Hay historias de amor que son eternas y que marcan lugares, tiempos, literatura, música. Romeo y Julieta, Cleopatra y Marco Antonio, Don Quijote y Dulcinea son personajes que nos llevan a viajar por las historias de amor y tragedia y siguen inspirándonos.
En Portugal, la historia de amor de Don Pedro e Inés de Castro marcó sin duda la historia del país e inspiró a grandes escritores como Luís de Camões, que dedicó un episodio de Os Lusíadas (la epopeya fundacional de Portugal) a la “bella Inés”.
«Las hijas del Mondégo ¡oh noche oscura!
— Luís de Camões
Llorando sin cesar te recordaron;
Y para alta memoria, en fuente pura
Las lágrimas lloradas trasformaron:
El nombre le pusieron, que aun le dura,
De «Las Cuitas de Inés» que allí pasaron;
Y de esa fuente, hoy vida de las flores,
Son lágrimas el agua, el nombre Amores.
Inés de Castro era hija de Pedro Fernández de Castro, señor de Lemos y Sárria (Galicia), y de la noble dama portuguesa, Aldonza Lorenzo de Valladares (cerca de Melgaço, en la frontera entre España y Portugal). Su familia era descendiente de nobles gallegos y portugueses y también estaba vinculada a la familia real castellana por descendencia ilegítima.
En 1339, Inés llega a Portugal como acompañante de Constanza Manuel de Villena, hija del noble Don Juan Manuel, cronista y poeta, señor de varios pueblos y castillos, descendiente de los reyes de Castilla, León y Aragón. Poco tiempo después, Constanza se casó con Don Pedro, infante de Portugal, hijo del rey Don Alfonso IV y de Beatriz de Castilla.
Como muchos matrimonios en la época, se combinó para crear una alianza con otro reino. Esta conexión no fue del agrado del infante Don Pedro, que se mantuvo alejado de Constanza después de la boda. En ese momento D. Pedro ya estaría perdidamente enamorado de la dama de compañía de Constanza. Se dice que Inés era rubia, de pelo abundante y muy elegante.
La historia de amor se hizo pública rápidamente y fue mal aceptada por la corte y por el rey Alfonso IV, que no veía con buenos ojos la amistad entre Don Pedro y los hermanos de Inés de Castro, que tenían pretensiones de poder. Sin embargo, nada pudo detener el amor de los dos.
El rey Alfonso IV ordenó entonces que Inés fuera expulsada de la corte en 1344 y la obligó a abandonar el país. Inés se refugió en el Castillo de Albuquerque, cerca de la frontera portuguesa, en Badajoz. Este era el castillo de Alfonso Sánchez, hermano bastardo de Don Alfonso IV, que el rey vio como otra afrenta. A pesar de todo esto, Don Pedro e Inés siguieron carteándose.
En 1354, Constanza murió en el parto al dar a luz a su tercer hijo, el futuro rey Don Fernando. Entonces Don Pedro se deshizo de ese matrimonio y ordenó el regreso de Inés, instalándola en una finca en Moledo, cerca de la sierra d’el Rei, donde vivieron momentos felices. Allí tuvieron tres hijos: Alfonso, Juan y Dionisio.
La relación entre los dos siguió siendo rechazada por la población y la situación empeoró con la aparición de la plaga que empobreció al reino. Los campos una vez fértiles fueron abandonados y la población huyó.
Don Pedro decidió entonces marcharse con Inés y se instalaron en la Quinta do Canidelo. Donó el patronato de la Iglesia de San Andrés de Canidelo y la instaló con todos los honores y comodidades. Allí nació una hija en 1353, Beatriz.
Unos años más tarde, Don Pedro e Inés de Castro se trasladaron al Paço de Santa Clara, en Coimbra. Esta cercanía al Monasterio de Santa Clara fue muy mal vista por la gente que se oponían a ese amor.
El rey Alfonso IV también veía con aprensión la existencia de los cuatro bastardos de Don Pedro, considerando que podía amenazar la independencia del país. Sus consejeros Pêro Coelho, Álvaro Gonçalves y Diogo Lopes Pacheco temían que los hermanos de Inés pudieran poner en peligro la vida del infante Don Fernando, el legítimo heredero del trono, si Inés llegaba a ser reina algún día. Por esta razón, presionaron al rey para eliminar esta amenaza, matando a Inés de Castro.
El 6 de enero de 1355 Inés es condenada a muerte en un juicio en el Castillo de Montemor-o-Velho. Al día siguiente, Don Alfonso IV llega a Coimbra acompañado de sus consejeros armados.
El 7 de enero de 1355, Don Pedro tenía previsto salir de caza. Don Alfonso IV y sus consejeros aprovecharon la ausencia de Don Pedro para entrar en el palacio y decapitaron a Inés, a pesar de las súplicas y gritos de sus hijos. Tras el asesinato, Inés fue enterrada en la Iglesia de Santa Clara.
El asesinato de Inés provocó la revuelta de Don Pedro contra su padre, el rey Don Alfonso IV, y se inició una guerra civil. Después de meses de conflicto, la reina Beatriz pudo intervenir y sellar un acuerdo de paz en agosto de 1355.
En 1357 muere Don Alfonso IV y asciende al trono Don Pedro. El nuevo rey buscó inmediatamente venganza de los asesinos de Inés. En junio de 1360 declaró en Cantanhede, ante testigos, que se habría casado en secreto con Inés, en 1354, legitimando así a los hijos de los dos y legalizando el matrimonio.
Posteriormente Don Pedro desterró a Pêro Coelho y Álvaro Gonçalves. Solo Diogo Lopes Pacheco logró escapar a Aragón y finalmente encontró refugio en Francia. Los dos hombres fueron capturados y ejecutados en Santarém. Cuenta la leyenda que Don Pedro, sediento de venganza, ordenó al verdugo que le arrancara el corazón del pecho a Pêro Coelho y de la espalda a Álvaro Gonçalves, lo que le valió el sobrenombre de «El Cruel».
Vengada la muerte de Inés, Don Pedro construyó un sepulcro en Alcobaça para recoger los restos de su eterna amada. Posteriormente, el cuerpo de Inés de Castro fue trasladado del Monasterio de Santa Clara de Coimbra al Monasterio de Alcobaça, acompañado de una procesión de más de mil hombres y mujeres con cirios encendidos.
Se dice que Don Pedro ordenó colocar el cuerpo de Inés en un trono, colocó la corona real en su calavera y obligó a todos los nobles, bajo amenaza de muerte, a besar la mano de aquella que ha sido reina después de muerta.
Don Pedro murió en enero de 1367. En su testamento ordenó que su cadáver fuera llevado a Alcobaça y depositado allí en el sepulcro que había construido junto con el de Inés de Castro. Aún hoy permanecen juntos, cara a cara, para que “puedan mirarse a los ojos cuando despierten el día del juicio final”, como dice la leyenda.
Ângela Coelho