Montefurado, el túnel romano que cambió el curso del Sil para encontrar oro
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30.09.2023
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Hay un lugar en Lugo, cerca del municipio de Quiroga, donde los romanos dejaron su huella en la naturaleza de una forma poco habitual y muy ingeniosa. Se propusieron cambiar nada más y nada menos que el trazado de un río: del Sil, para ser más concretos. Y de esto hace casi 20 siglos, dando lugar así a una obra de ingeniería muy curiosa dentro de la minería de oro romana.
Estamos hablando de un túnel excavado en la roca por orden del emperador Trajano y que hoy es conocido como túnel de Montefurado. Ese nombre también alcanza a una pequeña aldea que tiene cerca. Montefurado significa monte perforado, por lo que el nombre no puede ser más descriptivo de lo que hicieron allí los romano. Un túnel artificial del siglo II es algo llamativo, pero el motivo que había detrás de su construcción era una idea genial.
El oro provocó obras de la época romana tan impresionantes como ingeniosas
La ingeniería romana es asombrosa y todos admiramos sus construcciones y la estructura de sus yacimientos cuando los tenemos delante. Pero una peculiaridad del caso del que vamos a hablar es que casi no se percibe la mano del hombre en ese paraje. Pero una vez que conocemos lo que hicieron allí casi 20 siglos atrás, uno no puede menos que asombrarse, porque cambiaron el rumbo del río a propósito. Veamos por qué alguien se tomó tantas molestias.
El río Sil llevaba oro, al menos en tiempos romanos
El noroeste de la península ibérica era un recurso minero excepcional para los romanos. El oro era esencial para que el gobierno de Roma, y por eso no era extraño que se pusieran grandes esfuerzos económicos y humanos en este fin. Estos últimos, los medios humanos, no eran un gran problema, ya que la mano de obra local y los esclavos hacían gran parte del trabajo. Pero en este caso del túnel de Montefurado lo que destaca es la idea, por encima de todo lo demás.
Hay una frase popular, un refrán, podríamos decir, que asegura que: el Sil lleva el agua y el Miño lleva la fama. No viene al caso la moraleja del dicho, pero sí nos sirve ese dicho para comprender la importancia y entidad del río Sil, que recorre casi 250 kilómetros y que duplica el caudal medio anual del Miño, del que es el principal afluente. Además de agua, el río Sil llevaba oro, al menos en tiempos romanos. Y ahí comienza todo.
El caso de Montefurado
El oro iba llegando al río a medida que el agua de lluvia y del propio río lo iba arrancando del terreno y metiéndolo en el cauce. El propio fluir del río lo arrastraba y lo iba pastoreando sobre el lecho, moviéndolo poco a poco. El oro estaba ahí, en el agua, y sólo había que cogerlo. Pero no era tan fácil. Por eso los romanos tenían multitud de obras y de trabajo minero a lo largo de los márgenes del río. Para ir un paso más allá de todo aquel esfuerzo, tuvieron una idea sorprendente y audaz.
La idea era compleja, pero su ejecución lo era aún más. El río llevaba oro que se iba depositando sobre el lecho, sobre la arena del fondo, como hemos dicho. Si los ingenieros romanos eran capaces de quitar el agua y dejar sólo esa arena, coger oro sería casi como coger moras de las zarzas del borde un camino. Y si bien quitar el agua de un río no es fácil, como el oro todo lo puede, la idea salió adelante.
Los romanos seleccionaron perfectamente el sitio para hacer su obra de ingeniería, para meter al río por un túnel y así desviarlo de su flujo natural, donde quedaría el lecho seco. Cuando uno mira fotos aéreas del lugar o mira la zona en las fotos de satélite de Google Maps, por ejemplo, todavía ve el flujo natural del río. De cuando el río formaba ahí un meandro pronunciado. Un meandro que desaparecía con el túnel. Y que con el túnel volvía a aparecer.
El túnel que construyeron hacía que el río pudiera seguir recto, por decirlo de alguna forma, y abandonar el meandro. Así, ese tramo del río quedaba seco y se podía coger el oro del lecho del río con más facilidad. Esta idea era magnífica, pero no tendría mucho sentido hacer una obra de esta envergadura para recoger oro sólo una vez, porque el río seguía fluyendo aguas arriba del túnel y con él el oro seguía llegando.
El túnel no era permanente y así podían llevar el río por el meandro o sacarlo de él a su antojo
Y aquí tenemos el colofón a esta obra magnífica. Los romanos cerraban el túnel durante el invierno y así el río, al encontrarse esa puerta bloqueada, volvía a fluir por su camino original, por el meandro. Volvía a pasar por donde siempre había ido, haciendo lo que siempre había hecho, ir dejando migas de oro a su paso, como si fuera una mezcla entre Pulgarcito y el rey Midas.
Cuando comenzaba el calor y bajaba el caudal, lo que facilitaba todo el proceso, los ingenieros romanos volvían a abrir el túnel y el agua atajaba su ruta por el agujero bajo la roca, dejando el meandro seco de nuevo y el oro disponible para recolectar.
Es una suerte que una construcción así haya llegado hasta nuestros días y que las investigaciones nos permitan comprenderla en toda su extensión. Porque sólo así podemos darle todo el valor que tiene a este maravilloso paraje.
Y no digo lo de suerte que podamos verlo en vano porque, en noviembre de 1934, el río que llevaba siglos lamiendo el túnel consiguió que se desplomara en parte. Quién sabe si también algún otro factor influyó en ese pequeño desastre. Lo cierto es que los aproximadamente 120 metros de largo originales que tenía el túnel quedaron reducidos a menos de la mitad, concretamente a lo algo más de 50 metros actuales (con 19 metros de ancho y unos 17 de alto). En cualquier caso, aunque reducido, sigue siendo algo admirable y magnífico. Un lugar especial.
Manuel Jesús Prieto