Desde hace más de 5.000 años, los ganaderos recorren cientos de kilómetros con sus rebaños, de un valle a otro, buscando los mejores pastos para alimentarlos. Como curiosidad, según el DRAE, la palabra trashumar viene del latín: trans, de la otra parte; y humus, tierra. Y se aplica a la persona y al ganado que se desplaza de una dehesa a otra según la estación. La primavera y el otoño son los que marcan el principio y el final de un viaje que separará a las familias durante meses.
La tradición trashumante estaba y está tan arraigada en España que incluso, en la Edad Media, Madrid estableció un peaje de paso por la capital: 50 maravedís por el millar de ovejas.
El término trashumancia es femenino. No obstante, hasta finales del siglo XXI, el papel de la mujer en el sector estuvo silenciado. “Los hombres eran los que se iban, pero el trabajo duro fue el de la mujer”, nos explica Carmen por teléfono desde Tolbaños de Arriba, un pequeño pueblo de Burgos. Tanto su abuela, cocinera, como su bisabuela, partera, eran mujeres de trashumantes.
“Pasaban todo el invierno solas. Tenían que cuidar a los hijos, que eran muchos. Nosotros, por ejemplo, éramos 12. Y la media por familia en el pueblo era de unos 10”, nos cuenta Carmen. La mayoría de las mujeres de los trashumantes parían mientras sus maridos estaban fuera.
“Cuando los niños estaban en la escuela, las mujeres cogían la yunta -pareja de bueyes o vacas que se utilizaban para arar las tierras- y plantaban trigo, centeno, patatas y remolacha. Depende de la época. Cuando llegaban a casa hacían la comida para los hijos y se ocupaban de cuidar a los animales: caballos, vacas, burros, cerdos, etc. También salían a recoger leña, en esa época no había calefacción”, recuerda.
Como muchos otros pueblos del interior de España, Tolbaños de Arriba vivía principalmente de la trashumancia. De octubre a junio, en el pueblo apenas quedaban más hombres que el cura, el herrero y los ganaderos que se habían jubilado. Estos últimos echaban una mano a las mujeres durante la época de matanza.
“Ellas iban al río a limpiar las vientres, picaban la carne, curaban los chorizos y preparaban las morcillas”, añade Carmen. “No sé cómo sacaban tiempo para todo, pero en el rato libre que les quedaba las mujeres contaban cuentos a los niños. Yo recuerdo cuando nos reuníamos alrededor del fuego, en la cocina, y mi abuela nos cantaba romances”, explica con nostalgia.
A pesar de la ausencia de hombres, estas mujeres no estaban solas. Se tenían las unas a las otras. Quedaban para charlar, hacer bordados y tejer. “Yo a ellas las veía felices”, admite Carmen. “Sus maridos volvían en verano, pero enseguida tenían que subir a la sierra a llevar el ganado. Los veían muy poco, pero estaban mentalizadas”.
Las primeras mujeres trashumantes
Hasta el siglo XX, muchas de las mujeres no se planteaban ser trashumantes. Tuvieron que pasar algunos años para que hicieran el equipaje y se lanzasen a recorrer la Península ibérica con sus maridos.
Engracia, una palentina de Herreruela de Castillería, fue una de ellas. Se casó con un trashumante que frecuentaba la Montaña palentina y se fue a vivir con él a Huerta de Arriba, en Burgos.
“Yo hice la trashumancia con mi marido. Era la única mujer del pueblo que bajaba a Extremadura. Él se iba desde Palencia y yo me iba con mis suegros desde Huerta de Arriba hasta Brozas, en Cáceres, donde tenían una casa. Estuve 6 años yendo y viniendo, hasta que mis hijos comenzaron a estudiar”, nos cuenta.
El resto de las mujeres del pueblo, en cambio, se quedaban allí, trabajando en las tareas del hogar y de la majada. Sus labores cambiaban dependiendo de la situación geográfica. Según Engracia, en Palencia cuidaban el ganado, entre otras tareas, y los hombres araban. En Burgos, sin embargo, era al contrario, “Aquí el que guardaba el ganado era el hombre y las mujeres araban, incluso estando embarazadas o recién paridas. Luego seguían trabajando en casa”, cuenta.
