Ventajas y desventajas de vivir en la ciudad

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30.07.2020

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Campo versus ciudad

Cuando evocamos un lugar edénico, un ambiente bucólico o un locus amoenus, lo habitual es que este se parezca a un jardín, un bosque, un lago, o cualquier otro enclave natural, rural, campestre. Pocas personas, por no decir ninguna, pensarán en una ciudad, en una calle, en un rascacielos.

Esto sucede porque, evolutivamente, nuestros cerebros han sido forjados para apreciar más el campo que la ciudad. Sin embargo, no todo lo que aflora de nuestro pasado evolutivo ni todo lo que resulta antinatural es necesariamente peor, aunque a primera vista lo parezca.

Por ejemplo, la lectura es un proceso antinatural (no así el habla) porque no hemos sido diseñados para pasar muchas horas mirando fijamente un pedazo de pulpa de árbol prensado y manchado de tinta (por ello los problemas de visión son mayores con la implementación de la lectura, pero también se obtienen otros beneficios a nivel cultural).

Algo similar ocurre con las ciudades. Instintivamente, no nos parecen tan bonitas, agradables, sanas o arcádicas. Sin embargo, por contraprestación, ofrecen otras ventajas; sin contar que no todas las ciudades son iguales, y que podemos aspirar a diseñarlas de forma que conecten mejor con nuestros instintos.

El año en el que hubo más urbanitas

Campo versus ciudad

A pesar de que el campo nos parece más idílico, algo tienen las ciudades que ha ido atrayendo a cada vez más personas en todo el mundo. En el año 2008, de hecho, se produjo por primera vez en la historia el hito de que la mayoría de los humanos ya vivía en ciudades.

Las ventajas de vivir en una ciudad no solo son las evidentes, esto es, mayores ofertas laborales, sueldos más altos o mayor posibilidad de establecer contactos con otras personas. Debido a la economía de escala, las ciudades, de promedio, imprimen una huella ecológica per cápita menor. Es decir, que si bien las ciudades contaminan más que el campo, lo hacen sencillamente en términos absolutos, porque allí vive más gente. Pero en términos relativos, vivir en el campo resulta mucho más contaminante que hacerlo en una ciudad.

La única forma en la que vivir en el campo sería menos contaminante a nivel individual que hacerlo en la ciudad es si las personas se plegaran a vivir como campesinos del siglo XV, como mínimo. Sin calefacción, sin medicina moderna, y un largo etcétera de comodidades que han permitido que superemos los cuarenta años de esperanza de vida media.

Las ciudades también presentan tasas de homicidios más bajas a nivel porcentual que los entornos rurales. No en vano, las ciudades fomentaron la privacidad (solo en grupos grandes uno puede aspirar a tener privacidad), los dioses morales (cuando eres cazador-recolector no es tan importante cumplir normas morales de convivencia) y el castigo aplicado por terceros (Estados, tribunales, policía y otras instituciones castigan las transgresiones de forma más objetiva y ecuánime, evitando el ojo por ojo y el diente por diente), como ha sugerido Ara Norenzayan, de la Universidad de Columbia Británica.

Vivir rodeados de gente, personas muy diferentes a nosotros, a veces incluso procedentes de otras culturas, propicia que nuestros cerebros tiendan a ser cada vez más respetuosos con las diferencias. La diversidad, la heterogeneidad, la mezcla, el mosaico de culturas debilita el tribalismo innato, la fuente de la mayor parte de los conflictos intergrupales pero también intragrupales.

Mejores ciudades, no menos ciudades

Campo versus ciudad
Por asmuSe

Por supuesto, las ciudades también son más estresantes, generan mayores concentraciones de contaminación en el aire, hay también demasiada contaminación acústica y lumínica, y muchas veces no tienen espacios verdes.

No obstante, la solución no está en regresar al campo, sino en diseñar mejores ciudades. Por ello, podemos hallar que normalmente, a mayor densidad demográfica, menores emisiones de CO2.

Sin embargo, hay excepciones: la NASA y la Universidad de Utah analizaron las emisiones a través de satélite para 20 ciudades importantes de todo el mundo y concluyeron, por ejemplo, que zonas urbanas ricas, como Phoenix, producen más emisiones per cápita que una ciudad en desarrollo como Hyderabad, India, que tiene una densidad de población similar.

También es importante que haya espacios verdes en las ciudades (la efectividad de los árboles en zonas urbanas es visible desde el primer año), porque el campo, a diferencia de una ciudad muy urbanita, mejora diversas funciones de nuestro cerebro: un equipo de investigadores de la Universidad de Míchigan sugiere que, después de pasar un tiempo en un entorno rural tranquilo, próximos a la naturaleza, las personas mejoran su grado de atención, su memoria y su cognición.

Según el psicólogo Marc Berman, que dirigió el estudio, la sobrecarga de información que sufrimos en las grandes ciudades funde nuestros plomos. Como abunda en ello Nicholas Carr en su libro Superficiales:

“Los que habían caminado por el parque, según descubrieron los investigadores, demostraron “un rendimiento significativamente mejor” en las pruebas cognitivas, lo que indica un aumento sustancial de su atención. Caminar en la ciudad, por el contrario, no condujo a ninguna mejora en los resultados de la prueba.”

Así pues, puestos en la balanza los pros y los contras de vivir en la ciudad o en el campo, tenemos que combatir los contras de vivir en la ciudad, no los de vivir en el campo.

Somos demasiadas personas en el mundo (y parece que, al menos hasta el año 2050, no vamos a dejar de crecer a gran velocidad): si todos regresáramos al campo, la presión medioambiental que ello supondría sería totalmente insostenible.

Tecnológicamente parece difícil evitar esta tendencia. Sin embargo, rediseñar las ciudades para que ofrezcan también lo mejor del campo resulta mucho más asequible y tecnológicamente viable. Por esa razón, las iniciativas de “ciudades verdes” cada vez gozan de mayor aceptación entre la comunidad científica.

Sergio Parra

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