El dramaturgo Noël Coward, guionista de un clásico delicioso, Breve encuentro, bromeaba diciendo que lo probaría todo una vez en la vida, excepto el incesto y las danzas folclóricas, pues le resultaban ambos traumáticos. Pero incluso esa clase de traumas pueden ser beneficiosos. También las danzas folclóricas.
Un trauma está aparejado al dolor y al sufrimiento, por lo que, en algunos casos, existe un crecimiento positivo, un fenómeno que el psicólogo de Stanford Chip Heath bautiza como «crecimiento postraumático».
Sufrir para tener perspectiva
Diversos estudios, como los presentados por los investigadores Richard Tedeschi y Lawrence Calhoun, sugieren que quienes sobreviven a situaciones traumáticas presentan cambios personales positivos a un nivel superior que las personas que no se han presentado a dichas situaciones. Este «crecimiento postraumático» se ha documentado entre quienes han perdido un cónyuge, pacientes de cáncer, padres con hijos enfermos, personas que han sufrido agresiones o abusos sexuales, e incluso veteranos de guerra o refugiados obligados a abandonar su país de origen.
A fin de propiciar que el trauma derive en algo positivo, Tedeschi y Calhoun han identificado cinco factores importantes que pueden marcar la diferencia. En primer lugar, la gente que ha experimentado situaciones traumáticas acostumbra a manifestar que tiene una mayor capacidad para disfrutar de las cosas más triviales de la vida, cosas que quizá antes le habían pasado desapercibidas, como una buena taza de café, un jardín bonito, un amanecer, un paseo. Las pequeñas alegrías, pues, aparecen por doquier, lo que permite que la vida de la persona sea más plena. El carpe diem se convierte en la bandera a ondear en cualquier momento. Incluso las cosas pueden resultar más interesantes, bellas o intensas, también las más cotidianas, como el cielo azul.
En segundo lugar, las relaciones interpersonales se intensifican. De repente, se ama más a los familiares y allegados, se fortalecen los lazos, se disfruta más de la compañía de los demás. Quienes han pasado por un trauma también consideran que han adquirido más compasión y empatía hacia otras personas que están afligidas o están sufriendo. Además, es una forma de cribar amistades, tal y como refiere Chip Heath en su libro Momentos mágicos:
Muchas personas que pasan por situaciones traumáticas han señalado que en los momentos difíciles es cuando descubres quienes son tus verdaderos amigos. Despachando las relaciones que no nos apoyan y volviéndonos a dedicar a las que sí lo hacen, a menudo salimos del bache sintiéndonos más seguros y cuidados.
En tercer lugar, pasar por un hecho traumático puede servir para reconocer nuestra propia fuerza. Las cosas que antes nos parecían difíciles o complicadas, de repente se presentan como asequibles y sencillas. Se pueden afrontar mejor el resto de baches. La capacidad de soportar penurias y perseverar suele aumentar. Superar la adversidad se convierte en una actividad que sencillamente hemos asumido que somos capaces de afrontar.
En cuarto lugar, un trauma permite contemplar con perspectiva el escenario e identificar nuevas posibilidades que antes nos habían pasado desapercibidas. Desde nuevas aficiones o pasiones, nuevos rumbos, a nuevos trabajos o nuevas amistades. Cuando una puerta se cierra, además, otras se abren. Así, diversos estudios de la socióloga de la salud de la Universidad de Cornell Elaine Wethington, sugieren que hasta un tercio de las personas que han sido despedidas de un trabajo, al describir el hecho, consideran que ha tenido consecuencias positivas para su vida. Y casi la mitad de las personas que han padecido una enfermedad grave manifestó lo mismo.
En quinto lugar, pasar por situaciones traumáticas también aviva la llama de la espiritualidad, en cualquiera de sus múltiples facetas, no necesariamente de índole religiosa. Como señalan Tedeschi y Calhoun, incluso las personas no religiosas pueden experimentar «una mayor implicación con preguntas existenciales elementales y esta implicación en sí misma puede percibirse como un crecimiento».
Adicionalmente, pasar por un trauma también puede ser la oportunidad para entrar en un grupo de autoayuda. Quienes acuden de forma fidedigna a tales grupos obtienen una satisfacción tan o más plena. Tal es el auge de tales grupos que, solo en Estados Unidos, más del 7 % de los adultos participa cada año en algún grupo de autoayuda. Como ahonda Jeremy Rifkin en La civilización empática:
Decenas de millones de personas han formado parte de alguno en el transcurso de sus vidas. En los últimos años, los grupos de autoayuda han alcanzado una popularidad parecida a la de las catequesis de los domingos y los grupos de estudio bíblico en estados Unidos. En la actualidad, existen más de 500.000 grupos de autoayuda, lo que los convierte en una fuerza extraordinaria a la hora de dar forma a la vida personal y social del país. […] Por ejemplo, en Alemania tres millones de personas participan en más de 70.000 grupos de autoayuda.
Esto no significa que debamos propiciar el trauma ni refocilarnos en él. Probablemente, muchas personas preferirían no haber pasado por algún trauma aunque ello le reportara beneficios posteriores. Lo que significa el crecimiento postraumático, la lección que deben extraer de este fenómeno, reside en que, dado el trauma, implacable, inexorable, al menos podemos esperar que la tormenta traiga cambios. Algunos de ellos a mejor.
También cabe advertir que el crecimiento postraumático no es lo mismo que la resiliencia. La resiliencia describe a las personas que recuperan sus niveles anteriores de funcionamiento. Sin embargo, el crecimiento postraumático se refiere a un cambio personal positivo.
Para saber más a propósito de la investigación académica sobre el crecimiento postraumático, Tedeschi y Calhoun tienen no solo estudios al respecto, sino también un test de crecimiento postraumático llamado Posttraumatic Growth Inventory (PTGI), disponible online.
Sergio Parra
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