Carta de tu yo de ciudad a tu yo de escapada a un pueblo sin Internet

Escrito por

07.08.2020

|

6min. de lectura

Carta rural
Por StockSnap

Hola, (escriba aquí su nombre):

Estás a punto de hacer la maleta para pasar un tiempo alejado de la ciudad. A kilómetros del asfalto, los bocinazos de los coches, el transporte colectivo y las colas en el supermercado. Qué bien, por fin un respiro de esa gente con la que compartes urbe, tan pesada, sudorosa y que no respeta las normas. La gente.

Tú eres yo, es decir, esta es una carta de mi yo urbanita a mi yo rural, en quien me transformaré en cuanto ponga un pie en mi lugar de destino. Y, además de rural, puede que me convierta en un panoli. El mismo que piensa que no forma parte de ese colectivo al que llama gente (si te quejabas de que la calle estaba llena durante el confinamiento es que tú también estabas allí) también cree que no forma parte de ese otro colectivo, el de los turistas. Bueno, pues resulta que sí.

Este verano tan extraño en el que el virus sigue presente, estás viendo cómo algunos sitios que, de momento, parecen más seguros se están llenando. Un ejemplo es el de Asturias, donde pueblos como Ribadesella o Cudillero, concejo en el que está la codiciada playa del Silencio, están copados de visitantes. Y es estupendo, pero si no quieres que el conocido “Paraíso Natural” pierda su sobrenombre, respeta las normas y ponte la mascarilla, que es obligatoria. No vayas a ser tú el que empiece el rebrote, no la líes.

Recuerda cómo te reías tú de los visitantes que aparecían con la cámara en la mano por el pueblo de tus abuelos cuando pasabas allí los veranos. Qué buenos tiempos en los que las vacaciones duraban tanto que hasta te podías enviar varias cartas con tus compañeros de clase. Sí, aquella actividad en la que había que comprar sellos (en el estanco, seguramente), sobres y folios para escribir que habías ido al río o a bañarte en el mar pero que no había muchas olas aunque habías visto un cangrejo.

De la correspondencia vía correo postal ya ni te acordabas, a saber en qué caja de mudanza se perdieron. Pero a lo mejor sí que recuerdas lo que era no tener un móvil como extensión de tu mano al llegar a ese pueblo y descubrir que no tienes conexión 3G. Con un poco de ¿mala? suerte, puede que tampoco tengas cobertura telefónica porque tu compañía no llega a ese territorio.

No podrás mandar mensajes ni fotos de lo bonito que es todo a tus grupos de Whatsapp, ni actualizar tus redes sociales a tiempo real (para dar envidia, reconócelo), ni llamar por teléfono (bueno, esto último es lo de menos porque ya casi no utilizas el móvil para hablar por él). Así planteado parece un escenario de película post-apocalíptica, de una utopía para luditas o de algo que podría pasar en 2020, porque menudo año.

Pero tranquilízate un poco y deja de pensar en por qué no preguntaste antes de reservar si en el pueblo había buen internet ¿Para qué lo quieres? No me vengas con lo de “¿y si pasa algo?” porque hace no tanto tiempo vivías sin Internet e incluso sin móvil (sí, aquello sucedió) y si era necesario, se localizaba a quien hiciese falta y donde fuese. Los teléfonos fijos siguen funcionando ¿sabes?

Piensa en la tranquilidad de estar tomando algo en una terraza de Boñar al atardecer, después de haber dado un paseo cerca del río Porma. Un piscolabis y una buena conversación sin interrupciones de tu jefe que no se acuerda de que estás de vacaciones pidiéndote esto o lo de más allá por Whatsapp. Le dijiste que ibas a estar desconectado y ni caso: y tú ya estás con la duda de si contestar y trabajar sin que te toque o quedarte con la angustia de qué pensará si no contesto. 

Para qué quieres una foto a la piscina de la casa que alquilaste en Viladrau para relajarte después de tanto estrés. No hace falta capturar todos los momentos de la vida con la cámara del móvil: lánzate al agua directamente y súbete a esa colchoneta en forma de triángulo de pizza tan divertida que compraste para hacerte una foto para las vacaciones. Lo vas a recordar al volver a casa y, si no, alguien lo hará por ti: “¿te acuerdas de cuando te subiste en la colchoneta y la volcaste? ¡cómo nos reímos!”. 

Ya os haréis la foto en otro momento ¿por qué no recuperas aquella cámara de carrete que guardas en aquel cajón? así solo habrá 24 oportunidades de posar ante el objetivo y tendrás que seleccionar con cuidado las ocasiones. Mejor inmortalizar un atardecer desde un mirador de El Garraf que esa piedra en forma de elefante que viste en un sendero de la sierra de Guadarrama

Además, las fotos en papel son las que se vuelven a mirar una vez pasado el tiempo. Aquellas que se olvidan en el móvil acabarán borradas de forma masiva cuando te quedes sin espacio suficiente para seguir acumulando más o en una carpeta en el ordenador que no recuperarás cuando te compres uno nuevo. O mucho peor: en la nube de Internet, donde nada desaparece nunca del todo y la información escapa de tu control.

Tampoco te preocuparás de los ‘me gusta’ y los comentarios que tus contactos te han dejado en el muro de Facebook o en Instagram porque no habrás publicado nada. En realidad, a nadie le interesa demasiado dónde estás porque todo el mundo está pendiente de las respuestas que reciben sus propias publicaciones. 

Si no, ¿por qué crees que tu prima ha puesto esa foto de La garganta de los infiernos? A ver, el sitio es increíble y todo el mundo debería ir alguna vez en la vida (apúntalo para la próxima escapada), pero ella está esperando su ‘like’ y tú puedes dárselo cuando vuelvas a la ciudad. Aprovecha el tiempo que ganarás al no entrar en las redes sociales –te vas a sorprender de cuánto es– para echarte la siesta debajo de la sombrilla en la playa de Rodeira, que para algo fuiste hasta Cangas do Morrazo.

Y respira del aire sin humos de la ciudad, adáptate al ritmo calmado, al silencio y a las buenas costumbres. Vive la experiencia en lugar de retrasmitirla porque además de disfrutar, te voy a revelar una última pero innegable ventaja: vas a tener algo que contar a la vuelta porque nadie sabrá lo que has estado haciendo. Aburrir a los demás con tus anécdotas vacacionales es un lujo que no se valora en su justa media.

Ah, y sobre todo: ¡pásalo bien!

Carmen López

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