«Los buitres desaparecerán» dice Manuel Aguilera. Manu «el de los buitres» se ha pasado toda la vida entre aves carroñeras. Tiene 69 años. A los 12 años empezó a escaparse con su bicicleta al muladar de Binaced, en Huesca, su pueblo de siempre.
No pudo estudiar una carrera. No pudo ser biólogo. No pudo ser científico. Pero llevaba dentro el método: consiguió un cuaderno de campo, un bolígrafo y un cadáver en el que meterse para ver a los buitres sin ser visto. Aquello le proporcionó un placer intelectual inabarcable, fiebres y el tifus. Más de cincuenta años después, sigue aprendiendo cada día de los buitres leonados, de los buitres negros, de los quebrantahuesos, los alimoches. Recoge las sobras del matadero y se los lleva a uno de los cinco comederos. Los buitres no tienen comida y en diez años, de acuerdo con los cálculos de Manu, desaparecerán.
Dice que los buitres no raptan bebés, que sus garras no tienen capacidad prensil, que se les ha tratado de alimañas, monstruos, animales feos, feroces, peligrosos. Pero de cerca parecen gallinas grandes, de dos metros de envergadura, asustadizas. A Manuel Aguilera ya le han aceptado y es el único que puede acercarse a ellos.
Son endémicos de la Península ibérica. Son una joya que cuidar. Son compañeros de los humanos que limpian sus campos, que los previenen de enfermedades infecciosas. Pero durante su primer año de vida deben cruzar el país y llegar hasta el África subsahariana. En el camino de ida y vuelta mueren muchos. Y los que llegan, se mueren de hambre. Excepto algunos que Manu consigue salvar.
Javi
Fantásticos reportajes.
Me permite conocer España
Hola