Renace el Couto Mixto, una vieja república gallega sin apenas habitantes
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11.10.2021
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El granjero Cesáreo González es uno de los tres homes de acordo, representantes de las tres aldeas ourensanas que formaron durante siete siglos el Couto Mixto, un territorio independiente de España y Portugal. Lucha por recuperar la historia olvidada de su república, con la esperanza de que sirva para dar vida a unos pueblos que languidecen hacia la extinción.
En el atrio de la iglesia se sientan dos representantes de la república del Couto Mixto. Uno es de bronce y se llama Delfín Modesto Brandón, lleva traje, sombrero, pañuelo al cuello y bastón de mando, y es una estatua del último gobernante de este microestado gallego que fue independiente desde la Edad Media hasta 1868. El otro es un señor de carne y hueso, de 65 años, rostro redondo, ojos claros, sonrisa a veces irónica, que viste forro polar marrón, pantalón vaquero y zapatos. Se llama Cesáreo González, acaba de salir de su granja de terneros y ejerce de home de acordo, uno de los cargos que preservan la memoria de esta antigua república.
La iglesia de la aldea de Santiago -granito rebozado de líquenes- está rodeada por un muro bajo con una bancada corrida.
—El juez del Couto Mixto y los tres homes de acordo se sentaban aquí, discutían los asuntos y tomaban sus decisiones —explica Cesáreo—. Esto era el parlamento. No debían obediencia ni a España ni a Portugal.
Un olvido de seis generaciones había sepultado esta historia, pero desde hace unos años la desentierran con entusiasmo. Cesáreo me enseña las fotos del móvil en las que aparece con la capa negra ceremonial que suele vestir como home de acordo, ante el cofre de triple llave que contiene los documentos del territorio. La Asociación de Amigos del Couto Mixto se reúne en esta iglesia el primer sábado de julio para nombrar tres jueces honorarios, el título con el que distinguen a quienes colaboran con su causa: historiadores, etnógrafas, escritores, profesoras, cantantes de fado…
—Ya lo ves —me dice—, ya estamos preparados para una coalición independentista con las Vascongadas, si queréis.
—¿Van a proclamar la república?
—Hombre, tanto no, pero hace unos años pedimos la doble nacionalidad. Ya tenemos la española, queríamos que nos dejaran tomar también la portuguesa.
El historiador orensano Luis García Mañá, que fue jefe de la Policía en Galicia y senador del PSOE, presentó una moción para que los vecinos del Couto Mixto pudieran obtener la doble nacionalidad. La mesa del Senado la rechazó el 14 de marzo de 2017.
—Es un asunto simbólico, porque estamos dentro de la Unión Europea y ya no tenemos frontera entre España y Portugal —dice Cesáreo—, pero la doble nacionalidad habría sido un reconocimiento de nuestra historia, de nuestra cultura fronteriza.
“En la escuela nunca nos contaron nada”
El Couto Mixto lo forman tres aldeas, Santiago, Meaus y Rubiás, que languidecen hacia la despoblación. Ocupan el valle amplio y elevado del río Salas, entre sierras de granito y bosques de robles, en el extremo sur de la actual provincia de Ourense. Quizá se olvidaron de ellas cuando Portugal se independizó de León en 1143 y nadie se preocupó por colocarlas en un reino o en el otro. O quizá se preocuparon varios poderosos a la vez: quizá el señor feudal del castillo da Piconha, del que hoy apenas quedan rastros en un promontorio cercano, siguió gobernando estas tierras al margen de los reyes o con su consentimiento; quizá las pugnas entre diversas casas nobiliarias se equilibraron con la creación de este espacio intermedio, protegido con sus privilegios, sus exenciones, su independencia; quizá fue un coto de homiciados, es decir, un territorio en el que los criminales redimían sus penas a cambio de colonizar zonas recién conquistadas a los musulmanes, como sugiere García Mañá, principal investigador de esta historia.
En cualquier caso, estas aldeas constituyeron una república de veintisiete kilómetros cuadrados entre dos imperios que se repartieron el planeta pero dejaron este pedazo sin asignar.
