, eran las fiestas y me hicieron un gran homenaje. Cuando todo eso pasó, me cogí unos días de vacaciones, para desconectar. Pero siempre toca volver. Retomar la rutina, que para mí significa disfrutar. Intentaba seguir siendo yo. Reconozco que tengo mi carácter y no puedo cambiarlo. No porque haya conseguido una medalla olímpica me creo más de lo que era antes. Yo era la misma persona: cuidaba a mis ovejas, hacía queso Idiazábal y gané una medalla olímpica. Aunque la gente ya no me miraba con los mismos ojos. Es lo que tiene el pueblo, que nos conocemos todos. Y eso que todo el mundo sabía lo que me había costado llegar hasta ahí.
- Me cuesta pensar que no sacaran pecho.
Hay mucha gente que sí, que presume de medallista olímpica, y te lo agradece. Pero también hay quienes no admiten que una aldeana haya llegado tan alto. Sobre todo, porque soy mujer.
- ¿Es un entorno machista?
Siempre me he movido en mundos ‘de hombres’. Pero no pensando en que son de hombres, sino en que tengo sus mismos derechos, me da igual ser hombre o mujer. Esa especie de patriarcado es difícil de explicar. En el País Vasco, y más en las zonas rurales, parece que tengamos un matriarcado muy fuerte. Pero, nos guste o no, hay mucho machismo. Hay gente que no le habla igual a mi hermano que a mí. Me lo tenía que llevar a las reuniones de trabajo o a las negociaciones, porque a mi no me tomaban en serio. Eso me sigue indignando muchísimo. Decimos que hemos avanzado mucho, y seguramente es verdad. Pero todavía tenemos mucho trabajo por hacer.
- Pues pongámonos manos a la obra.
Es lo que hago en mi día a día. Tengo dos niñas, y les quiero legar un entorno mejor, sin tanto machismo. A mí me toca conjugar la maternidad con el trabajo. Me levanto a las cinco de la mañana para hacer una parte de las tareas del caserío, volver a casa y poder llevarlas al colegio. Y después me toca seguir trabajando. Cada día, entre otras tareas, tengo que ordeñar a las ovejas, darles de comer, hacer el queso, sacarlas a pastar… es un no parar.
- ¿Y las niñas cómo lo llevan?
El campo les gusta. Luego ya lo que es el día a día, con tanto trabajo… pues claro, son niñas y necesitan diversión. Pero vivir en el campo, les encanta.
- Háblenos un poco del entorno en el que viven.
Aramayona está en un valle muy bonito. Todo es verde. ‘La pequeña Suiza’ le dicen. Olaeta está un poquito más apartado y es mucho más llano. Está rodeado de montañas. Tenemos muy cerca el Parque Natural de Urkiola y el Pico Anboto. Las actividades aquí son paisajísticas, con infinitas rutas que recorrer, todas preciosas. En la quesería organizamos también la actividad ‘Pastor por un día’.
- Su pequeña aportación al turismo rural.
Es una especie de visita guiada a la quesería. Empecé a organizarlas cuando dejé de competir. Duran más o menos una hora, normalmente los domingos a mediodía. Hacemos un recorrido por las cuadras, les explico a los visitantes el ciclo reproductivo de las ovejas y cómo se gestiona un rebaño de 300 ovejas, que es lo que tenemos aquí. Luego vemos un vídeo de cómo elaboramos nuestro queso. Para tener la Denominación de Origen Idiazábal, el queso debe ser elaborado íntegramente con leche cruda de oveja de raza lacha. Nosotros le añadimos cuajo natural. La visita guiada termina con una cata de quesos.
- ¿Tienen éxito?
Casi todas las semanas hay gente. En las épocas del año en las que tenemos corderos recién nacidos, suele haber más visitas. Y en verano también, porque hay gente que veranea en la zona. También tenemos grupos de extranjeros, ya que por aquí pasa la ruta del vino y del pescado, que va desde la Rioja hasta la costa. También se organizan rutas en bicicleta y a caballo.
- ¿Y le reconoce la gente?
No todos (ríe). Cuando explico que soy medallista olímpica, la gente se sorprende más todavía.
- ¿Le piden que les enseñe la medalla?
No hace falta. La tengo en la sala de las visitas, para que la vean bien.
- ¿Qué cree que le ha aportado el hecho de provenir del entorno rural en su disciplina deportiva?
Los valores que te transmite el campo: trabajo, constancia, superación… Me han ayudado mucho en el deporte, totalmente. Por suerte provengo de una familia muy bien estructurada, que me ha inculcado unos valores. Desde pequeña aprendí lo que es el sacrificio. Había días que tenía que ayudar a mis padres y no podía ir con mis amigos. Eso lo puedes aplicar al deporte: habrá días que te tengas que quedar descansando, porque al día siguiente tienes que entrenar, o competir.
- ¿Y al revés?
Son mundos con tantos paralelismos… Sobre todo, el saber que las cosas cuestan, cuestan, cuestan… pero al final salen. Eso me lo ha dado el deporte. Hay que sembrar mucho para poder recoger. No solo sembrar, también seguir cuidando. Regar. Sale una mala hierba, y la tienes que arrancar. Puede que la planta se tuerza un poquito, y la enderezas. Son muchas cosas. Yo empecé a practicar lucha libre con 9 años y terminé consiguiendo la medalla con 35. Es mucho, mucho trabajo.
- ¿Sigue teniendo relación con el deporte?
Realmente no, porque tengo dos niñas y un trabajo que exige mucho. Lo sigo por redes sociales, tengo contacto con gente con la que he competido, pero no me da la vida para más. Cuando mis hijas sean mayores, supongo que tendré un poquito más de tiempo para mí. También he necesitado unos años de desconexión, estaba saturada. Pero seguro que llegará un momento en el que vuelva a querer conectar.
- ¿Y estará mentalmente preparada?
Somos personas, no máquinas. Y a veces nos quedan en la memoria cosas que no nos han gustado. No las queremos volver a revivir. Siempre he dicho que las mayores lecciones de vida te las dan las cosas malas, los momentos duros. Pero luego siempre te vas a quedar con lo mejor. Yo me quedo con que cada día tengo la suerte de poder dedicarme a algo que me encanta.
Miguel Perez
Me encanta el fútbol, leer, viajar, descubrir nuevos destinos y contártelos
Maño, rarito y poco respetuoso con las nomenclaturas y topónimos locales en euskara. Eso se llama colonialismo…