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Si has visitado algún pueblo del Pirineo aragonés, seguramente te habrán llamado la atención, al levantar la vista, sus imponentes chimeneas. Las chamineras (así se las denomina en fabla aragonesa) son un elemento arquitectónico muy característico del Alto Aragón y, especialmente, de la comarca del Serrablo. La mayoría de ellas están coronadas por un curioso elemento que en la actualidad ha quedado como ornamental, pero al que tiempo atrás se le daba una utilidad muy específica: los espantabrujas.
Como su propio nombre indica, los espantabrujas (o, como también se les llama, bichelos o capiscoles) servían, según la creencia popular, para mantener alejados del hogar a los malos espíritus y las energías negativas. Para que las brujas no pudiesen entrar, en definitiva. Eran un elemento más de un conjunto de creencias, amuletos y supersticiones destinados a proteger el hogar, que tienen su origen en la época medieval y cuyo legado ha conseguido sobrevivir hasta nuestros días.
La importancia de las chimeneas como elemento central de la casa
La mayoría de pueblos del Pirineo aragonés conservan una arquitectura típica de la alta montaña, influida de manera muy decisiva por el clima. En estas zonas, las casas se han construido desde antaño teniendo en cuenta que deben soportar inviernos muy duros, con nevadas copiosas y frecuentes, heladas y temperaturas muy bajas.
Así, por ejemplo, encontramos anchos muros de piedra que aíslan del frío y tejados de pizarra inclinados para evitar la acumulación de nieve. También están presentes otros elementos muy característicos que dotan a las construcciones pirenaicas de un carácter único y muy especial.
Uno de los elementos esenciales de cualquier casa pirenaica era la chimenea, fundamental para mantener el hogar caliente en los meses más gélidos. Por eso, las chimeneas solían dominar la estancia principal de las viviendas, y alrededor de ellas se organizaba la casa y se hacía la vida. Eran también lugar de reunión y socialización. Sobre los tejados destacan las salidas de humos como un elemento arquitectónico muy característico, con su forma mayoritariamente troncocónica o cilíndrica, aunque también las había cuadradas o rectangulares, en ocasiones.
Por otra parte, en el Medievo y las épocas posteriores se consideraba la casa como el lugar de refugio de la familia y, por tanto, había que protegerla. Esta protección se realizaba tanto a nivel físico como espiritual, ya que debemos tener en cuenta que estamos hablando de una sociedad agropecuaria, fuertemente influida por creencias sobrenaturales o místicas. Estas creencias resultan más acentuadas, si cabe, en este tipo de entornos montañosos, considerados hostiles.
Amuletos de protección en los puntos débiles del hogar
Así pues, según las creencias históricas, era imprescindible colocar elementos simbólicos de protección en los puntos débiles de las casas, tales como puertas, ventanas, aleros y, por supuesto, chimeneas. Se creía que estos elementos de protección mantenían la casa a salvo, evitando que entrasen los espíritus malignos. Los llamadores de las puertas, por ejemplo, se tallaban muchas veces con motivos animales o en forma de garra, porque se creía que de este modo protegían el umbral del hogar.
Otra costumbre ancestral relacionada es la de colocar cardinchas (la flor del cardo) en las puertas de las casas, como medida de protección contra las brujas. Es la misma tradición que se sigue en el País Vasco, donde estas flores se denominan eguzkilores. Se creía que la curiosidad de las brujas las obligaría a contar uno a uno los pelillos de la flor durante la noche y, como son tantos, se les haría de día antes de terminar, por lo que deberían correr a esconderse sin haber conseguido entrar en la casa.
La colocación de estos elementos simbólicos, asimismo, conllevaba la realización de una serie de rituales que reforzaban esa protección del hogar. Buena parte de estos ritos y conjuros estaban relacionados con el fuego, que tradicionalmente ha sido un elemento muy utilizado en contra de las brujas. Por ejemplo, no es casualidad que durante la Inquisición se quemase en la hoguera a las mujeres condenadas por herejía o brujería.
El antropólogo oscense Ángel Gari, que ha estudiado en profundidad este conjunto de creencias y rituales protectores en el Alto Aragón, nos explica que en aquella época “tenían mucho miedo de lo sobrenatural y, por lo tanto, debían proteger sus casas, para poder sentirse seguros”. No es de extrañar, por tanto, esta obsesión por proteger el lugar de refugio de las familias.
Gari nos ofrece otro ejemplo muy gráfico de la importancia que daban los antiguos altoaragoneses a estos rituales protectores. “Cuando nacía un niño, en vez de sacarlo por la puerta, lo sacaban por la ventana, porque en la puerta temían que hubiera algún maleficio”, apunta el antropólogo. Hasta ese punto llegaba su obsesión por la protección ante lo sobrenatural.
Los orígenes de la tradición de colocar espantabrujas en las chimeneas
Ya hemos resaltado la importancia que se otorgaba a la chimenea (el hogar, en el sentido más puro del término) en las sociedades agropecuarias. Dando un paso más allá, Ángel Gari resalta el papel de la chimenea como “un espacio ritual en el interior del hogar” que había que salvaguardar “colocando objetos con símbolos protectores, costumbre que data al menos del siglo XV”.
Así, “sobre la chimenea se ponían morillos o cremallos (objetos de protección con forma muchas veces de muñeco), e incluso se hacían marcas protectoras, como cruces, en los instrumentos que utilizaban para manejar los rescoldos”, según explica Gari. De hecho, se han documentado numerosos rituales en torno a la chimenea y el fuego, como por ejemplo “no dejar que se apague el fuego durante la noche, hacer una cruz en la ceniza, rezar, colocar las tenazas en forma de cruz sobre los rescoldos…”. Todo con el objetivo de proteger la entrada a la casa por la chimenea.