La recompensa: ofrecerles un futuro mejor a sus hijos. “Es una vida muy precaria. En aquella época, cuando íbamos a los puertos no había comida. Teníamos que comprar trigo e incluso camiones de naranjas para alimentar al ganado. No había agua y cargábamos cisternas desde el embalse de Alcántara. Lo teníamos que pagar todo, era una ruina y no queríamos que nuestros hijos pasaran por lo mismo. Había que sacrificarse para que ellos pudieran tener una vida mejor”, se sincera.
Carmen y Engracia son algunas de las mujeres protagonistas del documental Trashumando recuerdos, realizado por la Fundación Oxígeno. Un reportaje que, junto con el libro, es un homenaje al mundo tradicional de la trashumancia en el que se ha dado voz a las mujeres de los pastores para que su historia, igual de importante, no caiga en el olvido.
“La mujer de la trashumancia es increíble, es la protagonista de todo. Porque el ganado y los rebaños están reconocidos pero, ¿y la mujer? Se quedaba en una zona rural en la que no había nada”, dice Engracia. Sin ellas, quizá la trashumancia no hubiera sido posible.
La conciliación familiar dentro de la trashumancia
Afortunadamente, el mundo de la trashumancia ha evolucionado en el último siglo. Si antes muchas de estas mujeres estaban condenadas a desempeñar el papel que les había tocado al contraer matrimonio, ahora son ellas las que eligen libremente dedicarse a ello e incluso se animan a viajar solas.
A Violeta, una pastora de Veguellina de Órbigo, en León, apenas le queda más de un mes para marcharse de nuevo. “Hacia mediados de abril cojo la maleta y no la vuelvo a deshacer hasta septiembre”, nos cuenta por teléfono. “Los dos primeros meses estoy junto con mi marido y nuestras 1.300 ovejas. Cuando llega junio nos separamos, él se lleva la mitad del rebaño a los pastos y yo me llevo al resto a la montaña”. Se va sola.
Hasta su matrimonio, Violeta nunca había tenido ganado. Su pasión por el pastoreo y por la trashumancia la adquirió en la década de los 90, cuando su marido y ella decidieron comprar un rebaño de ovejas. “Los primeros años, como nuestra hijas eran pequeñas yo ayudaba con el coche, para llevar los alimentos o por si alguna de las ovejas se ponía de parto. No empecé a estar al 100% con el ganado hasta que no empezaron a ir al colegio. Ahora mismo soy la única mujer de León que guarda las ovejas en el puerto, en Abelgas de Luna”, nos cuenta.
Su día comienza a las 8:30 de la mañana y su jornada dura unas 12 horas, que es el tiempo en el que está pastoreando. Y, aunque se pasa el día sola, admite que no tiene miedo. Está acompañada de 15 mastines. “Tenía la opción de quedarme abajo, en la majada, que hay muchísimo trabajo. Pero a mí siempre me ha gustado más pastorear. Así que preferí irme a la montaña, que hay unos paisajes impresionantes. El pueblo está a 1.200 metros de altitud y yo a veces subo hasta los 1.800. Es una pasada”, dice Violeta.
Aunque, no ha sufrido discriminación en el sector, Violeta cree que hacer la trashumancia es más complicado para la mujer que para el hombre, ya que es más difícil compaginarlo.
“Lo más duro es la separación de la familia, porque cuando mis hijas eran pequeñas, e incluso adolescentes, yo me tenía que ir a arriba y ellas se quedaban con su padre aquí abajo. Mi madre enfermó y en un mes se murió y yo me lo perdí porque estaba arriba en la montaña. No es fácil encontrar a alguien que se quede con tu ganado”, dice con pesar. No obstante, desde que las niñas son mayores, lo disfruta mucho más. “Ahora mismo no lo cambiaría por nada”.
Marity González es otra de las mujeres pastoras que ha encontrado en la trashumancia una de sus grandes pasiones. Esta cántabra, residente en el pueblo de Ucieda, es la directora de proyectos de la Asociación Trashumancia y Naturaleza. Una asociación que colabora con el Concejo de la Mesta para dar soporte a los pastores de toda España.
