El Hierro es la isla canaria más desconocida del archipiélago pero también la más misteriosa y sobre la que más leyendas existen. Una de estas historias que ha sido relatada de padres a hijos durante siglos tiene como protagonista el árbol Garoé, considerado sagrado por los aborígenes de la isla por sus «poderes» para proporcionarles el agua que tanto necesitaban en períodos de sequía.
Pero, ¿qué tipo de árbol emana agua? y, lo más importante ¿cómo? La respuesta la encontramos en la «lluvia horizontal», un fenómeno climatológico inherente a las Islas Canarias y, por ende, al islote herreño.
El aire de los fuertes vientos Alisios que, sobre todo en verano, azotan estas latitudes a diario, se condensa formando densos «mares de nubes» cuando asciende y se encuentra con las montañas. Este conglomerado de vapor de agua es capturado por las copas de los árboles -especialmente las de los tilos- que, posteriormente, lo destilan de manera natural dejándolo caer a la superficie en forma de una lluvia muy fina conocida como lluvia horizontal.
Con la ciencia en la mano, este proceso es fácilmente explicable hoy día pero, para los bimbaches, los que fueron habitantes de la isla hasta finales del siglo XV, era magia y lo atribuían a alguna especie de divinidad. El árbol Garoé (“laguna, río” en la lengua amaziq) era la máxima expresión de esta divinidad. Según describe Alberto Vázquez-Figueroa en su obra maestra Garoé, este ejemplar de tilo medía 15 metros de alto, tenía un tronco tan ancho que ni sietes personas entrelazadas podían abrazarlo y su follaje era tan tupido que miles de pájaros podían anidar en él sin cruzarse los unos con los otros.
Con el fin de acumular el agua que les proporcionaba su árbol sagrado, los primitivos pobladores tallaron varias albercas en los alrededores del árbol; aljibes rocosos que llegaban a medir 2.90 metros de ancho por 3.90 metros de alto y que tenían la capacidad de almacenar suficiente cantidad de agua como para saciar la sed de todos los que vivían en la isla.
Desgraciadamente, en 1610, un fortísimo huracán arrancó de cuajo el mítico Garoé. En su lugar, algo más de tres siglos después, en 1957, los herreños plantaron otro tilo con el fin de mantener vivo el recuerdo de este lugar tan especial y de tanta relevancia histórica para El Hierro. Exactamente en el mismo sitio, a 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar, en la localidad de San Andrés, antigua Tigulahe.
Este espacio natural tiene su propio Centro de Interpretación. Desde él parte un pequeño sendero de apenas 500 metros que conduce al lugar que dio origen a la leyenda y donde ahora tiene su hogar el nuevo tilo plantado a mediados de los 50. Un camino sencillo donde pueden verse las albercas talladas siglos atrás, y en las que se sigue destilando el agua de lluvia. El precio para los no residentes es de 2’50€. Para los ciudadanos de El Hierro tiene un coste de 1€ y para el resto de habitantes de las Islas Canarias, 1’50€. Está abierto todos lo días en horario de 10:00 a 18:00 horas.
El conjunto etnohistórico fue declarado Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Canarias.
Un lugar único, sagrado y mágico ligado a una historia de supervivencia y aprovechamiento de los tan necesarios recursos naturales.
Elísabet García