En el interior de Extremadura, a los pies de la sierra de Gredos, hay un pueblo por el que se puede pasear con los pies dentro del agua. No como si estuviese inundado, pero sí pisando las regueras –o regateras– que guían al agua que viene de las montañas por unas calles que mantienen el empedrado original de siglos atrás. Se trata de Valverde de la Vera (quien haya estado ya lo habrá reconocido), al nordeste de Cáceres. Este año ha conseguido el ‘certificado’ de ser uno de los pueblos más bonitos de España.
Para conservar esa belleza y su importancia como patrimonio, el 2 de febrero de 1972, la población fue declarada Conjunto Histórico Artístico. Una manera de preservar una villa que también cuenta con el título de ser el primer señorío creado en la Vera. Los interesados en conocer los cómos y los porqués que se acerquen a la entrada del pueblo, se encontrarán una instalación en la que se explica que:
“Su nombre viene de valle verde. El señorío de Valverde se entrega a la familia Monroy en 1292 en privilegio del Rey Sancho IV el Bravo. Comprendía las actuales localidades de Valverde, Viandar, Villanueva, Madrigal e incluso llegó hasta las aldeas de Salobral y Miramontes de los Gallegos, ambas en Ávila”.
Ya no quedan familias que tengan propiedades tan extensas, aunque sí hay fincas alrededor de estas villas cuyos dueños pueden presumir de extensión. De hecho, se dice y se comenta que muchos famosos han comprado terrenos por la zona para hacerse casas alejadas de posibles paparazzi y los inconvenientes del éxito masivo ¿Nombres? Alejandro Sanz o Shakira son dos de las celebridades que un día podrían aparecer tomando algo en el centro del pueblo si los rumores son reales.
Valverde de la Vera tiene diversos puntos de interés por el que cada día pasa alguno de sus 480 habitantes censados (según datos de 2018, la cifra puede haber variado un poco aunque no se ha convertido en una gran ciudad precisamente). Uno de ellos es el castillo, o más bien los restos –la torre del Homenaje– de esta construcción civil que data del siglo XIII y que fue remodelada por Dña. Leonor Niño de Portugal y su marido, Don Diego López Zúñiga, nombrados Condes de Nieva en 1415.
Del edificio queda apenas una fachada, pero está situado en un lugar privilegiado desde el que se puede ver todo el pueblo en panorámica y la extensión del valle en los días claros. En las escaleras de la explanada que hay debajo del castillo se cruzan los turistas que sacan fotos con los adolescentes que pasan el rato sentados en grupo y los paisanos que salen a dar el paseo diario. Alguno será el abuelo de alguno de esos chavales o el tío de su padre, porque todo el mundo se conoce y está ligado de alguna manera. Es inevitable en un municipio tan pequeño.
Al dar la vuelta al castillo, está la iglesia de Nuestra Señora de Fuentes Claras, construida en el siglo XVI aprovechando parte de la fortificación. Una de sus características más reseñables es que tiene una cabecera hexagonal, tres naves y su planta es rectangular. En el interior hay una imagen de la virgen que le da nombre y también están enterrados Leonor y Diego, los mencionados Condes de Nieva, responsables de esta urbanización.
La plaza de España es el punto neurálgico del pueblo: allí está el ayuntamiento y también el centro de la tercera edad, que además es un bar con terraza. Al otro lado de la plaza, también se puede parar a tomar algo mientras se mira la fuente de cuatro caños que está en el medio y que en Semana Santa se viste de fiesta. A su alrededor se colocan unos arcos con flores para celebrar lo que se llama ‘El encuentro’, una tradición que representa, precisamente, el encuentro del niño con la virgen de la noche del Sábado Santo al Domingo de Resurrección.
Esas son las fiestas más señaladas de la villa, que se llena de personas que van a observar la tradición conocida como ‘Los empalaos’, declarada Fiesta de Interés Turístico de Extremadura el 18 de enero de 1980. La noche del Jueves Santo, los penitentes se atan a una cruz que cargan sobre las espaldas para realizar un Vía Crucis por el pueblo con sogas que les cubren el torso y los brazos. Un velo cubre su cabeza y su cara sujeto con una corona de espinas, ya que generalmente preservan su identidad.