“Mi interés por el pastoreo y la trashumancia comenzó en 2007, en un congreso que hicimos de nómadas al que vinieron pastores de todo el mundo. Contaban sus experiencias y pensé que me faltaba algo, así que ese mismo año hice mi primera trashumancia, de Teruel hasta Andalucía”, nos explica. Desde entonces no ha parado. Durante 4 o 5 semanas, baja de los Picos de Europa hasta la sierra de Guadarrama.
Ella aprovecha las vacaciones de su hijo, Nico, para llevárselo con ella. “Cuando son pequeños aprenden mucho. Mi hijo tiene 7 años, pero viene conmigo desde los 3 años. Al principio no sabía si le podía gustar, y ahora es él el que quiere ir ”, dice. “También viene mi padre, que ya está jubilado. En mi familia nunca antes nos habíamos dedicado a la ganadería, pero yo creo que mi vocación viene de mi abuelo Bolinche, que siempre me llevaba con él a la montaña”.
Desde la Asociación Trashumancia y Naturaleza una de sus iniciativas, además de recuperar las antiguas vías pecuarias, es ayudar a los trashumantes con la conciliación familiar.
Los pastores y pastoras ya no duermen en chozos. Ahora los puertos cuentan con refugios, algunos con todo tipo de comodidades. “Tienen luz y agua”, nos contaba Engracia. A lo que Marity añade “Y lavadora y televisión”. También es frecuente que las familias cuenten con dos viviendas, una en su pueblo de origen y otra en el destino final. Por ello, las necesidades familiares son distintas a las de antes. “Si tienes hijos, los niños tienen que tener escuela en el norte y en el sur. También médico. Desde la asociación les ayudamos a reivindicar estos derechos”, explica Marity, que nos cuenta que ella prefiere dormir en una tienda de campaña, en el hotel de las “mil estrellas”.
Cada vez es más frecuente ver familias trashumantes. Cuando los niños son muy pequeños, muchas mujeres van con ellos a pie y en los coches de apoyo. Aunque sigue siendo un trabajo. “Se encargan de trasladar al ganado que ha parido durante el recorrido para cuidar a los cachorros y a las madres”. En la asociación trabajan con más de 50 familias. Y, a veces, por el camino, es frecuente que algunas de ellas se junten.
La primera pastora mayorala
En 2018, Marity fue la primera mujer en ser nombrada pastora mayorala en la XXV Fiesta de la Trashumancia en Madrid, organizada en el marco del 600 Aniversario de la Concordia entre los pastores y pastoras de la Mesta y los procuradores del Concejo de la Villa.
Ella fue quien le entregó, junto a Nico y Claudia, a la entonces alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, los “50 maravedíes por millar” estipulados en la Concordia del 2 de marzo de 1418. El acto no solo tuvo relevancia dentro del sector de la trashumancia por la carga histórica de la celebración, sino también por la reivindicación del papel de la mujer y la familia en el entorno rural.
“Hay muchas pastoras que hacen mucho más que los hombres. No es cuestión de género, aquí todos hacemos de todo. Yo creo que ahora mismo no hay discriminación. Nosotras nunca nos hemos sentido discriminadas”, nos dice.
Para ella, lo mejor de la trashumancia es que “He encontrado mi sitio, mi familia. Que no es de sangre, pero es mi familia jaalee jaalee (como el grito de los pastores). Me da satisfacción ver el beneficio que aportan estos animales, que a mi hijo le guste y venga conmigo”, concluye.
Cada vez son más las mujeres que, libremente, escogen la trashumancia como forma de vida.
4 comentarios
Cuando se puede hacer una semana de trashumancia con las ovejas? En semana santa????la siguiente semana santa??? Seriamos una mama ydosniñasuna de 11 y otra de 8
Hola Ana, puedes ponerte en contacto con la Asociación Trashumancia y Naturaleza: http://www.pastos.es Ellos te podrán informar. Gracias por tu mensaje 🙂
Me parece muchos años 5000 años en la trashumancia no serán 500?
Hola Hermenegildo. La trashumancia es mucho más antigua, ya las antiguas civilizaciones contaban con ganado y se movían para alimentarlos. En España, por ejemplo, es milenaria. No hay una fecha concreta, aunque se consolidó en el siglo XIII, que es cuando se protegieron las vías pecuarias. Gracias por tu mensaje 🙂