Monestir de les Avellanes, una hospedería monástica viva
Escrito por
07.10.2014
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Lo cuento como lo viví: llegué con reservas y me fui pacificado de aquel rincón d’Os de Balaguer. O para que me entendáis, yo entré en el Monasterio marista de les Avellanes como un agitado urbanita un viernes y salí un sábado como un hombre reconciliado consigo mismo.
Penetré, por decirlo así, en una dimensión de la realidad que suele rechazarse, la del punto de vista religioso de los maristas, donde toda lógica del capital se supedita a los valores de la comunidad. Todo, decoración incluida, tiene un sentido, todo allí es símbolo. Es una hospedería (el descanso) monástica (el recogimiento) viva (la hospitalidad de dos comunidades maristas a pleno rendimiento en su monasterio).
Una Hospedería Monástica Viva: descanso, recogimiento y convivencia con las 2 comunidades de hermanos maristas.
Después de esas reservas iniciales, llego al Monestir de les Avellanes, a las puertas del Montsec, y la sensación dominante es que aquí no te puede ocurrir nada. «Bienvenido a esta santa casa», me dice José Jorge, el gerente de la hospedería, nada más conocernos.
El Monasterio queda a los pies de una carretera que lleva hacia el Montsec. «Eso son cosas de curas«, me dirá más adelante el hermano Miquel, en medio de una comida comunitaria, haciendo referencia a lo que dicen aquellos que pasan con el coche por al lado del monasterio y sin paran porque «desconocen qué pueden hacer dentro y que está abierto a todo el mundo». Dos viñedos enteros, de los que se encarga el mismo hermano Miquel, flanquean la entrada a una plaza medieval. «Esos tres árboles son señal de bienvenida al peregrino», me informa José Jorge, «y esas grandes puertas que ves colgadas en la pared son del s. XIV, símbolo de nuestro concepto de apertura, de hospitalidad».
Así que no es necesario hospedarse como hago yo, aunque sea lo recomendable, porque cualquiera puede compartir conversaciones, conocimientos y actividades de naturaleza con los hermanos maristas, con los amigos o con la familia de cada uno. Pienso en que aquí todo es un símbolo, a diferencia de la ciudad que casi todo es banal, cuando José Jorge ya me ha llevado hasta el hall del Monasterio, viendo de refilón un claustro precioso, e intentando quedarme con todos los detalles históricos y culturales de la recepción.
No hemos empezado la visita guiada por el Monasterio de les Avellanes con el hermano Serra cuando escucho «aquello es la escalera que simboliza la evolución del entendimiento de Ramón Llull (por eso los escalones son un poco más altos, porque requiere un esfuerzo), aquellos son los barrotes originales de la antigua cárcel, el arquitecto insertó en cada una de las cuatro paredes elementos de los distintos estilos de…». Un mundo inabarcable en un espacio acogedor, el del hall, distribuye la curiosidad por todas las posibilidades del espacio.
Antes de comenzar todas las actividades, me instalo en la habitación. Es sencilla, sobria, más tarde confirmaré que cómoda. «No tenemos minibar ni televisores porque no somos lo que no queremos ser. Nuestra función es transmitir la visión y los valores que nos definen, así que quien necesite ver la televisión o tomar algo puede hacerlo con el resto de la comunidad en el ‘Salón de los Monjes’, con sus amigos o con sus compañeros de trabajo si viene una empresa», justifica el gerente.
Pero no tiene que justificarse, porque además de símbolos, en el monasterio todo es coherencia. Se trata de desconectar, de disfrutar y potenciar las relaciones a nivel humano, así que la habitación es todo lo que debe ser.
En adelante me espera un recorrido experiencial que excede el espacio de esta publicación, además de que son sensaciones inefables y deben ser vividas, más que descritas, de la misma forma que a un náufrago no puedes canjearle la explicación del agua por la experiencia de beberla.