Se arrodillan ante las cruces católicas que hay y cuando se encuentran unos con otros. Los ‘empalaos’ suelen ser hombres, aunque algunas mujeres también realizan su penitencia pero sin atarse a la cruz, solo la portan. El recorrido se realiza en silencio y, de hecho, para advertir a los espectadores escandalosos hay una especie de lema que dice: “los empalaos piden silencio y respeto’.
El ritual es tan famoso, que quienes visiten el pueblo en otra fecha que no sea la de esta fiesta católica, pueden conocer más a fondo esta historia en la Casa-Museo del Empalao, otro de los puntos de interés de Valverde de la Vera. Es una oportunidad para recorrer las calles de la villa, incluido el barrio judío. Se llama así precisamente porque, en el siglo XV, más de 100 familias judías vivieron en esta ubicación. Más que en otros pueblos de la comarca por aquellas fechas.
La arquitectura de las casas del centro histórico es una de las características más interesantes del municipio. Conocida como ‘verata’, las viviendas edificadas dibujan calles estrechas –que permiten algo de frescura en los tórridos días del verano extremeño– y están construidas con adobe y madera. Algunas tienen soportales y otras tienen una parte que cuelga sobre la vía, como si fuese un puente que comunica dos fachadas enfrentadas. En esa parte de la casa también había habitaciones y la distribución interior de dichos hogares era, cuanto menos, sorprendente.
En los tiempos en los que dichos edificios eran ‘de nueva construcción’, si no eran demasiado pudientes, dos o varias familias podían compartir vivienda (algo no tan diferente a lo que ocurre ahora). Debido al reparto de los espacios, para entrar en su cuarto, quizá el inquilino debía atravesar el salón de otra de las familias que habitaban la casa. Como si de una comuna hippie se tratase, pero muchos años antes de que los practicantes de la paz y el amor con pelo largo fuesen siquiera un proyecto.
La Picota está en una plaza en la que suelen descansar los gatos locales si no hay mucho trasiego. Se trata de una columna en cuya parte superior sobresalen cuatro cabezas de animales y termina en una torre de estilo gótico. Para quienes no lo sepan y aunque el entorno sea idílico, una picota es el sitio en el que se ataba a los presos para exponerlos al escarnio público.
También tenía otra función bastante más tenebrosa –por si la primera no fuese suficiente– que era la de exponer la cabeza de los ejecutados para que los lugareños tomasen nota de lo que les podía ocurrir en caso de quebrantar la ley. En todo caso, esas costumbres ya son parte de la historia y actualmente es un lugar perfecto para sentarse a disfrutar del silencio o del buen tiempo.
La comarca de La Vera es conocida también por la calidad de sus bordados, que suelen representar flores llenas de color. Se ven en los trajes regionales, pero también en la ropa de cama y del hogar: dibujos de hilo cosidos puntada a puntada sobre tela blanca que solían componer el ajuar de la novia (aún hoy hay quien sigue manteniendo la tradición). Esas labores también se plasman en mantones que además de ponerse para vestir en ocasiones especiales, ahora se cuelgan de los balcones para engalanar las fachadas.
Hace unos años, la costura también se reveló como una excelente manera de refrescar el ambiente. Las y los aficionados al ganchillo tejieron grandes parasoles de colores para colgar de ventana a ventana formando una especie de techo de hilo para las calles. Así, aunque la luz se colaba entre los agujeros de los dibujos, la sombra permitía pasear por el pueblo sin temor a sufrir una insolación.
En esos meses en los que la sombra es un bien tan preciado, la Garganta Naval, en la que se encuentra la piscina o charco natural conocida popularmente como La Chorrera es un oasis. Es solo una de las muchas zonas de baño que hay por la zona. Los amantes del senderismo pueden disfrutar recorriendo la Ruta de Las Jaras, que sale desde la plaza del Ayuntamiento y dirige al paseante al mirador de las Jaras, punto álgido del camino que termina de nuevo en el sitio en el que comenzó.
Después de un baño en las aguas frías –por no decir heladas– en una garganta o una buena caminata por el pueblo, nada mejor que disfrutar de una bebida refrescante y una tapa de migas extremeñas. Uno de esos pequeños placeres cotidianos al aire fresco de la naturaleza.
Carmen López