Tres motivos por los que visitar la isla de Madeira
Escrito por
02.07.2020
|
8min. de lectura
Índice
Si hay un personaje histórico al que la cultura haya cubierto de romanticismo es el de Isabel de Baviera, emperatriz de Austria y reina consorte de Hungría. O, como se la conoce popularmente, Sissi Emperatriz, a la que el imaginario colectivo del siglo XX recuerda con la cara de Romy Schneider, ya que fue quien le dio vida en las famosas películas basadas en su vida dirigidas por Ernst Marischka.
Pero ese universo ideal en el que la situó la ficción poco tiene que ver con el que habitó la auténtica Isabel. Nacida en 1837, a los 15 años conoció al emperador Francisco José I en una visita a la casa de la familia real austriaca, a la que acudió con su madre y con su hermana mayor Elena. Se suponía que era esta quien tenía que emparejarse con Francisco José I pero, según cuenta la historia, él cayó rendido a los pies de Sissi y nadie pudo hacerle cambiar de idea.
Se casaron en 1854 y tuvieron cuatro hijos: Sofía, que murió a los dos años de tifus, Gisela, Rodolfo y María Valeria. Su descendiente varón también murió joven, a los 30 años, en unas extrañas circunstancias junto a su amante la duquesa María Vetsera: nunca quedó claro si se suicidaron o les mataron. El incidente pasó a la posteridad con el nombre del ‘Crimen de Mayerling’.
Circulan muchas leyendas alrededor de la figura de la emperatriz. Se sabe que estaba obsesionada con su físico: llegó a pesar 50 kilos pese a que medía 1,70 cm y se dice que tenía una trenza que cuidaba durante tres horas al día. También se asegura que su matrimonio no fue especialmente bueno –sobre todo por el empeño de su suegra Sofía de Baviera en intervenir en la educación de sus hijos– y que los amoríos extramatrimoniales eran habituales (por ambas partes).
Se comenta que tuvo más poder en los asuntos políticos del que se plasmó en las ficciones que narran su vida (además de los filmes, hay decenas de libros centrados en su figura, incluso infantiles). Pero a la historia le acabaron interesando los detalles de su vida privada y su belleza, que siempre se recuerda como una parte esencial de su personalidad.
Una biografía destinada a convertirse en leyenda no podía tener un final corriente y lo cierto es que su muerte fue de película. Falleció a los 61 años después de que el anarquista italiano Luigi Lucheni le clavase un fino estilete en el corazón mientras paseaba al lado del lago Lemán en Ginebra. El ataque fue tan certero a la vez que tan sutil que la emperatriz no se dio cuenta de que la habían agredido hasta que se subió al barco que las esperaba a ella y a su acompañante. Allí empezó a encontrarse mal sin saber por qué y murió.
¿Qué hacía la emperatriz en la capital de Suiza? entre sus aficiones más recordadas está la de viajar. Isabel de Baviera empezó a moverse por Europa con mucha frecuencia según su vida en palacio se iba deteriorando y se aislaba cada vez más del entorno público. Y, además de por placer, sus diversos y frecuentes problemas de salud la hacían trasladarse a lugares en los que pudiese recibir tratamientos para sus achaques.
Los admiradores de Sissi (que no son pocos) a los que les guste viajar tienen fácil trazarse rutas siguiendo los pasos que la aristócrata dio por el mundo, incluso por España (Elche o Sevilla fueron algunos de sus destinos). O descubriendo las estatuas erigidas en su honor, que se reparten por Viena, Budapest, Corfú, Merano, Ginebra o Madeira.
Esta isla supuso uno de los primeros desplazamientos de la emperatriz, aquejada por una difusa enfermedad cuyos síntomas eran desgana, fiebre o insomnio. Se hospedó en la capital, Funchal y no solo mejoró, sino que también se quedó prendada de la isla. No fue ni será la última, porque la isla ofrece buenos motivos para ello.
Por qué Madeira
Por el bosque de Laurisilva: a quienes les guste “el verde” se quedarán patidifusos con este espacio nombrado Patrimonio Natural de la Humanidad por la UNESCO en 1999. Es un bosque húmedo de clima subtropical que ocupa 15.000 hectáreas de la isla y a día de hoy es el más grande de los de su género.
