El romance histórico siempre ha tenido una fiel legión de seguidores pero actualmente su popularidad se está acrecentando. Es gracias –o por culpa– de las plataformas de streaming, que cuando detectan que un género o temática triunfa entre la audiencia aprovechan el tirón. Netflix ha sido la que más provecho le ha sacado a esta moda: The Crown fue la puerta de entrada al universo de las intrigas palaciegas, aunque la serie Los Bridgerton supuso una auténtica revolución de público.
La siguió la adaptación de la novela de Jane Austen titulada Persuasión y ahora le llega el turno a La emperatriz, la miniserie alemana basada en la vida, una vez más, de Isabel de Baviera, emperatriz de Austria y reina consorte de Hungría, más conocida como Sissi.
The Crown se basa en la vida de la Familia Real Británica desde el ascenso al trono de Isabel II y La emperatriz comienza con el enamoramiento del emperador Francisco José I quien, en lugar de escoger a Elena de Baviera como esposa, se quedó prendado de su hermana Isabel. Aunque se supone que la historia fue más o menos así, en la producción no se hace hincapié en que la novia apenas tenía dieciséis años, aunque sí se refleja desde el principio que su naturaleza no estaba hecha para seguir las normas.
Así fue cómo, queriendo cumplir el sueño del amor romántico, Isabel (según la nueva serie, no aguantaba que la llamasen Sissi) se vio abocada a una vida llena de restricciones que no soportaba, con una suegra que se inmiscuía en cualquier aspecto de su vida y con una salud mental inestable.
Sobre su personalidad se han contado muchas historias, aunque dependiendo de la fuente, a veces varían: las más populares hacen referencia al control férreo que llevaba sobre su peso –se dice que padecía bulimia nerviosa–, a la preocupación por su aspecto y a su obsesión por el ejercicio físico. Durante su juventud era casi más conocida por su belleza que por cualquier otra de sus facetas, aunque ella también participó en las decisiones estratégicas de su imperio y era amante de la literatura, por ejemplo.
Sin embargo, los problemas de la emperatriz no solo tenían que ver con su propia idiosincrasia. La muerte de dos de sus hijos (Sofía, cuando aún era muy pequeña y durante un viaje) y Rodolfo (en extrañas circunstancias junto a su amante la duquesa María Vetsera a los treinta años) la marcaron para siempre. Esa depresión perenne por la pérdida (después de la desgracia de su hijo no volvió a vestir de otro color que no fuese el negro) y su inacabable curiosidad por el mundo la convirtieron en una viajera incansable.
El viaje de Sissi Emperatriz en España
Aunque la serie se rodó íntegramente en Baviera lo cierto es que, durante su vida real, la protagonista se movió por el mundo con ligereza, manteniendo su identidad en secreto y rechazando invitaciones de miembros de la realeza y aristocracia europea. Corfú y Madeira fueron dos de sus destinos favoritos, pero también visitó España en donde dejó huella y además, se divirtió.
Uno de los lugares que le marcó y, a su vez, en el que ella dejó rastro fue Elche, en concreto su palmeral. La emperatriz llegó al puerto de Alicante en 1884 y quiso visitar el famoso Huerto del Cura, cuyo dueño en aquel momento (lo fue hasta 1918) era el capellán José Castaño. En el jardín de su propiedad, que cultivaba con esmero, había crecido una palmera muy especial que dejó sorprendida a la visitante: de su mismo tronco habían salido siete brazos o siete hijuelos, como se dice de forma más técnica.
Con motivo de la visita de Isabel de Austria, el capellán bautizó a ese ejemplar de ‘Phoenix Dactylifera’ como ‘Palmera imperial’ y mandó elaborar un busto de la emperatriz, que ahora está colocado junto a dicha planta. En el año 2000, este jardín fue nombrado Patrimonio de la Humanidad. Es el más grande de Europa y, por supuesto, el pulmón de Elche.
Pero no fue la única vez que la emperatriz –que a partir de su 50 cumpleaños comenzó a esconder su rostro de las cámaras de fotos y de los observadores desconocidos usando velos o abanicos– pisó suelo español. En sus frecuentes escapadas a la zona mediterránea, pasó por Sevilla en 1861, en donde asistió a una corrida de toros que hicieron en su honor (uno de los pocos agasajos que aceptó en sus visitas). Años más tarde, volvió a Andalucía para conocer Granada en 1863, como ha recogido la prensa actual, aunque no la de la época .
Mallorca también fue otro de los destinos de la emperatriz. El clima mediterráneo calmaba sus nervios y en el palacete de Son Marroig, situado en Deià –y por aquel entonces propiedad del archiduque Luis Salvador de Habsburgo–, aún resuenan sus pasos. Se dice que Isabel de Baviera disfrutó del atardecer desde su mirador, al igual que muchos de los visitantes que se acercan a esta construcción declarada Bien de Interés Cultural. Asimismo, la emperatriz también se alojó en el monasterio de Miramar, que pertenecía al mismo aristócrata, en el que ahora se puede ver una talla de la virgen que la honorable huésped dejó en agradecimiento.
La vida de la que fue conocida como Sissi terminó de forma abrupta y dramática, como había sido su existencia. Cuando tenía 61 años estaba paseando cerca del lago Lemán, en Ginebra, junto a la reina rumana Isabel de Wied cuando tropezó con un hombre. No era otro que el anarquista italiano Luigi Lucheni, que le clavó un fino estilete casi en el corazón a la emperatriz y la mató. En el lugar del crimen ahora hay una estatua que la recuerda.
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1 comentario
Sólo un inciso, cuando la emperatriz fue asesinada no estaba acompañada de ninguna reina rumana, si no de su dama de compañía. Fantástico artículo.