Sabemos que cada tres años los vecinos elegían al juez, el cargo máximo del Couto Mixto. Votaban los cabezas de familia: todos hombres, salvo alguna viuda. Además, cada una de las tres aldeas nombraba a su home de acordo, a su representante en la asamblea. Hablaban gallego (“portugués mezclado”, dice Cesáreo), redactaban los documentos en castellano. Los vecinos podían elegir nacionalidad portuguesa, española o permanecer sin ninguna de las dos, y solían decantarse por una opción o por otra según soplaran los vientos políticos. No estaban obligados a registrarse con un documento de identidad, no pagaban impuestos cuando vendían sus productos en España o en Portugal, no servían en ningún ejército, tenían derecho a portar armas, no podían ser apresados salvo en caso de homicidio.
Las relaciones del Couto Mixto con las comarcas vecinas quedaron registradas durante siglos. Constan pequeños conflictos por el contrabando, protestas españolas y portuguesas porque el territorio servía como refugio de malhechores, invasiones de soldados que destruían los cultivos de tabaco -bastante malo, dicen las crónicas, pero barato porque lo vendían sin pagar impuestos-, cartas insumisas de los jueces del Couto Mixto que se negaban a dar cuentas de sus decisiones ante tribunales españoles o portugueses… Aparte de los roces comarcales, ni España ni Portugal prestaron demasiada atención a este pedazo de tierra. Hasta que en 1864 se tomaron en serio el trazado de aquella frontera difusa: los llamados Pueblos Promiscuos, tres aldeas edificadas sobre la misma raya, se integraron en Portugal; y a cambio las tres aldeas del Couto Mixto se integraron en España. Nadie consultó nada a los vecinos, que eran pocos y sin recursos para defenderse: los hicieron españoles de un brochazo, en 1868 empezaron a cobrarles impuestos y los mozos tuvieron que presentarse a filas.
—No parece que hubiera mucha resistencia —dice Cesáreo—. Quizá ya no les compensaba seguir independientes. Los productos se habían abaratado mucho con la industrialización, seguramente ya no sacaban tanto beneficio vendiendo telas o aceites, quizá les convenía más quedarse dentro de un Estado grande.
La peculiaridad del territorio cayó rápido en el olvido, como muestra la Historieta del Coto Mixto que publicó Delfín Modesto Brandón, el último juez, en 1907, para recordar unos atropellos que ya no interesaban a nadie. La historia de una república gallega separada de España, con un jefe elegido democráticamente, no pareció muy apropiada para divulgarla en las siguientes décadas.
—En la escuela nunca nos contaron nada del Couto Mixto —dice Cesáreo—. No sabíamos ni lo que era una república. Sabíamos que estas tres aldeas eran especiales, los de los otros pueblos nos llamaban “los mixtos”, siempre fuimos “los mixtos”, pero no teníamos claro por qué.
El Couto Mixto apenas era un territorio de leyenda, un escenario de las fantasías que le contaba su abuela.
—Mi madre murió cuando yo tenía 8 años. Me crié con mi abuela Amelia, que era ciega, y pasé muchas horas con ella en la lareira, junto a la lumbre, escuchando sus historias. Entonces no había televisor, pues qué íbamos a hacer: contar historias.
La abuela le hablaba de una princesa embarazada que llegó desde Portugal atravesando las montañas a pie, huyendo de los enemigos que querían matar a su criatura por algún embrollo dinástico. Los vecinos la acogieron y se la fueron pasando de una aldea a otra, de Santiago a Meaus, de Meaus a Rubiás, de Rubiás a Santiago, hasta despistar a los perseguidores. La princesa dio a luz a un niño que sería rey de Portugal y concedería privilegios a los tres pueblos que lo habían salvado: no pagarían impuestos, no servirían en el ejército, no dependerían de ninguna autoridad…
—Mi abuela contaba esa historia igual que hablaba de los mouros, la gente antigua que vivía en las montañas y guardaba tesoros bajo tierra.
García Mañá cree que la leyenda de la princesa embarazada se basa de manera muy remota en las andanzas de una noble gallega del siglo XIV, amante de un rey de Portugal. Esa fue la única explicación que tenían a mano los vecinos para explicar el origen del Couto Mixto: el mito. Porque documentos no había. Debió de haberlos, pero quizá ardieron durante el saqueo de 1809, cuando los soldados napoleónicos profanaron esta iglesia de Santiago y descerrajaron el arca.
