El restaurante de Cádiz donde soldados nazis bailaron flamenco
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16.02.2023
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Hay un lugar en Cádiz que conocen, aunque sea de oídas, casi todos los aficionados al flamenco. Es la Venta de Vargas, en San Fernando. En esa localidad nació José Monje Cruz, más conocido como Camarón de la Isla. Ese de la Isla se debe al nombre anterior de San Fernando, que hasta 1813 era Villa de la Real Isla de León. Pero ese local de San Fernando, Venta de Vargas, que sigue en activo, tiene entre sus miles de noches flamencas una muy peculiar que llevó a unos soldados nazis, de uniforme, a acabar bailando y (casi) cantando.
La vida de Camarón estuvo unida de forma significativa a la Venta de Vargas, y no sólo por las veces que allí actúo o por las historias que se cuentan de él y Manolo Caracol en el lugar. Sirvan estos dos nombres para dejar ya subrayado de aquí en adelante que el flamenco está presente en el lugar de manera natural e importante. Pero a estos nombres podríamos añadir muchos más.
La Venta de Vargas era el restaurante de referencia de Camarón
En el edificio donde está la Venta de Vargas a principios de los años 20 del siglo pasado había un local de comidas y bebidas llamado Venta Eritaña. En aquella modesta casa se vendía principalmente vino y se daban sencillas comidas. Gracias a su localización en la entrada de San Fernando, el negocio iba tirando, pues los vendedores que llegaban hasta allí desde Chiclana o Conil, entre otros lugares, solían hacer una parada para reponer fuerzas.
En 1937 fue cuando Juan Vargas se hizo con el negocio y le cambió el nombre por el que ha tenido hasta hoy. Junto con su madre, Catalina, Juan fue sacando adelante el negocio, cada vez con más éxito. En principio, según las leyes, debían cerrar, como todos los locales, poco después de oscurecer. Aunque a menudo la fiesta se alargaba y se hacía la vista gorda por parte de las autoridades. El cante flamenco servía para que algunos señoritos pasaran por allí a última hora y esto les permitía a los dueños tener algo de margen con la hora de cierre.
Cuenta una leyenda, que a mí me recuerda a la película El Golpe y que está recogida en el libro La Chispa de Camarón (La Chispa, por cierto, es el apodo de la viuda del cantaor), que una noche se presentó la guardia civil a ordenarle a Juan Vargas que cerrara, porque era tarde y porque las normas había que cumplirlas. Este, haciéndose notar al hablar con la voz alta, le dijo a un camarero que pidiera al gobernador civil que se marchara, que tenían que cerrar por orden la guardia civil. El guardia, al oír aquello, se excusó y se fue sin pedir más explicaciones.
No era un farol, porque el gobernador civil de Cádiz era cliente habitual y un asiduo de las juergas nocturnas. Tanto es así que poco después de aquello Juan Vargas recibió una notificación oficial que le permitía abrir las 24 horas del día, si él quería, como local de auxilio en carretera.
Los soldados alemanes pararon a cenar, pero acabaron de fiesta
Fue poco tiempo después de ese 1937 cuando ocurrió la curiosa historia de los soldados alemanes que acabaron allí bailando flamenco y que narraba el propio Juan Vargas.
San Fernando está en la zona de la bahía de Cádiz, y esa cercanía al océano Atlántico fue lo que llevó allí a unos cuantos soldados alemanes. Hablamos de la época nazi de Alemania, del Tercer Reich, y según parece los soldados habían ido a reparar algunos barcos en la zona. La cuestión es que una noche acabó llegando a la Venta de Vargas un pequeño grupo de ellos. No es de extrañar porque, como decíamos, el local estaba a la entrada de San Fernando y con buen sitio para aparcar en la puerta.
Pararon frente al local los vehículos en los que viajaban y bajaron los soldados. Uno de los oficiales habló con Juan Vargas y le preguntó si podían cenar allí. Según el propio Juan Vargas, el oficial era muy alto y rubio, y hablaba de manera muy educada. Como la respuesta fue positiva, entraron. Y, tras dejar sus armas y algunos pertrechos más sobre una mesa, se dispusieron a cenar.
Como todas las noches, había un espectáculo flamenco en la venta. Y aunque aquella noche la mayoría de los clientes eran soldados nazis uniformados, unos cuarenta, lo cierto es que el espectáculo se llevó a cabo como era habitual. Se dice que los artistas, eso sí, tenían un poco de canguelo al verse rodeados de tanto soldado extranjero.
Pero la venta se fue animando, la noche se vino arriba, y los soldados también, empujados a ello por el vino, la cerveza o lo que quisiera que habían tomado. Se fueron soltando y comenzaron a disfrutar del cante flamenco y del jaleo, llegando incluso algunos de ellos a bailar, intentar cantar y a dar palmas, aunque seguro que con poco arte. Sin ir más lejos, el mismo oficial que había hablado con Juan Vargas para ver si podían cenar allí, y siempre según la historia que contaba el propio dueño de la venta, acabó bailando por bulerías y hasta poniéndose un sombrero de ala ancha.
Al final, los soldados alargaron la noche hasta la hora del alba. Vargas cobró unas cuantas cenas y los artistas se llevaron un dinero extra. Ganaron en una noche lo que ganaban en una semana. Alguno de los cantaores, viendo cómo le sonaban las monedas en los bolsillos, le preguntó después de la fiesta a Juan Vargas si aquellos soldados no iban a volver. En definitiva, tuvo que ser una noche cuanto menos extraña.
Manuel Jesús Prieto
Interesante, como siempre, gracias.