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Todos sentimos que el tiempo apremia, que el tiempo es limitado, que no podemos despilfarrar este preciado bien en fruslerías. Por ejemplo, y a tenor de esta nueva era de pantallas y tuits, cada vez son más jóvenes que leen lo estrictamente necesario o ni siquiera eso, replicando con un (también breve) «tl, dr» (acrónimo en inglés de too long, didn´t read, ‘demasiado largo, no lo leí’). Sencillamente hay mucho que hacer, así que no hay tiempo de leer cosas demasiado largas.
Con todo, es precisamente en la juventud cuando el tiempo parece pasar más lentamente. Y esta aparente morosidad se va esfumando a medida que cumplimos los años. Porque nuestra percepción del tiempo es la que realmente determina lo que tarda en transcurrir un puñado de segundos, y no un reloj, por muy preciso que resulte ser: para quien está siendo torturado o para quien está experimentando un orgasmo, sin duda ese puñado de segundos tendrá una extensión u otra, con independencia de lo que constate un cronómetro.
Nuestra medida del tiempo se basa en las experiencias vividas subjetivamente, y esa es una de las razones que contribuye a que percibamos el transcurrir del tiempo a diferentes ritmos según la edad que tengamos.
Recuerdos del pasado
Nuestra percepción del tiempo se distorsiona con la edad. Eso no significa, en general, que nuestras sensaciones funcionen peor, sino que, al recordar acontecimientos del pasado, determinados periodos de nuestra niñez se nos antojan más largos de lo que fueron en realidad. Eso sucede porque esos actos eran nuevos, prístinos. Todo era mucho más grande, jalonado de detalles, de imprevistos, de hallazgos. Éramos exploradores de una nueva tierra donde todo estaba por descubrir.
Cuando ya conocemos una experiencia, desde tomar un pedazo de tarta de chocolate hasta viajar a Japón, cada vez que la repetimos ésta queda un poco más exangüe en todos los sentidos. Tal y como lo explica Henning Beck en su libro Errar es útil: Cuando equivocarse es acertar:
Dado que el tiempo solo se integra a nuestras experiencias a posteriori, la percepción del tiempo varía a lo largo de la vida. Muchos de los sucesos eran antes totalmente nuevos o se vivían por primera vez. Dicho de otro modo: en el mismo periodo de tiempo ocurrían más cosas dignas del recuerdo, la densidad de vivencias era mayor. Debido a que el cerebro ordena las experiencias en la corteza insular a posteriori y solo genera la sensación de paso del tiempo en retrospectiva, el tiempo se expande.
El ejemplo paradigmático es un beso. El primer beso parece más intenso, más emocionante, y, en consecuencia, psicológicamente dura más tiempo, sobre todo cuando lo recordamos. Las experiencias estiran el tiempo como si fuera un chicle. Así pues, salvo que los besos del futuro no estén asociados a otra experiencia novedosa (una nueva pareja, un adiós para siempre, etc.), ese beso constituirá un hecho cada vez más previsible, monótono, maquinal y hasta burocrático. Es decir, menos memorable. Con menos matices. Como si comparáramos nuestro primer viaje a Japón con el viaje número diez al país asiático.
Otro ejemplo más trágico es un accidente de tráfico. Sin duda, quienes se han visto involucrados de alguna manera en uno de ellos, habrá constatado que todo sucede de forma más lenta, casi agónica.
Para comprobar si en un accidente tiene lugar un procesamiento sensorial más rápido de la realidad por parte del cerebro, se llevó a cabo una investigación en el año 2008 por parte de Chess Stetson y sus colegas del Instituto Tecnológico de California. El experimento consistió en colocar a un grupo de participantes en una atracción tipo montaña rusa de Dallas con una caída en picado de 30 metros de altura. Los participantes, que transportaban un contador digital parpadeante, debían identificar el dígito en pantalla a medio descenso. La investigación demostró que el tiempo no pasa más lento, sino que la distorsión del mismo provocada por el miedo es un truco de la memoria que se produce a posteriori.
La razón de la manipulación
Pero ¿cuál es la razón de que nuestro cerebro comprima o expanda los procesos temporales según la convenga? El manipular la velocidad del tiempo nos hace más vulnerables a los errores, a los recuerdos imprecisos, a exagerar o minimizar hechos, así que parece un tanto paradójico que incurramos en ese error de forma persistente.
En primer lugar, esto ocurre porque el cerebro no es un herramienta óptima para recordar el pasado. Cuando recordamos, inevitablemente modificamos o alteramos el propio pasado. Como si al sacar un libro de la biblioteca, más tarde lo pusiéramos en otro anaquel (habiéndole arrancado unas cuantas páginas, de propina). Eso seguramente responde a un error en el diseño de la circuitería neuronal, o quizá es un sesgo cognitivo que favorece que el pasado dé coherencia al futuro, nos haga protagonistas de nuestra historia, minimice los actos viles que hayamos podido cometer y ensalce los nobles para, en definitiva, considerarnos una buena persona.
Hay otra razón que tiene que ver con la información valiosa para la supervivencia, como sigue Beck:
Las experiencias de aprendizaje importantes como las experiencias vividas con intensidad no se deben colocar en un eje temporal mecánico, porque es así como con el tiempo irán estando menos disponibles y serán inhibidas por experiencias irrelevantes, quizá más recientes, pero que ni de lejos son tan importantes.
El aspecto negativo de todo ello es que acabaremos discutiendo con nuestra pareja sobre quién de los dos ha fregado más los platos en lo que va de año. Habitualmente, otorgaremos más importancia a lo que nosotros hacemos, y olvidaremos lo que hace el otro, así que ambos creerán que friega más los platos. Los dos estarán convencidos de que tienen razón.
Es un pequeño tributo que hay que pagar a nivel psicológico en aras de ser un poco más felices con nosotros mismos. También es un aviso para navegantes a propósito de cómo queremos exprimir nuestra existencia en el mundo: la rutina es un acelerador del tiempo, un triturador de la memoria, y cuanto más aburrida sea la vida, más rápida pasará.
Sergio Parra
Fantástico artículo !
En una ocasión leí que la razón que está detrás de la percepción del tiempo es química. Lo mismo que segregamos adrenalina, segregamos otras sustancias que hacen que el tiempo nos resulte más o menos corto. Decía el artículo que cuando somos más jóvenes segregamos más sustancia y se nos hace más largo todo, y al hacernos mayores, segregamos menos y se nos hace más corto. Decía también que cuando tenemos situaciones límite, como un accidente, pasamos a segregar más y si somos capaces de recordarlo, lo que ha podido suceder en cuestión de segundos, se nos ralentiza y parece que dura más.
un saludo.