—El arca apareció hace unos años —dice Cesáreo—. Vamos a la sacristía, que te la enseño.
El arca perdida
Es una iglesia imponente para una aldea tan pequeña.
—Señal de que este pueblo fue importante —dice Cesáreo.
El interior de la nave refuerza esa idea de glorias pasadas, con sus altos muros encalados, sus techos y su coro de madera, su rotunda pila bautismal y sus cinco retablos con santos y angelotes. Algunos retablos los restauraron, otros se ven bastante cascados. Cesáreo se acerca al altar, dedicado a Santiago, y se cuela por detrás del retablo mayor.
—Ven, es por aquí.
Bajamos unos escalones y entramos a la sala del tesoro: un cuarto pequeño de muros blancos, con toda una galería de santos y vírgenes pintados con colores vivos, que aparecieron por sorpresa en 2006 entre los desconchones de las viejas capas de cal. Los restauradores sacaron a la luz estos frescos de hace quinientos años.
—Este cuarto fue la capilla del templo primitivo, que luego ampliaron en el siglo XVIII para hacer la iglesia de ahora.
Semejante ampliación es otro indicio de que en el Couto Mixto vivía mucha más gente que ahora. Y bien próspera: debían de tener ingresos más altos que en las comarcas cercanas, debían de dedicarse a algo más que a cuidar vacas y sembrar patatas.
En 1995, García Mañá vino a Santiago durante sus investigaciones, para recoger las leyendas que contaban los vecinos, para buscar pistas de una historia que ya casi nadie recordaba. Preguntó si alguien sabía algo de un arcón en el que se conservaban los documentos que explicaban los orígenes de aquella borrosa república. Y una vecina, doña Purificación, le contestó que ese cofre estaba en la casa rectoral. Lo encontraron abierto y vacío.
Cesáreo me muestra ahora el arcón, posado en una mesa al pie de las pinturas murales.
—Estaban perdidas las pinturas murales, estaban perdidos los documentos, estaba perdido hasta el arcón. El Couto Mixto era una historia perdida.
En 1996, los vecinos fundaron la Asociación de Amigos del Couto Mixto. Encargaron una nueva cerradura triple para el arcón, entregaron las tres llaves a los nuevos homes do acordo y empezaron a guardar las copias de los documentos sobre el Couto Mixto que van encontrando los historiadores, las actas de la asociación, los premios y diplomas que reciben por su labor de recuperación histórica. El arcón lo encontraron vacío, sin documentos que aclararan el pasado, así que empezaron a llenarlo para ver si al menos aclaraban el futuro.
Eso es lo que les gustaría a los actuales homes do acordo: que esta peculiaridad histórica diera un poco de vidilla a sus pueblos.
En el Couto Mixto vivían unas mil personas cuando se extinguió su independencia en 1868, ahora entre las tres aldeas apenas suman unos cincuenta vecinos permanentes y la mayoría son jubilados. No están como para proclamar repúblicas. Se conformarían con un bar.
—Sí que vienen algunos turistas de vez en cuando, porque han oído hablar del Couto Mixto, quieren ver la iglesia, el arca, la estatua del juez Brandón… Además, estamos en la entrada al parque natural de la sierra de Xurés, abrieron un centro de interpretación en la casa rectoral, pero llegó la pandemia y se cerró. Vienen algunos visitantes, pero dan una vuelta y se marchan, aquí no hay bares, ni restaurantes, ni casas rurales.
Paseamos hasta las afueras del pueblo, donde un panel informativo propone una caminata para entender la antigua prosperidad de estas aldeas: los siete kilómetros del Camino Privilexiado. Los vecinos del Couto Mixto tenían derecho a seguir esta vía franca, escrupulosamente delimitada con mojones, hasta el pueblo portugués de Tourem. En ese camino las autoridades portuguesas no podían detenerlos, pedirles documentos ni cobrarles tasas por las mercancías que traían y llevaban, así que los mixtos compraban paños, tabaco, bacalao, medicinas, aceite, sal y otros productos en Tourem que luego vendían en España libres de impuestos.
Ahora es una corredoira preciosa, un viejo camino de carros entre muros de granito, en el que se aprecian las roderas. Son las huellas que dejaron los carros de los mercaderes yendo y viniendo durante siglos.