En este sentido, en la sociedad tradicional altoaragonesa también existía la creencia de que “la chimenea, como concepto general, supone una vía que comunica el interior de la casa con lo superior, en el sentido de sobrenatural”, como explica Ángel Gari. Y añade, como otros ejemplos de esta idea de conexión con lo divino, que “por la chimenea, además de las brujas, en otros momentos históricos se decía que entraban las hadas, y más recientemente, Papá Noel”.
Pero para los antiguos habitantes de estas zonas, obviamente, la preocupación no era San Nicolás y su saco de regalos, sino que pudieran entrar en su casa espíritus malignos a través de la chimenea. Por eso se decidieron a proteger este punto débil de la casa con lo que ahora llamamos espantabrujas, aunque el término, como veremos más adelante, es una invención moderna.
Los diferentes tipos de espantabrujas de las casas tradicionales del Pirineo
Los espantabrujas, pues, son esos elementos de piedra que se colocaban como remate de las salidas de humo de las chamineras, con intención de protegerlas. Solían estar realizados en tosca (o toba), un material calizo abundante en la zona y fácil de moldear. A la piedra se le podían dar diferentes formas e incluso, en ocasiones, se les practicaba un orificio para hacer que el aire, al pasar, emitiese un silbido. En la sociedad de la época, creían que el ruido también actuaba como repelente de brujas.
Los más comunes eran los espantabrujas de forma cónica. Al parecer, simplemente buscaban por el entorno alguna piedra con esa geometría y la colocaban sobre la salida de la chimenea. Otras veces tallaban las piedras para darles alguna forma específica. Las había (y todavía las hay) en forma de cruz, en forma de vasija, que unas veces se colocaba hacia arriba y otras hacia abajo, o con apariencia de rostro o de figura humana, la mayoría de las veces con los brazos abiertos en gesto protector. También se han encontrado con forma de animal, como gatos o águilas.
Sin embargo, no existe un patrón que permita asignar tipologías de espantabrujas a zonas concretas del Pirineo. Más bien al contrario, según nos detalla Ángel Gari: “Ni había espantabrujas en todos los pueblos, ni todos los de un pueblo eran del mismo tipo”.
En la actualidad, en muchas casas pirenaicas reformadas y también en las de nueva construcción, se ha mantenido la costumbre de colocar espantabrujas como remate de las chimeneas, que también se construyen al estilo tradicional. Hoy en día sí que tienen un sentido únicamente ornamental, ya que el tipo de creencias que dieron origen a esta tradición se han abandonado casi en su totalidad.
El término espantabrujas, una invención moderna
Como apuntábamos antes, Ángel Gari subraya que “el término espantabrujas no aparece en ninguna referencia histórica; la función existía, pero el término es una invención moderna, que se difundió en unos artículos de los años 70”. “Hoy se utiliza como un término preciso, pero en la documentación sobre brujas que yo poseo, no aparece”, agrega. Así, señala que “la divulgación periodística muchas veces no es rigurosa ni precisa, y se ha distorsionado bastante el sentido de este tipo de protecciones”.
“Leyendo estos artículos, puedes llegar a la conclusión de que la mayoría de las casas tenían espantabrujas, y que se las denominaba así. Y ni una cosa ni la otra son ciertas”, insiste el profesor. De hecho, “en casas que datan de hace 2 o 3 siglos, los dueños no habían tomado conciencia hasta hace muy poco de que esos eran elementos de protección, sino que pensaban que eran meramente decorativos”. Es decir, no sabían qué es un espantabrujas.
Los mejores sitios para ver espantabrujas en el Alto Aragón
Como dice Ángel Gari, no hay espantabrujas en todos los pueblos del Pirineo aragonés, ni un patrón claro sobre su distribución o su tipología. Sí que podemos encontrar una mayor densidad de estos elementos en la comarca del Serrablo o en la Jacetania. “En los pueblos de Rasal o Santa Cilia, por ejemplo, hay muchas chimeneas con espantabrujas”, comenta Gari. El pueblo de Borau es otro de los que atesora una gran cantidad de espantabrujas, y también los encontramos, por ejemplo, en Santa Cruz de la Serós.
Si queremos observar auténticos espantabrujas originales, una buena opción es realizar alguna de las rutas senderistas que nos llevan a pueblos deshabitados del Pirineo. Por ejemplo, en el pueblo abandonado de Escartín hallaremos varios ejemplos de espantabrujas que podrían tener varios siglos de antigüedad.
Otra manera de acercarse a los espantabrujas es visitar el antiguo parque temático Pirenarium, ubicado en Sabiñánigo, que reabrió el verano pasado reconvertido como espacio verde de la localidad. En él podemos encontrar la reproducción a tamaño real de cuatro chamineras tradicionales del Alto Aragón, con sus respectivos espantabrujas. Asimismo, en algunas zonas del Pirineo catalán, como el Pallars, y en áreas montañosas de Asturias, también están presentes los espantabrujas.
Por último, en el pueblo de Abizanda existe un Museo de Creencias y Religiosidad Popular del Pirineo Central, ubicado en una antigua abadía del siglo XVII, que cuenta con más de 8.000 objetos y, entre ellos, varios espantabrujas originales. Actualmente, el museo se encuentra cerrado por problemas burocráticos.
Miguel Perez
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