Urueña, el pueblo de los libreros con pájaros en la cabeza

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23.04.2021

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Urueña es uno de los pueblos más peculiares de Castilla. Muy bonito, sí, en lo alto de una colina, rodeado de murallas, asomado a la Tierra de Campos vallisoletana. Pero lo más llamativo es que cuenta con cien habitantes permanentes… y ocho librerías. El pueblo sigue envejeciendo y vaciándose, al mismo tiempo que escasean algunas aves antes abundantes, pero varios libreros con pájaros en la cabeza se empeñan en insuflarle vida.

La Tierra de Campos, vista desde las murallas de Urueña
La Tierra de Campos, vista desde las murallas de Urueña. Por Ander Izagirre

Una de las historias más curiosas de Urueña (y Urueña está repleta de muy curiosas historias) es que varios de sus habitantes vinieron siguiendo a los pájaros.

Le ocurrió a Jesús Martínez, más conocido como Jesús Alcaraván, un librero madrileño que a principios de los años 90 se escapaba los fines de semana a observar aves en las lagunas de Villafáfila, entre la Tierra de Campos y la Tierra del Pan.

—En una de esas excursiones descubrí Urueña y me maravilló. Un pueblo amurallado en la colina, con esa ermita románica lombarda en la entrada, las vistas impresionantes sobre la Tierra de Campos… El pueblo no estaba tan cuidado como ahora, ni mucho menos. Las calles sin asfaltar, las casas un poco dejadas. Pero ya era un sitio especial. Aquí estaba el centro etnográfico de Joaquín Díaz [divulgador del folclore castellano], me di cuenta de que venían turistas interesados por la cultura y la naturaleza, y pensé que podría encontrar un público para lo que yo sabía hacer: vender libros.

 Jesús Martínez regenta Alcaraván, la librería más antigua de Urueña
Jesús Martínez regenta Alcaraván, la librería más antigua de Urueña. Por Ander Izagirre

Jesús es un hombre sosegado, de gafas, barba blanca y gris, que se mueve medio camuflado con la gorra, la chaqueta y los pantalones verde oliva, por su librería que parece un nido forrado de estanterías y mesas repletas de libros. Desde las portadas le miran lechuzas, gatos y erizos. Nació en Leganés hace 61 años, “cuando Leganés era un pueblo”, y desde crío le atrajeron los descampados, la fauna, lo silvestre. Trabajó en librerías madrileñas de viaje y naturaleza como Tierra de Fuego y La Tienda Verde. Y en 1992 huyó de la capital: montó una librería en Urueña (Valladolid), un pueblo de doscientos habitantes censados pero solo cien permanentes.

A Jesús se le escapa ese verbo: huir.

—Sí, bueno, no lo sé. No sé muy bien de qué huía, de la vida urbana, de la sociedad, de la muchedumbre, de la contaminación. O de mí mismo, nunca se sabe. En Madrid trabajaba en algo que me gustaba, en librerías de viaje y naturaleza, eso no es poco. Pero llegó un momento en que me pregunté si quería coger el metro cuatro veces al día y vivir en el jaleo de una ciudad. Vengo de familia de campesinos, siempre me atrajo la vida rural. Y se me ocurrió que podía instalarme en Urueña, en un entorno que me gustaba, haciendo lo que sabía. 

A la librería le dio el nombre del alcaraván, un ave de estos páramos, difícil de ver por sus plumas pardas con vetas oscuras, pero fácil de oír: al anochecer grita “a dormiiir, a dormiiir”. Otros creen que grita “alfanhuí, alfanhuí”. Así se llama, Alfanhuí, el muchacho de ojos amarillos como los del alcaraván, protagonista de la novela de Sánchez Ferlosio. En la dedicatoria de ese libro, todo un viaje de picaresca y realismo mágico, Sánchez Ferlosio escribe unas frases que podrían explicar los proyectos de los libreros de Urueña: “Sembradas están para ti las locuras que andaban en mi cabeza y que en Castilla tenían tan buen asiento. Escrita para ti esta historia castellana y llena de mentiras verdaderas”.

