La inmigración como motor de innovación en los países

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26.05.2021

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6min. de lectura

Inmigración
Por Capri23auto

La innovación es un fértil fermento de los países del que puede germinar toda clase de beneficios, ya sea para desarrollar sus economías como para alcanzar las mejores soluciones para todos los imponderables que se le presenten. La innovación, así, es como una navaja suiza que ofrece múltiples herramientas para múltiples situaciones. Sin embargo, la innovación no aflora por sí sola. Germina en las cabezas de las personas y es alimentada por las interacciones de las mismas. Finalmente, pues, la innovación florece con más brío en determinados ecosistemas frente a otros.

Un buen ejemplo de ello es Silicon Valley, uno de los epicentros del mundo en lo tocante a la innovación. Entre las muchas características que presenta este proteico lugar, como determinadas ventajas fiscales, se encuentra la particular concentración de cerebros llegados de diversos lugares del mundo. La mezcolanza de culturas, el batiburrillo de cosmovisiones.

En Silicon Valley, no solo hay muchos cerebros interactuando entre sí en busca de las mejores soluciones, sino que esos cerebros tienen idiosincrasias muy distintas, formas de enfocar los problemas y las soluciones muy diferentes, porque proceden de todos los lugares del mundo y, además, participan en igualdad de condiciones frente a los autóctonos (si es que esa palabra ya tiene sentido en un sitio así)

Silicon Valley es una babilonia de culturas, y, como sucedió siglos atrás con Ámsterdam o Londres, la mezcla de personas implica una mezcla de cerebros, y, por tanto, de ideas. A mayor diversidad de ideas mezclándose entre sí, mayor es la innovación.

Redes de personas

Las mejores ideas aparecen de las redes de personas, no de los individuos. Y una ciudad, en ese sentido, es un lugar idóneo para generar redes densas de personas. Por ello, una ciudad diez veces más grande ni siquiera es diez veces más innovadora, sino que lo es diecisiete veces más. Y como explica Steven Johnson en su libro Las buenas ideas: «una metrópolis cincuenta veces mayor que un pueblo resulta 130 veces más innovadora». Así, el ciudadano medio de una metrópolis de cinco millones de habitantes es casi el triple de creativo que el residente medio de una localidad de cien mil habitantes.

A mayor densidad demográfica, pues, más innovación, y más productividad. Por ello, tal y como señala un físico del Santa Fe Institute, Geoffrey West, independientemente de la ciudad estudiada y mientras la densidad de población continúe aumentando, también lo harán los salarios, el PIB y los factores que determinan la calidad de vida, como el número de restaurantes o teatros.

Este crecimiento en la innovación se debe, entre otros factores, a la facilidad de establecer redes de personas, grupos que colaboran entre sí que intercambian ideas en igualdad de condiciones y bajo jerarquías flexibles. A mayor densidad de personas, mayor densidad de ideas. Es sencillo. Sin embargo, este crecimiento basado en la interacción es incluso mayor si entre los habitantes de la ciudad hay un gran porcentaje de individuos llegados de otros lugares, de otras culturas.

Como explica el escritor, sociólogo y periodista francés Frédéric Martel en su libro Smart: Internet (s): la investigación, el 25 % de las startups estadounidenses han sido fundadas o cofundadas por un inmigrante. En el caso de California, donde se encuentra Silicon Valley, la cifra asciende al 40 %. Según datos del National Science Foundation, el 45 % de los ingenieros que obtienen un máster o un doctorado en Estados Unidos son extranjeros.

Para cuantificar el impacto real de esta aceleración de innovación debida a la inmigración, Petra Moser, profesora de economía de la Escuela de Negocios de la Universidad de Nueva York, consciente de que más de la mitad de sus colegas en la universidad eran inmigrantes, correlacionó las políticas que alteran el flujo de inmigrantes altamente cualificados con la innovación.

En su estudio, se centró especialmente en los judíos alemanes que huyeron de la Alemania nazi hacia Estados Unidos. Aquel flujo migratorio se inició en 1933, y durante la década siguiente llegarían a Estados Unidos 133.000 judíos alemanes. Lo que hizo Moser fue un recuento de las patentes registradas desde 1920 hasta 1970, descubriendo que, en los sectores donde los judíos alemanes habían hecho acto de presencia, donde hubo más inmigración, las patentes habían aumentado un 31 por ciento. Pero este porcentaje incluso se queda corto, como explica Peter H. Diamandis en su libro El futuro va más rápido de lo que crees:

Por aquel entonces, como en antisemitismo campaba a sus anchas en Estados Unidos, un gran porcentaje de aquellos emigrantes tenían prohibido trabajar en sus profesiones. Cuando Moser y su equipo ajustaron los datos para tener en cuenta ese dato, descubrieron que, en realidad, los emigrantes eran responsables del 70 por ciento de aquel incremento de las patentes.

Este patrón continúa hallándose hoy en día, como sugiere un estudio del año 2012 de la Partnership for a New American Economy: tres de cada cuatro patentes registradas por las diez universidades con más licencias en esta cuestión tienen, como mínimo, a una persona nacida en el extranjero entre sus autores.

Entre las empresas del Fortune 500, una lista publicada de forma anual por la revista Fortune que presenta las 500 mayores empresas estadounidenses de capital abierto, un 40 por ciento están fundadas por inmigrantes o por hijos de inmigrantes. Como abundan en ello Ian Goldin y Geoffrey Cameron en Exceptional People: How Migration Shaped Our World and Will Define Our Future:

La historia de los grupos humanos y del desarrollo universal subraya hasta qué punto las migraciones han sido un motor del progreso social (…) Cuando la gente se desplazaba, encontraba nuevos entornos y culturas que obligaban a adaptarse y crear nuevas formas de hacer las cosas.

El ser humano está hecho para colaborar. Es una criatura prosocial. Pero también es tribal. El tribalismo le ha condenado a colaborar solo con sus pares. La civilización, los medios de comunicación y el abaratamiento de los transportes, sin embargo, han ido favoreciendo que el tribalismo quede en un segundo plano para recoger los beneficios de la colaboración con otras tribus. Todos salimos ganando, mal que le pese a nuestros instintos más primitivos.

Sergio Parra

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