Las fiestas que celebraban las brujas se parecen bastante a lo que podrían ser las raves que se organizan en lugares un poco alejados de la urbe. Se supone que en esas reuniones bebían pócimas de ingredientes combinados, bailaban sin recato y alternaban con compañías tan poco recomendables como ellas mismas. En algunos pueblos aún conservan leyendas de aquellas épocas como ocurre en Cernégula, una localidad burgalesa del municipio de Merindad de Río Ubierna, que se encuentra a 35 kilómetros de la capital, al pie del Páramo de Masa.
Según dice el folclore patrio, esas hechiceras que usaban la escoba como medio de transporte, se reunían en La charca -también conocida como Laguna de las brujas– allá por los siglos XV y XVI. Hasta allí se acercaban integrantes del colectivo de otras comunidades, como Asturias o Cantabria, para participar en aquellos famosos aquelarres.
Hay dichos populares que atestiguan –en la medida en la que estas expresiones pueden tener credibilidad– estos desplazamientos. “Los sábados las brujas de Cantabria, tras churrar y al grito de ¡Sin Dios y sin Santa María, por la chimenea arriba!, parten volando en sus escobas rumbo a Cernégula donde celebran sus reuniones brujeriles alrededor de un espino, para luego proceder al bailoteo y chapuzarse en una charca de agua helada”.
El tema de la temperatura de la laguna sí que es bastante verosímil. Su origen es kárstico y se alimenta del agua de la lluvia y del deshielo, y su superficie puede llegar a congelarse con el tradicional frío del invierno de Burgos. Junto a las lagunas de Venta la Perra y Pila Vieja forma un conjunto sin salida al mar que se puede recorrer si se sigue el sendero PRC-BU 213. Está perfectamente señalizado y rodea la localidad.
La cueva de la que partían las brujas cántabras está en Suances: “De la cueva de Ongayo/ salió una bruja/ con la greña caída/ y otra brujuca./ Al llegar a Cernégula/ ¡válgame el Cielo!/ un diablo cornudo/ bailó con ellas./ Por el Redentor,/ por Santa María/, con el rabo ardiendo/ ¡cómo bailarían…!”, dice la memoria folclórica. Suena todo a fiesta, para qué negarlo.
El que Cernégula se hubiese convertido en el centro del turismo del aquelarre no gustaba mucho a la población, que temía por sus vidas. Por lo visto, las embarazadas colgaban ramos de ajo o cardos en las ventanas para espantar a las brujas, que tienen fama de secuestradoras de niños.
Cernégula más allá de las leyendas
Además de la esotérica, Cernégula tiene una historia oficial. En su origen se llamó Cernocha o, al menos, así lo constatan unos documentos de donación de bienes al obispado de Burgos, ambos fechados en 1094, que suponen la primera referencia que se ha obtenido de la localidad hasta ahora. Con los años, su topónimo evolucionó primero a Cernega en 1139 y a Cernigulla ya en el siglo XIV. Según la web oficial del sitio: “Todos ellos nombres derivados del término latino ‘cinerem’, ceniza, en su acepción de cenizal”.
Casi desde sus inicios, el pueblo adoptó una función de posada para quienes viajaban por el camino medieval del pescado, una vía muy importante que comunicaba la costa del Cantábrico con Burgos en la Edad Media. Precisamente, esos inquilinos fueron en parte responsables de expandir la leyenda de las brujas y sus reuniones en La charca. Y parece que también contribuyeron a alentar la devoción a San Miguel, que protegía a los vecinos de los males de ojo y otros posibles ataques de hechiceras y fuerzas del mal.
En la parte norte de la cabecera de la iglesia de la Natividad de Nuestra Señora, la parroquia del pueblo, están adosados los restos de una construcción. La parte de abajo correspondería a una sacristía, mientras que la superior es un habitáculo con acceso independiente que se cree que era una ermita consagrada al santo mencionado y al que rendían culto los arrieros de la zona.
Otros puntos de encuentro brujeril
Cernégula no es el único pueblo en el que paraban las brujas, según las leyendas populares. De hecho, no hace falta salir de Castilla y León para visitar otra congregación habitual de las hechiceras. Es la localidad soriana de Barahona en donde, tal y como dicen los documentos de la Santa Inquisición, en el siglo XVI se realizó una caza de brujas concienzuda. Este tipo de sucesos poco tienen que ver con la imagen de la mujer con gorro de pico, escoba y caldero de pócimas, sino que eran juicios en contra de personas –sobre todo mujeres– acusadas de practicar actos que iban en contra de la ley y la moral (muy resumido).
Puede que Zugarramurdi sea la más famosa de las localidades relacionadas con la brujería, en parte gracias a películas como Las brujas de Zugarramurdi de Álex de la Iglesia. Allí también se produjo una persecución que terminó con 29 acusados de los cuales algunos terminaron quemados en la hoguera y otros en la cárcel, parte de ellos condenados a cadena perpetua. El hecho fue tan sonado que ha permanecido en la historia de la cultura popular y en la localidad hasta tienen un museo de las Brujas, ubicado en un típico caserío navarro.
En La Alpujarra hay un pueblo que prácticamente ha consagrado su identidad al homenaje a las brujas en un sentido lúdico. Se llama Soportújar y en él no solo está situada la cueva del Ojo de la Bruja, sino que también cuentan con el puente de la bruja, el mirador Embrujado y cada agosto celebran la Feria del Embrujo.
En el pueblo zaragozano de Trasmoz también cuentan con un museo de la Brujería y acoge una celebración relacionada con el tema: la Feria de Brujería, Magia y Plantas Medicinales del Moncayo. Curiosamente, Gustavo Adolfo Bécquer estuvo obsesionado con las brujas de la zona y escribió Cartas desde mi celda desde el Monasterio de Veruela, cerca de allí.
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