La locura de Jesús Alcaraván tuvo su asiento en Urueña.  

—Huyes de la ciudad, huyes de ti mismo, vienes a un pueblo pequeño y a lo mejor te encuentras. Yo encontré mi sitio. Pero ojo, porque parece muy bonito, pero vivir aquí es duro. 

Jesús Alcaraván ha visto llegar a muchas personas que abrieron librerías con ilusión y acabaron cerrando.

—Yo lo digo siempre: aquí hay que vivir tres inviernos. El invierno te pone en tu sitio. Anochece a las seis, en las calles ya no anda nadie, porque los vecinos son gente mayor y se quedan en sus casas. Si no tienes un mundo interior, un gusto por la lectura o alguna afición, es difícil vivir aquí. Muchos vinieron y no aguantaron. El invierno hace limpieza. En la naturaleza llegan los meses oscuros, todo se apaga, todo se duerme, y luego en primavera estalla la vida. Con las personas el invierno hace lo mismo: las pone a prueba. Tienes que tener un proyecto claro para aguantar en los tiempos duros. 

Su negocio atravesó dos o tres inviernos hasta florecer.

—Los inicios fueron difíciles. Gastando lo mínimo, siempre en el límite de la supervivencia. La clave fue mantener el espíritu de la librería: yo aposté por los libros de etnografía, folclore, naturaleza, temas de Castilla, pequeñas editoriales que no eran fáciles de encontrar… Y me fui haciendo una clientela. La gente interesada en esos temas me buscaba, igual solo venían una o dos veces al año, pero me llamaban para hacerme encargos. Me iba muy bien en la Feria de Valladolid, siempre se amontonaba un montón de gente en mi puesto, porque ofrecía algo distinto. Yo no tenía a Harry Potter. Traje alguno pero no lo vendía. Los best-seller los tenía que devolver. Yo vendo la rareza, el libro de la zona, el autor local, lo curioso… En Valladolid muchos se sorprendían: ¿pero tienes la librería en Urueña?

Entra una señora: 

—Pan no venden, ¿verdad? 

No, no hay manera de conseguir una barra en Urueña. Sí de rellenarla en esta misma librería, porque el propio Jesús vende algunos productos de la tierra: miel, queso, chocolate, embutidos, vino. 

—Siempre son productos que tienen una pequeña historia detrás, de gente que ha apostado por vivir en el mundo rural: el vino de una bodega cercana, el chocolate artesano, el queso de una pareja que tiene sus ovejas por aquí… Es una manera de apoyar a quienes viven en la comarca.

El boca a boca divulgó la noticia, los periódicos publicaron reportajes sobre el pueblo más pequeño de España con una librería permanente, a Jesús le iba cada vez mejor. 

Unos encuadernadores y unos diseñadores gráficos instalaron sus talleres en Urueña, el centro etnográfico de Joaquín Díaz promovía iniciativas y atraía visitas, se abrieron bares y restaurantes, el pueblo bullía. Y en 2007 cuajó el proyecto de la Villa del Libro, inspirado en el pueblo galés de Hay-on-Wye, capital de las librerías, sede de un gran festival literario. La Diputación de Valladolid compró diez locales del pueblo, los arregló y los alquiló por un precio muy bajo a quien quisiera abrir una librería.

Los primeros años fueron extraordinarios. Las instituciones promocionaron la Villa del Libro, organizaron festivales, presentaciones, todo tipo de actividades. Acudían miles de visitantes atraídos por las librerías, por la belleza del pueblo, por las rutas turísticas bien publicitadas. Alcaraván facturó más que nunca. A partir de 2008 vino la crisis y el asunto se enfrió.