En él conviven muchas especies de animales endémicas como la paloma de Madeira o el reyezuelo listado (es una zona de conservación y cuidado de aves). En cuanto a su flora, la mayoría de los árboles que lo componen pertenecen a la familia de las Lauráceas, aunque también tiene tilos y arbustos como el palo blanco. Hacer una ruta atravesando sus frondosidades permite explorar una de las reservas naturales más importantes de Europa.
Por las playas
Hay de varios tipos y para todos los gustos: de arena blanca como la de Porto Santo, de arena negra como la de Formosa o las de piedras como la de los Reyes Magos. Los surfistas, unos de los turistas potenciales de la isla, tienen la playa Jardim do Mar marcada en el mapa como destino predilecto.
Además, para quienes quieran bañarse en las aguas del Atlántico pero no se sientan demasiado atraídos por el ajetreo del oleaje, existe la opción de probar las piscinas de lava volcánica de Porto Moniz. El mar entra de forma natural en los espacios moldeados por las rocas y se renueva constantemente. Y sí, hay piscina infantil.
Por las fotos
Será raro que alguien vaya a Madeira de vacaciones y no vuelva con el móvil sin espacio por culpa de las fotografías. O cargado con carretes para revelar si aún se mantiene fiel a lo analógico, ya que la isla está plagada de miradores que ofrecen atardeceres incandescentes o elevan al visitante muy por encima del mar.
Solo en la localidad de Câmara de Lobos, cercana a Funchal, ya hay cuatro: el Miradouro de Winston Churchill (otro visitante ilustre), el Miradouro do Rancho, el Pico da Torre y el Miradouro do Salão Ideal.
El Pico do Arieiro, 1.817 metros de altura, es otro de los puntos de interés para los amantes de las panorámicas, así como Eira do Serrado que, aunque está un poco más cerca del nivel del mar (a 1.094 metros) también ofrece unas impresionantes vistas.
Pero no todas las imágenes tienen que ser de los paisajes naturales (que también). Las barcas de colores del puerto de Câmara de Lobos, conocidas como Xavelhas o las casas típicas de Santana también merecen su fotografía. Las segundas reciben el nombre de palhoças y llaman la atención por su techo de paja en forma de triángulo y el rojo y azul de sus puertas y ventanas. Actualmente quedan solo unas cuantas como recuerdo del pasado y como reclamo turístico, pero no por ello dejan de ser interesantes.
Asimismo, en 2018, el proyecto Arte de Puertas Abiertas transformó la rúa de Santa María, situada en la Zona Vieja de Funchal, en una galería al aire libre con obras de artistas locales plasmados en sus puertas. Todo reclamos para la fotografía.
Por el paladar
Madeira es un buen destino para mover el cuerpo: perfecto para los deportes acuáticos y con múltiples opciones para hacer senderismo y trekking de montaña. Afortunadamente, porque la actividad permite quemar todas las calorías de más que se ingieren en la visita a la isla. Y suelen ser bastantes.
El bacalao está muy presente en sus cartas, como no podía ser menos tratándose de Portugal. Destaca el de Câmara de Lobos, que también se conoce como gata. De allí también son típicos la sopa de castañas y el pudim de maracuyá. Pero también es muy habitual el pez espada y, por supuesto, el marisco.
Uno de los productos más emblemáticos es el bolo do caco, un pan circular hecho de harina y boniato que se come con mantequilla de ajo, generalmente como acompañamiento de otros platos o en forma de bocadillo. Otra guarnición tradicional de Madeira es el milho frito, unos ‘cubitos’ hechos con harina de maíz, col rizada, mantequilla y ajo (al ojo tienen pinta de picatostes).
En cuanto a los líquidos, además de bebidas populares como la Nikita –hecha a base de cerveza, helado y trozos de piña– está, por supuesto, el vino. No hay mejor souvenir de Madeira que unas cuantas botellas de su insignia gastronómica.
Carmen López
Conocí la hermosa isla Madeira, y me quedó en el alma, volveré!!