El esqueleto de piedra se mueve otra vez
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05.09.2022
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En las montañas del Maestrazgo se extienden cientos de kilómetros de muros de piedra en seco, el inmenso esqueleto de una cultura extinguida. ¿Extinguida? ¿Seguro? En Vilafranca (Castellón) preservan el pasado de esta arquitectura con su museo y sus itinerarios; la persistencia de algunos vecinos mantiene el oficio en el presente y la arquitecta Ivana Ponsoda trabaja su futuro: la piedra en seco abre opciones para una arquitectura económica, ecológica y mejor integrada en el territorio.
Sopla el viento, crujen las piedras.
El Pla del Mosorro es un territorio alto y mineral, una meseta calcárea atravesada por muros de piedra, muros de un metro y medio de alto que se bifurcan, se retuercen y avanzan hacia cualquier horizonte. Por todas partes brotan cabañas como iglús rocosos. Aquí la piedra forma casetas de pastores que ya murieron, lindes de caminos para rebaños que ya pasaron y muros de parcelas de agricultores que ya se rindieron.
Queda el viento, una capa leve de tierra, sabinas dispersas, pinos achaparrados y matorrales espinosos, pero no quedan pastores, agricultores, perros, cabras ni ovejas, no quedan cuerpos, no queda carne ni aliento, solo queda el inmenso esqueleto de piedra de su cultura extinguida.
(¿Extinguida? ¿Seguro? Ivana Ponsoda pelea contra esa idea).
Los campesinos de las sierras del Maestrat/Maestrazgo desarrollaron una arquitectura básica de piedra en seco, apilada y encajada sin recurrir a morteros ni argamasas, y le dieron dimensiones ciclópeas (mil kilómetros de muros, solo en el término municipal de Vilafranca) por pura supervivencia.
—Ya ves que esto es un pedregal —dice Guillem Monferrer, técnico de turismo de Vilafranca—. Aquí lo primero que hacían era despedregar: iban sacando piedras a mano, una a una, para despejar un poco de tierra, aplanarla y cultivar algo. Plantaban unas patatas, un poco de cereal. Aquí no crecen olivos ni almendros ni viñedos, como en la costa, aquí estamos a más de 1.100 metros y hace mucho frío. Para que te hagas una idea: en junio de 2021, en junio, ¿eh?, se congelaron las patatas.
El Maestrazgo es un país rico en piedras. Con las que iban desenterrando, levantaban muros para proteger los terrenos cultivados y delimitar los caminos de la trashumancia, construían las casetas cuadradas o circulares en las que pasaban temporadas los agricultores y los pastores, edificaban pozos, corrales, ribazos… Monferrer señala un bancal mínimo: un escalón de tierra sostenido con un murete de piedras, de apenas cinco o seis metros cuadrados.
—Cada palmo de tierra era una conquista.
Cuánto valen las piedras
Hasta hace poco, las piedras eran piedras: abundantes, vulgares, prescindibles, escombros tristes de una época de supervivencia. Si se derrumbaba una parte de la pared, el vecino derruía la caseta entera y construía otra con hormigón, ladrillos y chapas metálicas. Ahora las piedras son memoria, orgullo, identidad: los vecinos restauran las viejas casetas de piedra, sienten aprecio por esta arquitectura que nos llega desde la noche de los tiempos.
—Aquí tenemos el origen de la arquitectura con sus materiales y conceptos más básicos —explica Monferrer—. Conocemos ejemplos de arquitectura de piedra en seco desde la Edad del Bronce, es típica en todo el Mediterráneo, lo que pasa es que en la mayoría de los sitios fue desapareciendo y en el Maestrazgo se conservó muy bien, porque son montañas poco pobladas, poco urbanizadas.
La mayoría de las construcciones de piedra seca que vemos en el Maestrazgo son relativamente recientes: del siglo XIX. Con las desamortizaciones (las expropiaciones y subastas de tierras pertenecientes a la Iglesia), los campesinos dispusieron de más terrenos, aunque a menudo solo accedieron a los más remotos y difíciles, como estos páramos del Maestrazgo. Para sacarles provecho, los despedregaron y construyeron estas estructuras calizas.