—Vi enseguida que casi ninguno de aquellos libreros era profesional —dice Jesús—. Igual habían conocido el pueblo un fin de semana, les había gustado y habían querido aprovechar las facilidades que daba la Diputación para abrir el negocio. Sí que vino un chico de Valladolid a montar una librería de viejo, ese sí era librero, pero luego había una librería esotérica que vendía velas, aguas de no sé qué, chorradas, lo que menos vendía era libros. Unos de Madrid abrieron una librería taurina, uno de Valencia una librería general, hubo otra de una editorial jurídica… Pero no se instalaron a vivir en Urueña. Venían a trabajar los fines de semana, abrían las épocas de turismo, pero así no funciona. La idea de la Villa del Libro no debería limitarse a llevar un negocio durante unas horas y largarse, sino en vivir aquí con todas las consecuencias, en participar en los asuntos diarios, en convertirlo en tu modo de vida. Yo fui concejal ocho años, intento aportar algo al pueblo. Esa es al menos mi filosofía. Y creo que es la única manera de permanecer. Si no lo haces así, acabas cerrando.

Los hechos le dan la razón: de todas las que abrieron en 2007 al calor de la Villa del Libro, solo sigue Alcuino, librería de una asociación vallisoletana de caligrafía y libros manuscritos.

Se marcharon unos libreros, llegaron otros. Ahora funcionan ocho librerías, algunas intermitentes, otras continuas. Entre las que abren siempre está Primera Página, especializada en periodismo, fotografía y viajes, fundada por Tamara Crespo y Fidel Raso, dos periodistas vizcaínos que cumplieron con la idea: echaron raíces en Urueña.

Vinieron, también, atentos a los pájaros.

Otro nido en Urueña 

Tamara Crespo en su librería Primera Página en Urueña
Tamara Crespo en su librería Primera Página. Por Fidel Rasol

—Bienvenido a la trinchera —dice Tamara Crespo desde el fondo de su librería, un pequeño local por el que se camina entre volúmenes alineados como sacos terreros. Todos estos libros de periodismo y viajes, la exposición de imágenes de la caída del Muro de Berlín, la Guerra del Golfo o el narcotráfico en Ceuta, la vitrina de cámaras fotográficas, la máscara antigás, la máquina de escribir de la República Democrática Alemana, todos estos fragmentos del planeta forman el parapeto de Tamara y Fidel contra la resignación.

El periodismo los agotó, pero buscaron otras maneras de seguir explorando el mundo.

—Los periodistas nos fuimos quedando sin soporte, en los medios cada vez era más difícil trabajar en buenas condiciones, pero aparecieron otras vías. Cuando fundamos la librería en 2014, había un auge del periodismo en formato de libro. Salieron editoriales especializadas en crónicas y reportajes, nuevos medios digitales, nuevas revistas… 

Los publicaciones de Frontera D, La Línea del Horizonte, Jot Down, 5W o Libros del K.O. condensan el mundo en este rincón de Urueña.

Justo hoy aparece la primera golondrina del año. Examina el nido que alguna congénere construyó en el portal de la librería y parece que le convence. Aquí cantará en los próximos meses, quizá respondiendo a Tamara, que todas las semanas pasa un rato escogiendo canciones relacionadas con el libro que recomendará en Radio Nacional de España.

Hace veinte años, Tamara subió al paseo de ronda de la muralla de Urueña y sintió un fogonazo. En una mañana soleada de invierno, ante ella se extendían el cielo azul absoluto y la Tierra de Campos con sus petachos verdes, ocres y amarillos, con sus largos caminos blancos que se cruzan en ángulos variados, como trazos de algún mensaje geométrico para extraterrestres. A sus espaldas tenía un cogollo de casas apretadas, una composición cubista de muros de color almendra y tejas árabes. 

Se compró enseguida una casa en Urueña con su pareja, el fotoperiodista Fidel Raso. Y se instalaron en la nación favorita de Tamara, en lo que ella llama el país de los pájaros.

Urueña
Por MIMOHE

El canto de las calandrias, alondras y avutardas de la estepa, el escándalo de los vencejos, los vuelos eléctricos de las golondrinas, los bandos de perdices y codornices, las migraciones de gansos y grullas, el eco del mochuelo, el trino del ruiseñor, la cigüeña en el campanario.

Algunas de estas aves escasean cada vez más, por la explotación industrial del suelo que merma la biodiversidad y por la instalación de enormes parques de aerogeneradores en los montes cercanos. Tamara anda siempre atenta a los pájaros.