No sé si quedarme con el entorno, con los valores o con las actividades o con el descanso cuando descubro, ordenando las ideas para este artículo, que es un todo coherente, y que comentando algunas puedo sugerir el todo, que es inabarcable. Así que escojo el restaurante, pedazos de una interesantísima visita guiada y las conversaciones con los hermanos maristas mientras cenamos y desayunamos. Añado además una licencia: la visita de la iglesia en plena noche por ser la síntesis de la calma y el recogimiento que sólo aquí son posibles. Entretanto, verás pequeños destacados donde te informamos de qué puedes hacer en el Monestir de les Avellanes.
La gastronomía en el Monestir de les Avellanes
Hasta el momento, las sensaciones en el Monasterio se emplazaban en una dimensión abstracta de la realidad. El punto de contacto con la tierra lo establecieron los sabores. Eran platos tradicionales aunque mejorados, elaborados para disfrutar y para alimentar, más que el cuerpo, el espíritu.
Que las imágenes lleguen donde no pueden hacerlo las palabras. Añadiré que los ventanales del restaurante daban al claustro cuando el Sol iluminaba (ay, qué metáfora) la estatua del fundador de la orden: San Marcellin de Champagnat. El espacio tiene capacidad para 80 comensales. En la carpa, exterior del Monasterio, caben hasta 280 personas y suele reservarse para bodas, bautizos o grandes eventos. Entre bocado y bocado, me comenta David, el responsable de restauración, que a 50 km a la redonda la gente «ya sabe que aquí se come bien». Y yo lo empiezo a saber desde el primer plato.
La visita guiada del hermano Serra
Los sepulcros del s. XIV del Monestir son las joyas del Metropolitan de Nueva York.
Tan atractivo como la explicación de la historia del lugar (que hilvana acontecimientos de orden internacional) es la conversación con el hermano Serra, quien me acompañará por todos los rincones del recinto y durante la cena y el desayuno del día siguiente. Se trata de una actividad que todo el mundo debería disfrutar cuando llegue al Monasterio. Hay que hacerla.
El recorrido comienza en el claustro y en 1166, fecha de fundación del Monasterio de las Avellanas. Los maristas, en cambio, llegaron en 1910 y hasta hoy se han mantenido allí, con la excepción de los años trágicos de la Guerra Civil. «Marchaos, esto va a ser una masacre», explica (con la distancia necesaria para no empatizar gravemente) el hermano Serra sobre la persecución religiosa que sufrieron por parte de los republicanos. Intermintentemente vamos saltando siglos hacia delante y hacia atrás, relacionándolos con la vida de entonces en el monasterio y con los espacios que tenemos a la vista o los que visitaremos más tarde.
Así supe por qué sonaba esa campana en lugar de otra, por qué la iglesia no mantenía la estructura lógica de planta, qué hacen expuestos los sepulcros tallados en el s. XIV en el Metrolopolitan de Nueva York, qué tiene que ver Rockefeller con el Monasterio, hoy marista, de les Avellanes, que «la historia se compra pero no se vende», me explico también los mensajes (por fin) que mandan todos esos símbolos del claustro, de la iglesia, del hall, del exterior, aprendo, disfruto, me sorprendo de mi tamaño cada vez más reducido. En fin, es una experiencia sosegada, demasiado intensa como para intentar hacerse cargo por propia voluntad, y que el hermano Serra parece encantado de compartir.
Una comunidad de puertas abiertas
¿Qué sabía yo de los maristas? Nada, si nada son retazos de la memoria de un familiar que comentó en alguna ocasión su infancia en un colegio de la orden. Hasta que pude cenar y desayunar con ellas, todo eran, más o menos, prejucicios.
Recapitulando, no consigo saber si el sosiego que traje a mi vuelta había que atribuírselo a la naturaleza que envolvía el monasterio, a la comida, al ambiente del conjunto o a la charla con los hermanos. Cuanto más lo pienso, más peso le doy a esto último. Quién sabe.
Allí tuvieron lugar charlas emocionantes (sí, charlas emocionantes) que tocaron todos los temas, incluso los que se suponen vetados a una orden religiosa. Pero los maristas tienen una vocación pedagógica y una mente tan dispuesta a la reflexión que todo es considerable. No hay distinciones de ningún tipo y los juicios únicamente se construyen sobre una base esencial: todos somos bienvenidos.