Era una arquitectura sencilla, popular, anónima, comunitaria. Al campesino le tocaba hacer también de paredador: cada familia se construía sus muros, bancales, casetas y aljibes, con la ayuda de las familias vecinas. Labraban unas pocas piedras clave y el resto las iban seleccionando en el terreno, para encajarlas como un rompecabezas.
A principios del siglo XXI, los vecinos del Maestrazgo empezaron a valorar este patrimonio, estas construcciones que se les iban desmoronando invierno tras invierno. Un congreso académico internacional en Peñíscola sobre las arquitecturas en piedra, la publicación en Vilafranca del libro Los hombres y las piedras y la creación de paseos turísticos por estos paisajes encendieron la conciencia. Los pueblos vecinos de La Iglesuela del Cid (Teruel) y Vilafranca (Castellón) organizaron un taller de empleo para divulgar la técnica de la piedra en seco.
—No es una cuestión nostálgica —dice Monferrer—. A mucha gente le vino fenomenal aprender el oficio. Aquí no tenemos cerámica y azulejo, como en otras zonas de Castellón, pero tenemos piedra y sabemos labrarla. Durante el boom de la construcción, de aquí salían camiones y camiones con losas.
En 2003 construyeron una caseta de piedra seca de ocho metros de diámetro en la entrada a Vilafranca, como emblema del pueblo.
—Ahora tenemos los recorridos, el museo, organizamos concursos de fotografía y de maquetas, las tiendas las ponen en sus escaparates, en Pascua hacen casetas con láminas de chocolate… La arquitectura de piedra en seco es una seña de identidad del pueblo.
En el Museo de la Piedra en Seco explican las técnicas constructivas, muestran maquetas detalladas, pero Monferrer anima a salir del edificio:
—¡El museo está al aire libre!
Tota pedra fa paret
En el Pla de Mosorro, Monferrer explica el principio básico de esta arquitectura: cada piedra se apoya en dos. Tienen que quedar bien encajadas, no pueden bailar.
—Las mejores son las losas, las piedras lisas, planas, regulares, pero cualquier piedra sirve para algo. El ripio, los cascajos se usan para rellenar los huecos. Tenemos un dicho: “Tota pedra fa paret”.
Toda piedra hace pared, pero cada tipo de piedra determina un paisaje. En el Pla de Mosorro abundan las piedras irregulares, con las que se construyen muros toscos para guardar el ganado o delimitar los caminos. Estos muros de losas horizontales están rematados por una hilera de losas verticales.
—Es una forma típica en cuatro o cinco pueblos del Maestrazgo. Esas losas puntiagudas, puestas en pie, impiden que el lobo salte el muro para entrar a por las ovejas, o que las cabras lo salten para escaparse. Además no dejan que se amontone la nieve, podría acumularse mucho peso, porque esta es una zona fría y de tormentas duras. Aquí tenemos granizos, rayos, vendavales, y estos muros altos protegen al ganado. También pienso que el remate vertical tiene una función estética, ¿no te parece?
Las casetas de los pastores son un puro amontonamiento de piedras, pero amontonadas con elegancia y con ingenio constructivo: pasan de una planta cuadrada a un techo circular sin la ayuda de vigas ni cemento. A un metro y medio de altura, colocaban pechinas (losas diagonales) para romper la línea recta del muro y apoyar en ellas las siguientes hiladas circulares, que se iban enroscando en vueltas cada vez más estrechas, hasta formar una falsa bóveda. En el remate de la bóveda colocaban una losa suelta, que retiraban para dejarle una salida al humo de la fogata. Y cubrían el techo con una gruesa capa de ripio, para acumular peso y que el viento no se llevara las losas. En otras regiones, las cabañas tienen cubiertas de ramas o de paja mezcladas con tierra, pero aquí no hay: aquí solo hay piedras, todo se edifica con puras piedras, después de una hora paseando por el Pla de Mosorro empezamos a creer que la piedra es la unidad básica con la que se construye el entero universo.
