4 motivos para visitar Teruel y confirmar que existe
Escrito por
27.08.2020
|
6min. de lectura
Índice
¿Quién no ha pronunciado alguna vez la frase “Teruel existe”? En muchas ocasiones para hacerle una broma a un turolense que habla de su tierra o para comentar alguna noticia relacionada con la región. Pero posiblemente gran parte de quienes la utilizan no sepan que, en realidad, es el nombre de una iniciativa ciudadana que ha conseguido llegar al gobierno estatal después de 20 años de actividad.
Todo empezó en 1999, cuando diversas plataformas que pedían mejoras para la provincia decidieron juntar fuerzas y crearon la agrupación Teruel Existe. Pedían que la administración prestase atención a las necesidades de una zona que parecía olvidada: aún no tenían autopista, solo había una línea de ferrocarril y la sanidad tenía deficiencias.
En 2019 se presentaron a las elecciones nacionales –¿por qué no?– y consiguieron lo que posiblemente no se esperaban una década atrás: un escaño en el Congreso de los diputados y dos en el Senado. Toda una sorpresa en medio de unos comicios bastante agitados, aunque bien pensado no tendría por qué serlo tanto: la perseverancia es uno de sus rasgos principales.
Más allá de la política y de las inclinaciones de cada cual, lo cierto es que la provincia tiene muchos atractivos que la hacen digna de visita. Excursiones al interior de la tierra, cuevas habitables o caminos que transitan la naturaleza son algunos de sus ganchos. No está nada mal.
¿Cuál es el pueblo más bonito de Teruel?
Esta pregunta seguramente genere discusión pero es posible que en una encuesta masiva y neutral el ganador fuese Albarracín (no confundir con Albaicín, el popular barrio de Granada). Uno de sus puntos más emblemáticos es la Casa de la Julianeta, que llama la atención por su curiosa arquitectura y que data del siglo XVI.
Su ‘extravagancia’ no se debe a los caprichos de algún miembro de la aristocracia, al contrario. En realidad es una vivienda hecha de madera y yeso, construida de esa forma por algún habitante del pueblo que intentó aprovechar el espacio. La Fundación Santa María de Albarracín se encarga de su conservación y actualmente se puede visitar. También hace las veces de taller para artistas.
Pero no es lo único que merece la pena de la población, por supuesto. Desde el castillo, situado en la parte de arriba de una peña, se puede obtener una vista completa del pueblo y en el Museo de Albarracín, instalado en lo que fue el hospital construido en el siglo XVIII, es posible recorrer su historia. Tampoco hay que olvidar su catedral del siglo XVI, la muralla de la época árabe o la Torre Blanca. Aunque el mero paseo por sus calles ya justifica la visita.
La laguna de Gallocanta y su pandilla de aves
Es “el mayor humedal salino de la Península Ibérica y el mejor conservado de la Europa Occidental”, según afirma la Red Natural de Aragón. Sus medidas son de 7,5 km de largo por 2,5 km de ancho. Cuando está llena del todo, puede llegar a más de 2 metros de profundidad. Se encuentra entre la comarca de Jiloca (Teruel) y Daroca (Zaragoza), a unos 1.000 metros de altura sobre el nivel del mar.
El paisaje no solo seduce a las personas, sino que este espacio es una especie de “área de descanso” para las aves migratorias, especialmente para las grullas. Su hora de llegada suele coincidir con el atardecer y la visión y el sonido que producen es uno de los mayores alicientes que ofrece el lugar. En 2011 llegaron a contabilizarse más de 110.000 ejemplares en una sola jornada.
Pero las grullas no son las únicas que ‘paran’ por allí. También hay patos, gaviotas, cigüeñas o gansos. Además de visitar las estaciones de observación de aves, también se pueden realizar rutas de senderismo en las que se encuentran rincones naturales que merece la pena conocer. Los amantes de este tipo de paisajes también tienen una cita en la Laguna de Bezas, en la Sierra de Albarracín.
Mineros que vivían en cuevas
Parece mentira, pero ocurrió en un pueblo llamado Libros mientras que la cercana mina de azufre estuvo en funcionamiento. Empezó a explotarse en el siglo XVIII, aunque de manera interrumpida. El último tramo fue desde 1906 hasta 1956. Cuando la empresa cerró, los más de 2.000 trabajadores que perdieron su empleo tuvieron que dejar sus hogares para ganarse la vida en otro sitio.
No es el único lugar en el que ha ocurrido, por supuesto. Pero lo peculiar de la historia es el tipo de casas que dejaron, ya que no todos los empleados residían en viviendas comunes, sino que muchos habían adecuado cuevas en las paredes de la montaña para que les sirviesen de hogar. Las preferían porque eran más cómodas para resistir al calor y a la humedad que generaba la explotación de la mina.
Actualmente pueden visitarse y el ayuntamiento del pueblo las ha mantenido amuebladas y decoradas para que quienes las visitan se hagan una idea fidedigna de cómo era vivir en ellas. Sorprende ver que son más grandes y acogedoras de lo que se puede pensar (tienen comedor, habitaciones, cocina). El encargado de su restauración fue Julián Martínez, que tuvo la idea con Amparo.
Además de por las cuevas y por la historia de la explotación, la mina es conocida internacionalmente por los fósiles de rana que se encontraron en ella. Con más de 10 millones de años y en un estado de buena conversación excelente, están expuestas en museos de paleontología de todo el mundo.
Cristal bajo el suelo
Sí, Teruel tiene muchas maravillas escondidas en las entrañas de la tierra. Y una de ellas es el Monumento Natural de las Grutas de Cristal, situado a pocos kilómetros de Molinos, un pueblo perteneciente a la comarca del Maestrazgo. Resulta interesante tanto para comprender cómo puede evolucionar la geología como para deleitarse con el espectáculo visual que suponen.
El espacio se divide en la Sala de los Cristales y la Sala Marina. La boca de entrada a la cueva está a 970 metros sobre el nivel del mar y tiene un desnivel de 24 metros. Según la información que se ofrece desde su web oficial: “La cueva se creó sobre arenas, margas y calizas del cretácico superior (100m.a. – 72m.a.) y sobre conglomerados, areniscas y arcillas del oligoceno-mioceno (40m.a.- 23m.a.)”.
Dentro de ellas se pueden ver estalactitas y estalagmitas que forman agrupaciones similares a cascadas o cortinas. La cueva se descubrió en 1961 y con ella los restos del primer homínido enterrado de la provincia. Se llama Hombre de Molinos y tiene 25.000 años de antigüedad. Recibe a las visitas en el museo del pueblo, aunque es probable que no se levante a saludar.
Carmen López