Historia y vida del lago de Banyoles en Girona
Escrito por
01.06.2022
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Hay gente en el mundo que le tiene miedo al mar. Es comprensible, bañarse en sus aguas tiene sus peligros y, de hecho, se le ha dado nombre: talasofobia. Pero hay otras personas a las que simplemente no les gustan ni las calas, ni las playas, ni las piscinas de agua marina por diversas razones. Dicen cosas como el agua está fría o esto parece una sopa (Cantábrico/Mediterráneo), tiene mucha sal, hay algas, mira qué peces, aquí no hay nada que hacer, ya está todo lleno de arena, qué agobio.
Intentar convencerles de las maravillas de ese rincón escondido entre rocas o de las bondades para la salud que reporta un simple baño marítimo es una batalla perdida. Pero algo hay que hacer para refrescarse en verano. Algo más divertido que meterse en la ducha o encerrarse con el aire acondicionado (opciones muy respetables, pero no demasiado trepidantes).
El agua dulce puede ser una buena opción. No hay sal, ni olas, ni arena (generalmente), ni la misma fauna que en el mar. Sí que suele haber otros animales y la temperatura óptima del agua no se puede garantizar, pero si esto también es molestia el siguiente paso es la piscina. O la bañera casera.
Un sitio estupendo para darse un remojón o practicar deportes acuáticos en un entorno digno de fotografía es el lago de Banyoles (estany de Banyoles en catalán). Está situado en la capital (Banyoles, sí) de la comarca de Pla de L’Estany, en Girona. No es un espacio nuevo, ni muchísimo menos: se formó hace 250.000 años, en la época cuaternaria, fruto de los movimientos tectónicos de la formación de los Pirineos.
Se alimenta de acuíferos procedentes de la Alta Garrotxa, aunque los estudios que lo afirman son relativamente recientes. Anteriormente, los científicos sostenían que el agua procedía de ‘aportaciones’ de los ríos Ter y Fluvià. También se afirma que el lago actual es más pequeño que el original, cuyas aguas estaban entre 6 y 8 metros más elevadas.
¿Quién o qué vive en el lago de Banyoles?
Los habitantes más evidentes son los patos que se desplazan a sus anchas por toda la superficie (y que fascinan a los niños). Hace poco se liberaron ocho tortugas para ayudar a la recuperación de la fauna de la zona y también hay ranas, sapos, culebras de agua y tritones. Entre la variedad de peces, hay barbos, bagres o pez black-bass. Para quienes ya estén pensando en sacar la caña, atención: solo se permite la pesca deportiva desde la orilla y para practicarla es necesario obtener una licencia.
Pero sobre lo que hay en el fondo del todo, en lo más profundo, en la parte más oscura, no existe demasiada información. Y un lago, para tener verdadero prestigio, tiene que tener su propio monstruo lacustre. Vale que Nessie es el más famoso del mundo, pero el de Banyoles también es popular en su entorno. Se le conoce como Mon-mon y se trata de un dragón acuático gigante que hizo su aparición en tiempos de Carlomagno, allá por el siglo VIII. El bicho, que echaba fuego por los ojos, vivía en una cueva de la zona y salía cuando tenía hambre. Empezó alimentándose principalmente de ganado, pero después fue abriendo su paladar a los seres humanos.
El mencionado Carlomagno recibió peticiones de ayuda de la población y se enfrentó al monstruo acompañado por una tropa de soldados. No consiguió su objetivo y finalmente se requirió la presencia de un monje franciscano llamado Mer (o Emérito) procedente de Narbona, que consiguió calmar los ánimos bien a través del rezo o como mediador entre los lugareños y el dragón (escoja su propia versión). Fuese como fuese, Mon-mom volvió a su guarida y los habitantes a la tranquilidad. Por su parte, el después nombrado santo Emérito o Mer, fundó el monasterio de Bañolas.
Nadie ha vuelto a verle, pero hay quien le responsabiliza de dos naufragios, uno en 1913 y otro en 1998. Pero no se ha conseguido probar que realmente el dragón haya vuelto a salir de su morada para hacer el mal (ni el bien).
También se especula sobre la existencia de un palacio sumergido frecuentado por hadas o mujeres del agua (unos seres recurrentes en la mitología) que cantan para atraer a los navegantes del lago y llevarlos a las profundidades. A ellas sí que nadie las ha visto nunca. En un plano menos esotérico, también se habla de los restos de un avión de la Guerra Civil.
¿Qué hacer en Banyoles?
Además de escudriñar sus aguas en busca del dragón, en el lago también hay otras formas de diversión. Una de ellas es, por supuesto, el baño aunque solo está permitido en tres zonas habilitadas. Una es La casita de madera, a la que se accede de manera gratuita. La otra es la del Club de natación de Banyoles, gratuita para los socios del club y de pago para el resto. Y también está la del bar Banys Vells, donde no hay que pagar por entrar pero se exige una consumición obligatoria.
Los amantes del senderismo también podrán sacarle partido a la visita. Es muy habitual hacer el recorrido alrededor del lago: son siete kilómetros por un camino que no presenta ninguna dificultad y quienes quieran tomárselo con calma encontrarán muchas zonas en las que pararse a descansar disfrutando del paisaje.
Una visita obligada es a las pesqueras. Construidas entre finales del siglo XIX y principios del XX, se trata de pequeñas edificaciones cuya función primordial era guardar los aparejos de pesca. Poco a poco fueron creciendo para acoger también la barca y algunas acabaron convirtiéndose también en vivienda. Actualmente se conservan 20 y son de uso privado menos la que acoge la Oficina de Turismo.
El lago también se puede navegar, bien alquilando pequeñas barquitas de remo o subiéndose al catamarán eléctrico llamado Tirona. En este último, además de ver el entorno desde una perspectiva diferente, también se puede aprender sobre la historia del lago gracias a la guía que se emite durante el trayecto.
Los deportes acuáticos como el káyak también son populares. De hecho, el lago se acondicionó para las pruebas de remo de los Juegos Olímpicos de 1992 que tuvieron Barcelona como sede. Asimismo, en 2004 sus aguas acogieron el Campeonato Mundial de Remo.
Pero quizás una de las actividades más placenteras de las que se pueden llevar a cabo en dicho entorno sea la de sentarse a ver cómo cambian los colores según la posición del sol. La tonalidad del agua puede pasar del verde al lila del amanecer al atardecer y transformar así todo el espíritu del lugar. Un espectáculo gratuito a cuenta de la naturaleza.
Carmen López