Este universo arquitectónico contiene fenómenos propios. Se ven en algunas formas extrañas que los campesinos dieron a las piedras: cuesta entender, por ejemplo, los dos muros que avanzan paralelos, muy cerca el uno del otro. Esta estructura de muro doble, largo y estrecho, se repite en diversas partes del páramo. No delimita una parcela, el espacio intermedio es demasiado estrecho como para que pasen animales, además aparece colmado de piedras, como una escombrera rectilínea.
—Lo llaman el paredón. A nosotros también nos costó entenderlo hasta que los veteranos nos lo explicaron —dice Monferrer—. Cuando despedregaban el terreno, en alguna parte tenían que poner los cascajos que iban sacando y que no necesitaban. No podían extraerlos de un terreno y desparramarlos en otro. Así que los amontonaban entre dos muros.
Almacenaban el excedente de piedras y ordenaban el paisaje.
Los muros que delimitan las vías pecuarias resultan más evidentes: son gruesos, altos, con una buena anchura intermedia, y avanzan desde las montañas hacia la costa, durante kilómetros y kilómetros. De vez en cuando, de esos muros sobresalen losas intercaladas en diagonal a modo de escalera, para atravesarlos sin pisotear la estructura. Y se abren también huecos a modo de puertas estrechas: los contadores. Por ahí entraban las ovejas a un corral de piedra, de una en una, de manera que el pastor pudiera contarlas con facilidad.
Antes había pastores en casi todas las familias y criaban unas pocas ovejas cada uno. Ahora trabajan pocos pastores con rebaños muy numerosos, más difíciles de controlar, de manera que las ovejas a veces trepan por las pequeñas irregularidades de los muros, por los pequeños derrumbes, y los deterioran cada vez más. A los derrumbes, explica Monferrer, los llaman solsidas.
—Antes las solsidas se reparaban, pero ya no hay mantenimiento y el deterioro es cada vez más rápido. En temporada de setas es un desastre. La gente recorre la montaña como le da la gana, se suben a los muros, los pisan, los atraviesan, los van estropeando. Algunos andan por el monte como excavadoras.
Es imposible proteger toda la arquitectura de piedra en seco que se va desmoronando por las montañas del Maestrazgo.
—Puedes recorrer el término municipal de Vilafranca de punta a punta sin levantar la mano de los muros.
Pero diseñaron tres paseos con paneles informativos por los alrededores del pueblo, para divulgar paisajes diversos y bien conservados de esta arquitectura: el Pla de Mosorro, con piedras irregulares para las construcciones del pastoreo y la ganadería; Les Virtuts, un paraje en el que abundan las losas, perfectas para levantar casetas sólidas y bancales firmes, en un paraje agrícola bien mantenido hasta hoy; y la Parreta, un bosque de robles y encinas, con las construcciones de leñadores y madereros.
Monferrer recomienda una joya: la caseta de Calces Blaves, el hombre que vestía calzas azules, un modesto bandolero de principios del siglo XX que robaba unas patatas aquí, unas gallinas allá, y se construyó una fortaleza de piedra en seco. Queda a seis kilómetros de Vilafranca, cerca de La Puebla del Bellestar y su puente gótico sobre la rambla de las Truchas, por donde cuentan que entró Jaume I a conquistar el reino moro de Valencia. En lo alto de una loma, con vistas estratégicas, aparece esta construcción asombrosa: dos muros paralelos de 106 metros de largo, cubiertos por un techo abovedado, con una caseta en un extremo y dos casetas en el otro. Este túnel de piedra le permitía a Calces Blaves esconderse, vigilar el entorno, correr de un extremo a otro sin ser visto, salir por donde menos se lo esperaban sus perseguidores.
Las gallinas que robaba Calces Blaves financiaron uno de los ejemplos más refinados de la arquitectura de piedra en seco. Porque no hacía falta mucho dinero: tenían el material a mano y un conocimiento perfeccionado durante siglos.
Futuro de piedra
—Eran siglos y siglos de experimentación, condensados en una técnica constructiva que se iba perfeccionando según las necesidades —explica la arquitecta Ivana Ponsoda—. Ese conocimiento se transmitía de manera oral, hasta que se interrumpió con la crisis del mundo agropecuario en las décadas de 1960 y 1970. Fue como el incendio de la biblioteca de Alejandría.