—Gracias a los privilegios fiscales, aquí mucha gente vivía del comercio. Llama la atención que en unas aldeas campesinas como estas, tan pequeñas, haya casas con la planta baja organizada como un comercio con mostrador o como un depósito. Meaus era la aldea más comercial, tenía banco, farmacia, en una casa todavía conservan un arcón de piedra enorme para guardar la sal. Eso no era para consumo propio. Debían de ser buenos negocios, porque aquí las cuadras no tenían el suelo de tierra, como en todas partes, sino que las pavimentaban con losas.
Conflicto con los portugueses del siglo XXI
Cuando el Couto Mixto se integró en España, el comercio dejó de ser una actividad tan ventajosa. Al menos el legal, porque esta zona fue un hervidero de contrabando.
España y Portugal no se complicaron la vida para trazar la frontera: tiraron una línea recta y a correr. El problema fue que esa línea dejaba en Portugal catorce hectáreas de monte que pertenecían a las aldeas ya españolas de Santiago y Rubiás. Ante las protestas de los vecinos, las autoridades alcanzaron un acuerdo: esas catorce hectáreas serían de soberanía portuguesa pero de aprovechamiento común.
—Nosotros íbamos mucho a esos montes —dice Cesáreo—. Llevábamos las vacas y los caballos a pastar, cazábamos jabalís y corzos. Alguna vez los guardas portugueses nos requisaron el ganado y hubo lío, pero tuvieron que soltarlo rápido porque la ley es muy clara, tenemos derecho al aprovechamiento de esas tierras.
Cesáreo señala hacia el sur y nombra los montes de Arieiro y el Cabezo Alto. Detrás de ellos asoman las aspas de unos aerogeneradores, girando y girando.
—Detrás de esos montes están las catorce hectáreas dichosas.
En el año 2005, los mixtos vieron que los portugueses estaban abriendo allí unas pistas para construir un parque eólico.
—Los de la empresa ni sabían que aquello era de aprovechamiento común. Protestamos y dijeron que no estaban quitándonos nada, que solo iban a poner unos aerogeneradores… Pero habían ocupado terrenos para abrir pistas y plantar los postes, las vacas no se acercan a esas zonas cuando las aspas hacen ruido, todo eso era una pérdida para nosotros.
Cesáreo le pidió al historiador García Mañá las actas de la frontera y se plantó con ellas en la empresa eléctrica portuguesa.
—Como al principio no nos hacían caso, les dijimos que iríamos los vecinos de las dos aldeas hasta Lisboa, a manifestarnos ante la sede. Organizamos una comisión y empezamos a preparar el viaje, queríamos montar jaleo, pero al final llegamos a un acuerdo.
Por los derechos de aprovechamiento, la empresa eólica paga todos los años 3.500 euros a la aldea de Santiago y otros 3.500 a la de Rubiás.
—Ese dinero nos viene de maravilla para alguna obra, para algún arreglillo en la conducción de aguas o para traer una charanga a las fiestas de Santiago, en verano. Están muy bien las fiestas, duran un par de días, tenemos música, tenemos bailes, hacemos comidas, salimos en procesión, vienen muchas familias del pueblo que emigraron a Barcelona, también vienen los de los pueblos de la zona… Esos días hay mucha vida.
Cesáreo siempre luchó por dar vida a su pueblo. Emigró muy joven a Suiza con su mujer, trabajaron allí veinte años en un hotel de los Alpes y volvieron en 1996 para que sus hijos no perdieran el contacto con esta tierra. Montaron una granja de terneros en Santiago. Cesáreo participó desde el principio en la Asociación de Amigos del Couto Mixto, organizó una candidatura electoral con una docena de vecinos y empezó a ganar elecciones municipales una tras otra: lleva ya dieciséis años de concejal.
Nos cruzamos en el paseo con Rosa Bautista y Manuel Fernández, un matrimonio jubilado que elogia a Cesáreo con entusiasmo, mientras él calla un poco apurado y mira a los montes.