—Cuando voy a una ciudad, los echo muchísimo de menos.

En sus años universitarios, recorrió España de arriba abajo con un grupo de ornitólogos, trabajó en un censo de rapaces nocturnas de Bizkaia pateando valles y montes, usando reclamos, entrando en todos los campanarios. Parece una buena formación para el periodismo. Empezó en El Mundo del País Vasco, se vino con Fidel a El Día de Valladolid, conocieron Urueña, se instalaron tres años aquí, luego se marcharon a trabajar en periódicos de Ceuta y Melilla…

—Siempre teníamos la idea de volver. No a Bilbao. Para nosotros volver era Urueña.

Con las facilidades que daba la Villa del Libro, volvieron de África como las aves y se animaron a montar la librería Primera Página. Reanudaron el proyecto que habían lanzado durante su primera época en el pueblo: El Cisco, un periódico mensual de doce páginas que se repartía gratis a los vecinos.

Así consiguió Urueña otro título: el pueblo más pequeño de España con periódico propio.

—Era un periódico de verdad, hecho por dos periodistas profesionales y un diseñador, con noticias, reportajes, entrevistas, ecos de sociedad, cartas, de todo. Joaquín Díaz era el presidente de honor, escribía los editoriales y preparaba los crucigramas. Entrevistábamos a los mayores, a la gente que nos contaba los oficios antiguos, al manzanillero, al pastor, incluso al último cisquero: se llamaba Ángel Negro de Dios y decía que su oficio era “lo anterior a pedir”, así de duro.

Los cisqueros se iban al monte en las madrugadas de hielo, encendían hogueras lentas y las cuidaban durante horas hasta que la leña se carbonizaba. Eso es el cisco, el carbón vegetal que los cisqueros repartían luego de pueblo en pueblo, con la burra, para alimentar los braseros del invierno castellano. 

Eso es el cisco: un carbón y un periódico que calientan las casas.

Ángel Negro de Dios recorría las calles de Urueña anunciándose a voces: “¡El cisquero! ¡Llega el cisco!”. El ayuntamiento pagaba las fotocopias y el alguacil repartía los ejemplares casa por casa, anunciando también “El Cisco, El Cisco”.

—Hablábamos de los temas que preocupan a los vecinos —dice Fidel—. El suministro de agua, la desaparición de los rebaños de ovejas, la iluminación de la muralla… Y teníamos credibilidad: “Eh, que lo ha dicho El Cisco”.

Tuvieron sus polémicas (cuando un anciano habló en una entrevista de “un primo atontao” que le quería quitar las tierras y se montó una buena), sus exclusivas de eco regional (cuando descubrieron a los productores de la serie Juego de Tronos buscando localizaciones en Urueña) y sus encontronazos políticos (cuando incluyeron los lemas “Paz” y “Nunca mais” como protesta contra la guerra de Irak y el desastre del petrolero Prestige, y el alcalde se les enfadó). 

—A partir de entonces en la mancheta pusimos: “El Cisco. Periódico independiente” —sonríe Fidel—. El alcalde era inteligente y nos siguió apoyando, siempre pagó las fotocopias, eso hay que reconocérselo. 

Según Fidel, que recorrió medio mundo fotografiando conflictos, el periodismo internacional, las crónicas de guerra, las aventuras del reportero tienen mucho prestigio, pero el mejor aprendizaje se hace en el periodismo local.

—Publicar las noticias del sitio en el que vives es muy valioso. El periodismo local está muy poco apreciado, pero si no eres capaz de contar bien las noticias de tu pueblo, es inútil que te vayas a la otra punta del mundo. El New York Times es un periódico local, igual que El Cisco.

Ni las andanzas entre los peshmergas que combatían al Estado Islámico en el Kurdistán, ni las investigaciones del caso GAL: el episodio que Fidel recuerda con más emoción es el de la carta manuscrita que les envió una señora de Urueña que apenas sabía escribir, para reclamar unas obras en su calle.

