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Viajar por la Zona Media de Navarra es hacerlo a través de la distancia, pero también es hacerlo por el tiempo. Como si se abriera un libro de historia, con el paso de los kilómetros aparecen palacios fabulosos, fortalezas antiguas y castillos inexpugnables. Este territorio salpicado de viñedos, campos de cereales y olivos, transporta a la legendaria época del antiguo reino de Navarra. Aguardan en el camino pueblos medievales, bellos vestigios del románico, gastronomía, vinos excelentes y más de una sorpresa.
Un palacio de fantasía: Olite
Acostumbrado a los lujos franceses de los Evreux, a Carlos III no le parecía suficiente el palacio viejo que se encontró al llegar a Olite. Así que ordenó ampliarlo y mejorarlo con tanto empeño que acabó convirtiéndose en uno de los palacios más lujosos del s. XV.
A pesar de su aspecto defensivo, la construcción sólo fue usada como residencia y tuvo todos los caprichos posibles. Acogió adelantos técnicos sorprendentes para la época, como las tuberías de plomo que se encargaban de llevar el agua hasta los jardines colgantes que se convirtieron en un verdadero mito. Según cuentan las crónicas de la época, por los jardines paseaban especies de animales nunca vistos antes en la región, había jazmines de Alejandría, naranjos y pomelos exuberantes.
Sin embargo, con el paso del tiempo el palacio de Olite entró en decadencia. De hecho, Bécquer se lo encontró en ruinas, con muros cubiertos de musgo y hiedra. Hoy, completamente restaurado y con sus torres y almenas dominando el skyline de la ciudad, es una visita imprescindible para hacerse una idea de la gloria que alcanzaron los antiguos reyes de Navarra.
Enología y románico en San Martín de Unx
Partiendo en coche desde Olite, se podrá comprobar cómo la geografía cambia y dota al paisaje cercano del pueblo de San Martín de Unx de una singularidad propia. El cambio es tan radical que hace pensar en que se ha extraviado la carretera y hemos acabado en otra provincia. Se deja atrás los cultivos intensivos y de regadío para dar con monte y bosque que se reparte el terreno entre cultivos de la tríada romana, el olivo, el cereal y la viña. Son estas las que dan protagonismo a San Martín de Unx dentro del plano turístico de Navarra.
El secreto del éxito de este pueblo está en haber ido a contracorriente en lo enológico al mantener la tradicional variedad de garnacha, logrando unos vinos que han sabido meter el rico paisaje natural dentro de una botella. No en vano, San Martín de Unx se ha convertido en la capital navarra del rosado. Y no solo eso, el mejor tinto de Navarra de este año fue el Beramendi Crianza 2016, una de las bodegas radicadas en el pueblo.
La otra joya de San Martín de Unx no es natural. Para dar con la iglesia de San Martín de Tous hay que dejar atrás mucha historia, casas de hidalguía, escudos, y subir, subir mucho, porque la iglesia está en lo más alto, como una guinda coronando el perfil del pueblo. Todo ese desnivel obligó a construir primero la cripta de la iglesia a modo de cimientos. Una vez allí, una ingeniosa escalera de caracol conduce al tesoro, un espacio mágico que es en sí mismo una iglesia en miniatura que exhibe en sus enormes capiteles una pureza románica que emociona al visitante.
Ujué: patrimonio con migas
Ujué no es lugar de paso, allí se va con plena consciencia de ir. Más que nada porque la carretera acaba en lo alto del pueblo. Tal vez por ello, siempre abunda la sensación de que se está solo, a no ser que la visita se haga en fin de semana, que es cuando llegan los autobuses de excursiones programadas.
Sea como sea, Ujué es un lugar para recorrer con calma, deteniéndose en los muchos detalles del conjunto monumental. Su joya de la corona es la iglesia-fortaleza de Santa María de Ujué, un puzzle arquitectónico sobrecogedor con iglesia, paseo de ronda, contrafuertes, torreones y mucho arte románico. Como curiosidad, en el paseo de ronda existe una ventana de forma ojival que enmarca a la perfección a Olite en el horizonte.
Las vistas son de tanta belleza que no sorprende para nada el apelativo que recibe Ujué como el balcón de Navarra. Para rematar la visita, las migas hechas al modo tradicional son totalmente imprescindibles. Eso y las garrapiñadas, ideales para ir comiendo mientras se sigue con la ruta.
Una de romanos
Se calcula que fue entre los siglos I y II d.C. cuando la ciudad romana de Andelos vivió su máximo esplendor, aunque se sabe que ya antes el territorio estuvo habitado por un castro vascón de la Edad del Hierro. Hoy, los estudiosos calculan que sólo se conoce el 20 % de lo que llegó a ser el enclave romano.
Los primeros arqueólogos que comenzaron a llegar aquí a principios del s.XX mencionaron que Andelos a simple vista parecía más lujoso que Numancia. Pero ya entrados los años 80 del siglo pasado, María Ángeles Mezquíriz, toda una pionera de la arqueología nacional, no encontró ningún lujo, las columnas y vestigios desaparecieron en ese intervalo de tiempo.
Lo que sí se conserva como algo casi único entre los resto romanos de Europa es el sistema de suministro de agua, con su presa de doble dique con hormigón romano, en la que aún hoy en día están las marcas de los encofrados. El depósito regulador del agua, una gran piscina que depuraba las impurezas, es la joya del yacimiento. Verlo es estar frente a frente con uno de los mejores ejemplos de la ingeniería romana.
El enigma de Santa María de Eunate
Pasar por Navarra y no ver Santa María de Eunate es casi un sacrilegio turístico. A pocos kilómetros de Muruzábal y en pleno Camino de Santiago, aguarda una de las joyas románicas más misteriosas de España. No en vano, su portada románica es de manual de Historia del Arte. Solitaria, envuelta por el murmullo del cercano río Robo, hasta su claustro exterior suelen llegar peregrinos y viajeros. De los ocho lados que tiene la arquería, solo tres son los originales. Son los que mantienen los capiteles historiados. El resto se debe a una reconstrucción realizada en el siglo XVII, pero es igualmente hermoso.
Un oasis natural para las aves
A la falda de la sierra de Ujué y en medio del paisaje estepario, la laguna de Pitillas destaca como un maravilloso remanso de paz de más de 200 hectáreas en medio de la naturaleza al que acude durante todo el año una variada avifauna. No hay que dejarse los prismáticos para poder disfrutar del avistamiento de aves tanto migratorias como endémicas que se acomodan para nidificar entre los carrizos de este humedal.
Ver el vuelo sincronizado de los estorninos con el telón de fondo del atardecer puede convertirse en una de las experiencias más memorables de este viaje por la Zona Media de Navarra.
José Alejandro Adamuz