—Cesáreo vivió veinte años en Suiza, en un país adelantado, y volvió con ideas para mejorar su pueblo —dice Rosa—. Montó su granja aquí, hizo la traída de aguas, porque entonces todavía íbamos a la fuente…
— … y las calles están asfaltadas —sigue Manuel—. Hace veinticinco años era todo de tierra, se embarraba a menudo, para cruzar el pueblo tenías que ir con el tractor de tracción a las cuatro ruedas. Ahora las casas son como las de las capitales, muy bien hechas, muy dignas, con todas las comodidades. Antes íbamos al huerto a hacer las necesidades, ahora en casa tenemos tres cuartos de baño, fíjate tú. El pueblo ahora está fenomenal, ha progresado un montón desde que volvió Cesáreo.
Cesáreo quita hierro al asunto y dice que bueno, que él siempre tuvo carácter, iniciativa para buscar trabajos, que en los pueblos a veces la gente se conforma y no se atreve a reclamar sus derechos, pero que él tenía mundo y que por eso no le asustaba, por ejemplo, meterse en litigios contra la empresa eólica hasta que le sacaron esa renta anual.
—Mira la sierra —dice—. Tenemos un plan de ordenación de montes espectacular, las pistas limpias, el bosque cuidado… Hay gente que solo se dedica a su trabajo, a su casa y a nada más, gente que cree que no tiene por qué dedicar tiempo a otras cosas más allá de sus intereses. Yo procuro echar una mano en todo lo que puedo. Voy a los plenos del ayuntamiento, a las reuniones de la Asociación de Amigos, atiendo a un estudiante que viene preguntando por la historia del Couto Mixto, a otro que quiere hacer un documental… Hago lo que puedo. Tenemos que arrimar el hombro para defender lo común.
A Cesáreo le ha ido bien con la granja de terneros y con la venta de hierba y paja en Portugal. Se jubilará el año que viene y le dejará la granja a su hijo, que ya montó otra de pollos. Tiene una hija que vive en Xinzo de Limia, a veinticinco kilómetros, y viene los fines de semana.
—El problema es que aparte de mi hijo y de mí, en el pueblo ya no trabaja nadie. Quedamos veintidós vecinos permanentes, casi todos mayores de 70 y 80 años. Los jóvenes se marcharon, la gente se muere y las casas se van cerrando una detrás de otra.
Cesáreo González intuye mejor que nadie el futuro que espera a estos pueblos, pero tiene clarísimo que no cederá en su empeño: peleará por su vieja república mientras le quede algún habitante.
Ander Izagirre
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No conocía esta historia, ¡qué interesante! Me ha encantado leerla.
Desconocía totalmente la historia de estas aldeas gallegas. Me ha parecido super interesate y es que me encanta la Historia y, sobre todo, la Edad Media.
https://coutomixtour.com/
Maravillosa iniciativa en Meaus.
Solo un detalle a corregir, sí que hay un bar y restaurante desde junio de 2020, el Chaves do Couto, en Meaus.
oooooooooooooooo
La Edad Media Española , es un auténtico juego de tronos y el Couto Misto que acabo de leer un lujo histórico.
Creo k es muy interesante la historia de pequeños pueblos me parece bien k se luche por esas historias k realmente son ciertas
Mi padre que era de Verín me habló del Couto Mixto muchas veces, siempre me pareció una historia fascinante. En su casa había un libro que explicaba
cómo este territorio llegó a convertirse en República e incluso creo recordar que acuñaban su propia moneda.
Precioso reportaje. Gracias.
Hermosa historia.
Buenos días. Os solicitamos publicar en nuestra web el artículo. Somos la Asociación Hermético y no tenemos ánimo de lucro. Por supuesto haciendo referencia a vuestra web. Gracias.
Curioso e interesante artículo. Me ha gustado mucho cómo está escrito
Qué maravilla. Qué gente tan admirable. Nunca subestimes a un gallego. Tan aldeano y emigrado en Suiza, en el primer mundo. Cesáreo tiene esa fuerza de las personas inteligentes. Ojalá consigan lo que merecen. Y qué ganas me han quedado de ir a visitarlos…
Parece.mentira que en el colegio instituto o.universidad no se den clases de historia pero historia verdadera no que nos intenten inculcar lo que gobernantes y profesores les de la real gana.. ya está bien de mentiras o de ocultar la pura realidad
Bien por couto mixto