—Le corregimos un poco la ortografía y la publicamos, fue un paso importante y un logro profesional para nosotros. Son asuntos importantes para la vida de la gente, hay que apreciarlos, hay que tratatarlos con dignidad y con nuestra mejor dedicación.

Tamara y Fidel defienden el valor de lo pequeño: un periódico pequeño, una librería pequeña, un pueblo pequeño.

Pero lo pequeño corre peligro cuando encoge por debajo del tamaño mínimo para la supervivencia.

Plano aéreo de Urueña
Imagen aérea de Urueña. Por daniel

Urueña tiene ocho librerías, media docena de museos y centros de literatura, música, diseño y etnografía; una vida cultural propia de una ciudad, mucha gente viene y va, pero muy pocos se quedan. Ocurre lo mismo con el par de restaurantes: abren en los días festivos o en la temporada alta. Antaño funcionaban a diario un par de bares del pueblo, una carnicería, una pequeña tienda de alimentación, pero ya no hay nada de eso. Casi todos los dueños de los negocios viven en Valladolid o en otras ciudades, vienen a trabajar en momentos determinados, cuando hay afluencia de turistas, pero en otras temporadas largas el pueblo se apaga.

Jesús Alcaraván, Tamara Crespo, Fidel Raso y otros pocos forasteros instalaron aquí sus nidos, pero son minoría. Por eso dice Tamara que la Villa del Libro es una iniciativa estupenda pero no ha conseguido fijar población.

—En Urueña estamos censadas doscientas personas pero vivimos menos de cien. Esto se va despoblando, es como querer atrapar el agua entre las manos. Teníamos como vecinos a un matrimonio, Herminio y Candi, él era pastor, ella nos traía huevos en el mandil, una gente muy amable. No digo que la gente de los pueblos tenga que seguir viviendo como antaño, no idealizo el pasado rural, pero quiero decir que era gente que tenía su vida en Urueña. Vivían en una casa amplia, bonita, tranquila. Decidieron marcharse a vivir a un piso a Medina de Rioseco y nosotros, al principio, no lo entendíamos. ¿Dejar este pueblo tan maravilloso para meterse en un piso en la ciudad? Pero luego lo fuimos entendiendo, claro: aquí dependes del coche para todo, no hay tienda, no hay servicios, no hay médico, antes el médico venía dos veces por semana pero ahora ni eso… No puedes envejecer en un sitio sin servicios.

¿Y crecer? ¿Se puede crecer en un pueblo así?

Ahora mismo Urueña tiene una escuela que pende de un hilo: con cuatro alumnos, el mínimo permitido, cerrará las puertas el día en que alguno se marche al instituto o abandone al pueblo. Hace unos años, el anterior alcalde lanzó una propuesta para familias con niños y niñas en edad escolar: les ofreció una casa y un empleo en el mantenimiento del municipio. Llegó una pareja peruana con cinco hijos, tuvieron dos más en Urueña, y así mantuvieron la escuela viva una buena temporada.

Aquellos chavales crecieron y ahora la escuela corre otra vez el riesgo de desaparecer. Los inviernos seguirán siendo largos y silenciosos.

—La soledad es dura —dice Tamara—. La nuestra es elegida, hemos montado aquí nuestro rincón y estamos contentos, pero en el pueblo somos cada vez menos y más viejos. Yo voy a cumplir 50 y soy de las más jóvenes…

La pandemia ha dado un golpe duro a Urueña. La librería sigue funcionando, porque tiene clientes fieles, pero Tamara añora el ajetreo y la alegría:

—Organizábamos un montón de actividades. El primer año fueron veintidós, casi dos al mes: vinieron autores a presentar libros, en el club de lectura leímos A sangre fría y trajimos a un detective privado, dedicamos un fin de semana a Japón con un taller de literatura y una demostración gastronómica, organizamos una reunión de moteros a propósito de los libros de viajes en moto, qué más, el curso de fotografía, las sesiones de observación de estrellas, en fin, de todo. Venía un montón de gente. Es lo que más echo de menos.

Y eso es lo que más espera: que las librerías revivan Urueña.

Ander Izagirre

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