De la gran ciudad a vivir en un pueblo de menos de 100 habitantes
Escrito por
09.10.2023
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El sueño de tener una vida mejor en la ciudad empujó a más de 3 millones de personas a abandonar el campo solo en la década de 1960 en España, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En la actualidad no podemos afirmar que esté ocurriendo al revés, pero sí hay muchos jóvenes –y no tan jóvenes- que están volviendo a las zonas rurales expulsados por los ritmos frenéticos de la ciudad o por su desconexión con la naturaleza.
¿Quién no ha pensado alguna vez en eso de dejarlo todo e irse a vivir a un pueblo, con su tranquilidad y vida sencilla? A muchos les ha echado atrás la falta de trabajo o, mejor dicho, no encontrar uno que no esté relacionado con lo agrario. Porque, ¿a qué te vas a dedicar en el campo, si no es a cultivar o a tener algún rebaño? ¿Y si eso no te atrae o no estás preparado para ello? En la actualidad, hay neorrurales que no cogen la azada (o sí, pero no como trabajo remunerado). Vamos a conocer algunas de sus historias.
Un “informático de pueblo” que no quería fichar
Martín Juez es un joven informático de 21 años de Madrid que recuperó la conexión con la naturaleza en un Erasmus de tres meses en Irlanda. Allí trabajó con una persona que reparaba ordenadores y vendía por internet piezas sueltas de equipos que recuperaba de la basura. Todo esto le permitía “trabajar cuando él quería”: Si un día no le apetecía porque hacía buen tiempo, se iba a la playa y no tenía que darle explicaciones a nadie.
Eso le supuso un click en su cabeza: “Ayuda conocer a gente que vive y trabaja de forma distinta. Yo tenía claro que no quería un trabajo normal, dependiendo de horarios. No me apetecía vivir así toda la vida”. Vamos, que prefería la libertad de no tener que fichar a hacerlo a cambio de un sueldo fijo.
Así que a la vuelta se enroló con su entonces pareja en una aventura en furgoneta en la que fueron buscando, de pueblo en pueblo, un lugar donde vivir alejado de la gran ciudad. Dice que encontrar piso o casa es lo que más les costó. La gran paradoja de los pueblos: muchas viviendas vacías, pero poca voluntad de acoger a nuevos pobladores. “El de la vivienda es un problema grandísimo en los pueblos. ¡Y eso que íbamos a los pueblos en persona, no contactábamos simplemente por correo electrónico!”, suspira Juez.
Finalmente, gracias a su prima y su pareja, acabaron en el pueblo donde llevan afincados desde hace dos años: Nofuentes (Burgos), una entidad local menor de apenas 104 habitantes. Aquí ha montado su negocio “Informático de pueblo”, con el que se dedica a hacer reparaciones a domicilio, tanto de ordenadores como de teléfonos móviles, así como ayuda para reducir la brecha digital con clases para “enseñar a manejar el Google Maps o comprar por internet”.
También imparte cursos de formación básicos en colaboración con ayuntamientos, que intenta que sean “gratuitos para la gente. Si usar el teléfono móvil hoy es casi obligado, creo que es un derecho que te enseñen a manejarlo un poco”, defiende.
Martin Juez cuenta que su trabajo le resulta gratificante cuando ve lo útil que es para tanta gente. “Una señora mayor de 80 años que venía a mis cursos tuvo un apagón en casa y se había quedado sin velas. Entonces se acordó de que podía encender la linterna del móvil y así tuvo luz”, recuerda. Además, asegura que “la gente se porta muy bien” y es muy agradecida, ya que además de pagarle como técnico, le suelen hacer pequeños regalos como dulces o le invitan a comer.
Cuando se le pregunta si echa en falta algo de Madrid, es rotundo: “No echo nada de menos. Voy tres o cuatro veces al año, unos 5 o 6 días, ¡y ya se me hace largo! Es que aquí se vive muy bien”. No obstante, tampoco quiere romantizar la vida en el pueblo, y añade que esta opción es aconsejable “depende del tipo de persona que seas y de los objetivos en la vida que tengas: Aquí estoy más ocupado y socializo más entre fiestas, el club de lectura, etc. ¡Es un no parar!”.
Y si le falta algo de la ciudad, como el rocódromo “que tenía al lado de casa” o la calistenia, todo tiene solución: él mismo se ha construido una instalación en la huerta para ejercitar los músculos y está pensando en hacer lo mismo para poder escalar en algún espacio del pueblo.
Marcha nórdica para locales y turistas
Nuria San Frutos y Otero de Pablos son dos amantes del deporte al aire libre. Un cambio profesional forzado y una situación personal delicada empujó a San Frutos a dejar Madrid por Castrillo de Sepúlveda (Segovia), una pedanía de tan solo 22 habitantes, en 2019. Como lo “tenía complicado” para encontrar trabajo por cuenta ajena, se montó su propio negocio, uniendo sus dos pasiones, que son “deporte y naturaleza” (De Pablos sigue trabajando como enfermera en un hospital, por lo que va y viene).
Así nació Territorio Rampinge, una escuela de marcha nórdica con dos pilares: ser una opción más de ocio y deporte “para la población local”, con entrenamientos semanales y experiencias, y una propuesta de turismo activo para quienes llegan de fuera, estableciendo sinergias con otras pequeñas empresas de la zona, y ofreciendo paquetes de marcha nórdica con teatro, degustación de productos locales u observación nocturna de estrellas.
“Nuestro objetivo es llevar la marcha nórdica a todos los rincones de la España rural, además de dar trabajo y fijar población. Nuestra misión es poner en forma a la gente, tanto de la comarca como de fuera”, afirma San Frutos. De momento, aunque tienen página web, se dan a conocer, sobre todo, gracias al “boca a boca”: “Si haces bien tu trabajo, te recomiendan”.
Coincide con el informático en la problemática de encontrar vivienda. En su caso, las familias de ambas son del pueblo, por lo que está viviendo en la casa de sus padres. Pero en algún momento le gustaría independizarse, pero le está costando encontrar piso de alquiler o de compra a un precio razonable, ya que los que hay disponibles, están “desorbitados”. “Me está costando irme de casa, y eso que hay grupos de acción local que hacen campañas para que la gente venda. ¡He pensado hasta en montarme una mobil-home!”, sostiene.
En su caso, dice que el pueblo le gusta mucho: “No cambio por nada abrir la puerta de casa y que mi jardín sea el monte”. Ahora bien, sí que ve aspectos negativos: “Echo de menos socializar y que aquí, en invierno, a las 18 horas es de noche y ya no puedes salir a entrenar porque no hay parques con luz. Tienes que ir a un gimnasio o salir al monte con un frontal, mientras que en Madrid salía sin problemas”. La cara y la cruz de una decisión que cambia la vida.
Raquel Andrés
Os recomiendo un libro ideal para los que pensamos en laimportancia del campo y de que en las ciudades se ha perdido todo contacto con la naturaleza: Tierra, frutos y un brindis, de la autora Sandra Llubiá, que está en la web ideasylibros.es
De verdad que es genial escaparse al mundo rurral, es la idea!