Ponsoda pertenece a la generación que se quedó sin biblioteca. Nació en Alcoi (Alicante) en 1979 y estudió Arquitectura. Hace poco ha descubierto que su bisabuelo era un buen margenador (alguien que construye marges, ribazos, muros entre terrenos), pero ella creció sin ninguna tradición, sin ninguna referencia de las técnicas de piedra en seco. Las descubrió en el año 2000, cuando recorrió durante una semana las montañas alrededor de Vistabella del Maestrazgo (Castellón), en un trabajo voluntario como estudiante de Arquitectura. Elaboraron un inventario de las casetas de piedra en seco.
—La técnica me fascinó. Vi que era útil y resistente, que podía emplearla cualquier persona, su única materia prima era la piedra y el impacto ambiental era mínimo.
Con otras personas de la asociación cultural Grèvol, Ponsoda trabajó durante cinco o seis años en un inventario de las construcciones de piedra en seco de Vistabella. Y en 2015 elaboró un catálogo: una selección de los elementos que debían ser protegidos como patrimonio cultural.
—Ahí me di cuenta de que nuestros antepasados construyeron toda esta arquitectura con una visión colectiva del territorio, del uso común de las infraestructuras. Vi cómo se repetían las técnicas en algunas casetas cuando debían responder a las mismas necesidades, cómo las alineaban a lo largo de caminos o ramblas, cómo tenían una noción muy clara del territorio compartido. Ahora tenemos una visión mucho más limitada y fragmentada, necesitamos una reflexión sobre la manera de gestionar el territorio.
Ponsoda cree que la piedra en seco abre posibilidades para construcciones eficaces, sostenibles, bien integradas en el territorio. Cualquier persona que aprenda el oficio puede construirse su propio cobijo, su cisterna de agua, sus ribazos para tener buena tierra de cultivo y sus muros para guardar el ganado, sin depender de nadie más, sin maquinaria, con gastos mínimos. Puede construir incluso en zonas aisladas, de difícil acceso. Y las ventajas ambientales son evidentes: las piedras están en el terreno, no se necesita fabricar materia prima ni transportarla, no se consume agua, no quedan residuos.
La piedra no solo ofrece ventajas para el ámbito rural. Según Ponsoda, sería útil para mejorar las ciudades y los pueblos ante el cambio climático y la crisis energética.
—Buscamos ciudades mejor integradas en la naturaleza, siguiendo las ideas de lo que llaman Green Cities. Ahora se construyen edificios de consumo energético mínimo, pero con materiales que hay que traer desde lejos y que en muchos casos son contaminantes. Los muros de piedra consiguen un buen aislamiento térmico, los pavimentos de piedra drenarían mucho mejor los suelos y desaparecerían las humedades de las casas en los centros históricos… Con la piedra, el ahorro económico y ecológico es considerable.
Ponsoda ha reconstruido ribazos, casetas, aljibes, pavimentos y hasta trincheras de la Guerra Civil. También ha redactado dos proyectos para emplear la piedra en seco en plazas y parques. Constata que en algunas comarcas, como la Marina Alta de Alicante, la transmisión se ha mantenido y hay gente que sigue trabajando con la piedra en seco, aunque teme que los jóvenes no lo vean como una salida. Ella, para sus trabajos, encuentra cuadrillas de paredadores de 35 o 40 años en adelante, pero querría encontrar a chicos y chicas de 20 años a quienes enseñar el oficio. Por eso reivindica la investigación, los estudios técnicos y la formación reglada:
—El ministerio sacó la calificación profesional de constructor de piedra en seco, eso es un avance. Quizá pronto se pueda estudiar este oficio dentro de la Formación Profesional.
Si los itinerarios de Vilafranca preservan el pasado, Ponsoda trabaja con esta arquitectura en el presente y lucha para darle un futuro.
Información sobre el Museo de Piedra en Seco y los itinerarios alrededor de Vilafranca.
Ander Izagirre
En los páramos de Bricia y de La Lora, tierras de Burgos y Cantabria, pueden verse cabañas y refugios de piedra seca. Y en La Puente del Valle, a pié del Ebro, en Valderredible, hay un precioso museo de La Piedra en Seco con bonitas maquetas de edificaciones de este tipo originales de muchas regiones de España y de Europa.