He visto a un hermano marista de 70 años intentando hacer hablar a un viajero que realizaba una terapia, para superar el tartamudeo, que consistía en estar en silencio una semana. También decían «joder» o discutían sobre actualidad o… Eran, en fin, personas normales con una vocación inquebrantable.
Escucha el silencio, uno de los lemas del Monestir de les Avellanes
Lo que ves al entrar en el Monestir de les Avellanes, aquellas puertas antiquísimas colgadas en los muros, no es lo mismo que lo que ves al salir de él. La hospitalidad es un concepto hasta que lo experimentas, que se convierte en una verdad. De camino hacia la estación de tren de Lleida el hermano Serra y yo mantenemos una última conversación.
El monasterio, veo, sigue presente aunque ya no esté entre sus muros. Así conozco que el espíritu de adaptación de los maristas es lo que mejor define a los 17 hermanos que viven en el monasterio y a los 360 de toda su provincia marista (Cataluña, Suiza, Francia, Hungría, Grecia y Algeria). Han encontrado una solución, «una hospedería monástica viva», a la difícil situación internacional y a la pérdida de vocaciones. Llegaron a ser 10.000 hermanos en todo el mundo, hoy alrededor de 4.000.
De pronto recuerdo que en todo el monasterio había Wi-Fi y lo contradictorio que resulta con aquel s. XII inicial. Salgo del pensamiento porque el hermano Serra me indica que entre sus 17 miembros hay doctores en Química, en Biología, en Botánica, que muchos son licenciados en Teología y que prácticamente todos han completado el Magisterio para la enseñanza. En su caso, el hermano Serra llegó hace 3 años de la India y quizás se vuelva a ir en unos años. El Monestir de les Avellanes y los hermanos no paran y es curioso porque la sensación de quietud de ellos y del recinto no daba ninguna señal al respecto.
Me voy con una sensación de paz, de restauración humilde, como si me hubieran reparado sin ser necesaria la reparación. No sé muy bien por qué termino sonriendo poniendo este punto y final.
Más información | Monestir de les Avellanes
Escapada Rural
No te conozco Javi, pero no parece que lo que cuentas haya ocurrido solo en un fin de semana, si no más bien a lo largo de meses. Yo estudié en un colegio marista desde ingreso hasta preuniversitario de manera interna y estoy muy contento de la educación recibida, de la formación académica y sobre todo de una forma de vida aprendida a lo largo de muchos días y meses. Me hicieron amar el deporte, la vida compartiendo con los demás y las ganas de trabajar. Estoy encantado de haber estudiado y vivido con los Hermanos Maristas. Me voy a puntar el sitio y creo que pronto iré de visita. Gracias.
Hola, Francisco:
No sólo no ocurrió en meses, sino que en menos de un fin de semana. La experiencia duró desde un viernes a un sábado. Fui de un lado para otro de las sensaciones guiado por los hermanos maristas. Después de conocerlos algo más, me alegra que hayas compartido experiencias con ellos. Cuando vayas, te aconsejo que comas o cenes con la comunidad de hermanos, aunque el restaurante tiene unos platos que…
Puedes llegar en tren hasta Lleida o en autobús hasta Ós de Balaguer. El Monestir de les Avellanes queda justo a las puertas del Montsec.
Un saludo!
costo de estadia y programa
Informacion
Hola, Urvasi: aquí tienes toda la información sobre tarifas:
https://www.escapadarural.com/casa-rural/lleida/monasterio-de-santa-maria-de-bellpuig-de-avellanes/precios
Para conocer a fondo todas las actividades, puedes seguir este otro enlace:
http://www.monestirdelesavellanes.com/
¡Saludos!
Doy fé de que es una experiencia única, se respira paz y recogimiento, tranquilidad y espiritualidad, pasé un fin de semana allí y me pareció estar viviendo algo mágico. Me encantó, no puedo especificar qué me encantó, fué el conjunto de todo, hay que vivirlo, sin duda.