«Del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio», escribió Cervantes en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Porque leer es bueno, pero en exceso, como en todo, no tanto. Y no porque seque el cerebro, sino porque provoca miopía, sobre todo si lees en el móvil.
E, irónicamente, debido a las pantallas, estamos leyendo más que nunca en la historia (aunque no sean libros, sino whatsapps o estados del Facebook), lo que está aumentando todavía más los casos de miopía.
Una historia de la lectura
Si bien nuestro cerebro está predispuesto para la comunicación oral, leer es una actividad antinatural: a diferencia del habla, que se aprende de forma espontánea cuando se introduce al niño en un ambiente donde se habla, la lectura requiere de un duro aprendizaje. Leer, además, es antinatural en el sentido de que obliga a fijar nuestra vista sobre un trozo de madera prensada salpicada de manchas de tinta. Enfocar la vista durante periodos prolongados sobre unas cadenas de letras tan de cerca nos empuja, a la larga, a enfocar peor de lejos.
Por eso, la miopía era casi inexistente en los pueblos de cazadores-recolectores, y en la Europa del siglo XIX solo afectaba a las clases educadas. La escritura se inventó hace unos 6.000 años, y la imprenta no llegó hasta el siglo XV. Sin embargo, hasta el XIX no empezó a ser habitual que las personas se pasaran muchas horas leyendo. Así pues, en la Dinamarca del siglo XIX, el 32 % de los estudiantes universitarios eran miopes, pero solo lo era el 12 % de los artesanos, y únicamente el 3 % de los trabajadores no cualificados, marineros y granjeros.
Ahora, en el XXI, gran parte de nuestro día lo pasamos con la mirada fijada en un punto muy cercano: las pantallas que nos rodean, desde el ordenador hasta el teléfono móvil (y eventualmente, algunos libros y revistas). Esto se traduce en una cantidad de lectura (y de contemplación de imágenes fijas o en movimiento) inédita en la historia: si el lector promedio lee 200-400 palabras por minuto, y un libro tiene unas 50.000 palabras, así que hacen falta 417 horas para leer 200 libros, que es aproximadamente la media anual que todos nosotros pasamos en las redes sociales.
Por esa razón, la miopía está creciendo, esto es, la dificultad para enfocar con la vista todo lo que esté más allá de unos dos metros de distancia. Estamos viendo cada vez más borroso lo distante. Y la tendencia afecta a unos más que a otros.
Población más afectada
Naturalmente, no todo depende de leer mucho: la miopía es un rasgo complejo causado por muchas interacciones entre un gran número de genes y múltiples factores ambientales. Leer dos libros a la semana, con todo, multiplica por tres en general la probabilidad de sufrir miopía.
Por todo ello, hay segmentos de la sociedad y hasta países o regiones del mundo donde la incapacidad de enfocar objetos distantes es un problema más común. Por ejemplo, en Europa y Estados Unidos casi una tercera parte de los chicos entre siete y diecisiete años de edad acaban necesitando gafas para corregir la miopía, pero en algunos países asiáticos este porcentaje es incluso mayor. La razón de esta mayor incidencia en países asiáticos, con todo, podría estar asociada a una dieta más rica en almidón, pues este es un factor que se empieza a tener en cuenta, aunque falten más estudios que lo respalden (sucintamente, lo propuesto es que el almidón sube los niveles insulina, que además de actuar sobre las placas de crecimiento de los huesos también lo hace en las paredes del globo ocular).
También bastan los cambios de hábitos de un pueblo para que la incidencia de la miopía cambie drásticamente, como demostró un estudio realizado en la década de 1960 sobre inuit de la isla de Barrow, en Canadá. En aquella época, los inuit tenían una incidencia de la miopía de apenas el 2 %, pero la cifra creció a medida que se adoptaban las costumbres occidentales.
Afortunadamente, hay algunos trucos para reducir esta tendencia.
Leer por tandas
Todavía hay muchas lagunas de ignorancia y variables que entran en juego a la hora de determinar las causas reales de la miopía, pero sabemos con bastante seguridad que ésta puede aumentar por el simple hecho de permanecer durante mucho tiempo enfocando objetos cercanos y muy poco tiempo enfocando objetos lejanos. Por esa razón, incluso aunque no se tenga en cuenta la lectura, los niños que pasan más tiempo en el interior de casa que en el exterior tienen una probabilidad mayor de desarrollar miopía.
Se ignoran las razones de que suceda esto a nivel biomecánico, pero se deduce que el ojo, sencillamente, requiere de una mezcla de estímulos visuales complejos para desarrollarse normalmente. Por esa razón, se suele aconsejar que se eviten exposiciones demasiado prolongadas con un único tipo de visión: por ejemplo, si leemos, hacerlo en períodos de media hora o una hora, y luego descansar un cuarto de hora dando un paseo o contemplando lo que nos rodea. Lo importante es usar el ojo para toda clase de cosas, y no centrarnos demasiado tiempo solo en una.
Lo que no parece tan relevante es la cantidad de luz que usemos para leer. La falta de luz no provocará miopía cuando leamos, sino que nos cansemos antes de leer. Pensemos que la falta de luz ha sido una constante en la historia de la humanidad, pero eso no incidió en la miopía realmente. O como resume Ken Jennings en su libro Manual para padres quisquillosos: «vivimos en una edad de oro sin precedentes por lo que se refiere a la correcta iluminación para leer, por lo que si los casos de miopía aumentan, tal vez la causa no sea nuestra distancia con respecto a la lámpara del salón».
Por otro lado, la ciencia y tecnología han empezado a asistir a los miopes hace unos pocos años. Desde que Galeno, el médico del siglo II, acuñó el término «miopía», ésta no se trató de ningún modo eficaz hasta que, durante el Renacimiento, los anteojos llegaron para mejorar la calidad de vida de quienes la sufrían. Más tarde, en 1784, Benjamin Franklin desarrolló las lentes bifocales.
Ahora, operaciones con láser incluso pueden corregir la miopía y otros defectos refractivos, lo que permite a los miopes continuar como si no fueran miopes. Quitándole incluso la razón a Cervantes, al menos en parte. Porque podemos leer más que nunca sin sufrir sus efectos secundarios gracias a la tecnología, incluso permitiéndonos ser más inteligentes; y, según un nuevo estudio de la Universidad de Yale en el que se preguntó a 3.635 participantes mayores de 50 años sobre sus hábitos de lectura, vivir más años que las personas que no suelen leer libros.
Sergio Parra
¿Leer es bueno?. Depende de lo que se lea, supongo.
Desde luego, para leer bobadas, ya sea en libro o, peor aun, en el ordenador y/o movil es mejor cuidar la vista y el cerebro.