Hasta el último fin de semana de enero de 2022, la palabra Benidorm evocaba la playa, turistas ingleses sonrosados, discotecas del ayer, tiendas de souvenirs, rascacielos imposibles… El ‘Manhattan de España’ (o ‘Berniyork’) un día fue cuna del turismo levantino y el tiempo lo fue cubriendo con un manto ‘kitsch’ hasta que alguna mente avispada de RTVE tuvo un ideón: revivir el Festival de la Canción de Benidorm para escoger al grupo o artista encargado de representar al país en Eurovisión.
Lo que sucedió pocos se lo podrían haber imaginado, porque menudo lío. Puede que fuese por el tedio de la sexta ola de la pandemia, por el tipo de artistas que se presentaron o porque hay ganas de pasárselo bien, pero el Benidorm Fest levantó pasiones. Las favoritas indiscutibles del público, que estaba dispuesto a defenderlas con fervor en las redes sociales y con el voto telemático, eran las gallegas Tanxugueiras y Rigoberta Bandini pero el jurado popular chafó las ilusiones de todos los implicados cuando escogió a Chanel.
El debate público que se generó y las investigaciones periodísticas que descubrieron ciertos intereses ocultos han hecho que el organismo público pida disculpas y que el tema llegue al Congreso. Aunque, en realidad, la cuestión que nos compete aquí es que la cultura ha recuperado de la sombra al municipio de Alicante. Porque, además de acoger el concurso, también ha servido de escenario para creaciones artísticas recientes.
Pese a que el plan de desarrollo del turismo impulsado por Manuel Fraga a finales de los años 50 uniformizó los núcleos de vacaciones de la costa, Benidorm tiene una idiosincrasia muy particular. Lo más evidente son sus altos edificios (el número uno del ranking es Intempo, que tiene 43 plantas y mide 200 metros. Es el segundo más elevado de Europa), resultantes de varios planes de urbanismo que cambiaron el aspecto del pequeño pueblo de pescadores a partir de 1956, cuando su alcalde era Pedro Zaragoza Orts.
Tres años después llegaría la modernidad con la primera edición –precisamente– del Festival de la Canción de Benidorm y con el permiso del alcalde para que las mujeres pudieran usar bikini en la playa. Para 1964, el municipio ya era el principal receptor de turismo del mundo gracias a las aerolíneas que pusieron vuelos directos a Valencia desde Reino Unido, por ejemplo.
A principios de los 70 se inauguró el aeropuerto de Alicante, lo que acercó aún más el destino a los extranjeros conocidos como ‘guiris’ (el origen del término poco tiene que ver con las vacaciones, sino que proviene del euskera en las guerras carlistas del siglo XIX, pero esa es otra historia).
Esa explosión de modernidad –que más tarde se amplió con macrodiscotecas y parques acuáticos– atrajo a todo tipo de veraneantes. Además de los europeos pálidos, también se llenó de familias españolas que en la posguerra acariciaban la casi-clase-media, famosos del papel couché y hasta criminales internacionales, porque todo el mundo necesita unas vacaciones de vez en cuando.
Escenario de cultura
Esta ensalada loca de visitantes –que pese a los altibajos en las cifras sigue viniendo– se relaja en la playa, bebe cervezas gigantes y cócteles con palmeritas de papel, compra camisetas con flecos y se llena el estómago en el buffet libre de los hoteles. Eso durante el verano, porque en el invierno es el territorio indiscutible de los jubilados gracias a los viajes del Imserso. Si este no es un buen escenario para un libro, a ver cuál lo es.
Precisamente, la escritora Esther García acaba de sacar su novela Spanish beauty, que se desarrolla en el municipio. La trama está protagonizada por una policía metida en corruptelas que anda en búsqueda de su padre y de un mechero que es un talismán. En su ficción la autora imagina un lugar alejado de las luces de los bares y de la música de María Jesús y su acordeón (estrella de las noches de Beniyork, que se retiró hace poco dejando un gran vacío. No hay un ápice de ironía en esta afirmación), pero que no deja de ser Benidorm.
La directora de cine Isabel Coixet también desplazó a su equipo al “Manhattan” del Mediterráneo para rodar su película Nieva en Benidorm. En ella, el protagonista viaja a dicho lugar cuando le dan la jubilación anticipada en el banco de Manchester donde trabaja. Su hermano vive en este punto del levante y decide hacerle una visita, aunque cuando llega se entera de que este ha desaparecido. Así, empieza a buscarle acompañado por una trabajadora del club de burlesque del que era propietario y de una policía.
Este último personaje está obsesionado con la estancia de Sylvia Plath en Benidorm durante los años 50. No es la única, ya que la fotografía de la malograda escritora en bikini y sonriendo en la playa es una de las más curiosas que existen de ella. El motivo es que la figura de Plath suele estar asociada –al menos para quienes no conozcan su obra sino solo quién fue– a la tristeza y sobre todo, al suicidio: metió la cabeza en el horno, abrió el gas y se quitó la vida.
En 1993, el cineasta Bigas Luna también escogió Benidorm como localización de uno de sus trabajos más emblemáticos, Huevos de oro. Protagonizada por Javier Bardem, Maribel Verdú y María de Medeiros, se rodó cuando aún se estaba edificando el hotel Bali, un edificio de 186 metros y 52 plantas. Estos son solo algunos ejemplos de la fascinación de algunos creadores por este lugar peculiar donde los haya, aunque la lista podría ser mucho más larga.
Quienes prefieran alojarse en zonas más tranquilas pero quieran acercarse algún día (o noche) al bullicio del turismo de sol y playa, tienen opciones cercanas en pueblos como Finestrat, Polop o incluso Altea. Descanso y tranquilidad cerca de uno de los lugares más curiosos del país. Y que, además, parece estar poniéndose de moda de nuevo: todo vuelve.
Carmen López