El último molino harinero de El Bosque
Escrito por
20.11.2022
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Situado en un enclave estratégico entre los parques naturales de la sierra de Grazalema y Los Alcornocales, la modesta localidad de El Bosque está acostumbrada a recibir a numerosos visitantes con mochila y botas de montaña que establecen en ella su base de operaciones para recorrer los muchos senderos que ofrecen ambos espacios protegidos. En El Bosque hay para ellos, además, un Centro de Visitantes con mapas, paneles y amables informadores que están ahí para divulgar sobre las muchas opciones que tiene Grazalema, que por cierto está amparada bajo el paraguas de la Reserva de la Biosfera de la UNESCO desde 1977.
El Bosque es feudo de senderistas y de amantes de la ornitología (es Zona de Especial Protección para las Aves – ZEPA) pero también acuden hasta ella muchos aficionados al paseo ocasional y al buen comer. Entre sus atractivos a pie de núcleo urbano se cuenta el ser uno de los famosos pueblos blancos que —como si alguien hubiera soltado un puñado de confeti sobre ellas— salpican las comarcas gaditanas de la Janda, la sierra de Cádiz y la serranía de Ronda, en Málaga.
El Bosque también presume de tener un pasado ligado a Don Rodrigo Ponce de León; una bella arquitectura gaditana con un palacio ducal del siglo XV incluido; un jardín botánico para contemplar la flora autóctona sin necesidad de subir desnivel alguno y un museo dedicado a ese célebre queso bosqueño, hecho con leche de cabras autóctonas cuya fama ha trascendido las fronteras de Andalucía para llevarse varios premios internacionales.
Pero esta localidad surcada por el río Majaceite tiene otro lugar de interés que pasa desapercibido para muchos. Precisamente a la vera de este curso fluvial —y alimentado por sus aguas— en El Bosque sigue en funcionamiento uno de los últimos molinos harineros (en activo) de España. Al frente del mismo está Francisco Javier González, quien heredó el oficio de su padre, quien a su vez lo había aprendido del suyo, quien también lo había adquirido de su progenitor hace ya más de 100 años.
El Molino de Abajo, construido en el siglo XVIII, es el último de los tres molinos que antaño hubo en El Bosque, un ingenio que ha seguido vivo gracias al empeño de una familia que nunca ha querido dar por perdida esta práctica ancestral a pesar de las numerosas y sucesivas dificultades que han tenido que ir superando a lo largo de los años.
— En España llegó a haber 22.000 molinos hidráulicos para la molienda de grano, pero el 99% han desaparecido completamente, o están en ruinas o se han reconvertido en otras cosas como restaurantes, hoteles rurales o museos —cuenta Francisco Javier
— Mi padre siempre tuvo la obsesión de que no dejáramos morir el molino del abuelo y por ese motivo, tras 30 años parado por la llegada de las nuevas tecnologías que en los años 70 condenaron a los molinos al olvido, decidimos rehabilitarlo y ponerlo de nuevo en funcionamiento.
La tarea no fue fácil pues la maquinaria llevaba décadas sin rodar y ya resultaba imposible encontrar piezas de recambio. Así, Francisco Javier y su padre Juan se dedicaron a recorrer España y Francia en busca de molinos tradicionales, de sabiduría molinera atesorada por los mayores de cada lugar y de piezas que pudieran reciclar para volver a revivir su Molino de Abajo. Entre las cosas que recuperaron se cuentan unas piedras de moler francesas de 1925.
— Aquí antiguamente usábamos piedra local, pero con la fricción, la caliza de esta zona soltaba arena y eso les obligaba a desmontar y limpiar la muela cada día —cuenta el molinero— Ahora con este material más resistente solo tenemos que desmontarla cada tres semanas aproximadamente.
De hecho, al margen del cambio de muelas, la maquinaria más que tricentenaria sigue funcionando exactamente igual que cuando se inauguró en 1707. El agua del río Majaceite se canaliza por tres vías que alimentan tres piedras de molino distintas. En cada una de ellas el agua cae por gravedad y mueve una turbina que transmite la fuerza motriz a la rueda de moler «volandera», es decir, la piedra móvil que se sitúa sobre otra rueda estática llamada «solera». El grano de trigo almacenado en una tolva se introduce entre las dos ruedas en movimiento y es expulsado por un lateral en forma de harina. El grosor de la molienda dependerá de la separación de las piedras entre sí.
— Cuando conseguimos volver a poner en funcionamiento el molino en 2005, quisimos convertir este lugar en un museo de los molinos —relata Francisco Javier— Nuestra idea, y así funcionó muy bien durante los primeros años, era dar a conocer este oficio tradicional a los niños y a los grupos de turistas. Empezamos haciendo muchos talleres de pan y visitas guiadas, pero a los pocos años llegó la crisis de 2008 y todo se vino abajo. La gente dejó de visitarnos.
Los reyes de los molletes
Pero los González no se resignaron. Tenaces en su empeño de no dejar morir el molino de sus ancestros, padre e hijo decidieron que si por un lado tenían un artefacto harinero en activo y por otro lado tenían un agricultor local que les proporcionaba el grano de trigo, ellos podían dedicarse a hacer pan. Para ello reformaron el obrador situado junto al molino, lo pusieron a la altura de las normativas del siglo XXI y empezaron a elaborar molletes, el típico pan blanco y suave de los desayunos andaluces.
Algo más de una década después, las muelas del Molino de Abajo siguen rodando a diario y Francisco Javier se ha convertido en uno de los panaderos más famosos de la provincia de Cádiz. Cada madrugada, sus molletes (porque ese es el único tipo de pan que trabaja) salen del obrador de El Bosque recién cocidos y viajan en furgoneta por toda la geografía sureña.
— Ahora en el obrador somos tres panaderos —explica el molinero— y el año pasado entre los tres llegamos a elaborar 350.000 molletes. Es un tipo de masa muy difícil de trabajar porque es muy fina, se pega mucho y hay que tener mucha paciencia, pero nosotros seguimos haciéndolo todo a mano y de ahí nuestro éxito.
Francisco Javier disfruta haciendo molletes a pesar de los horarios intempestivos a los que están obligados los panaderos, y combina esa tarea con la de mostrar a los visitantes cómo es el funcionamiento de un molino harinero tradicional. Junto a los molinos en activo, los González siguen abriendo la zona de museo que ocupa el espacio en el que su abuelo hacía y vendía pan a principios de siglo. Ahí siguen —en la misma venta donde los ancianos de El Bosque recuerdan haber ido a comprar el pan tantas y tantas veces— la antigua maquinaria panadera, el banco de trabajo y el horno de leña centenarios.
Kris Ubach