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“Mallorca es el paraíso, si puedes resistirlo”, le dijo Gertrude Stein a Robert Graves. Se lo dijo en 1929, poco antes de que el escritor se despidiera de Inglaterra, y de toda una vida. Buscaba un lugar donde volver a comenzar, donde sentir el contacto místico con la naturaleza. Y ese lugar fue Mallorca. En concreto, en Deià, uno de esos bellos pueblos que salpican la Serra de Tramuntana. Allí murió, allí le enterraron y allí perdura su casa, hoy un museo abierto al público.
Robert Graves no fue el único tentado por el paraíso de la costa noroeste de Mallorca. Hay algo en esas coordenadas paisajísticas, declaradas Patrimonio de la Humanidad, que atrae a los talentos artísticos. Tal vez sea el viento que ha bautizado la sierra desde antiguo, o tal vez sea que aquí la naturaleza se siente trascendente.
Aquel invierno en Mallorca
Poco podían imaginar George Sand y su amante Frédéric Chopin, cuando llegaron a Mallorca en noviembre de 1838, que su estancia en la cartuja de Valldemossa acabaría siendo un calvario. La propia escritora trataría de vengarse escribiendo un libro en el que no salían muy bien parados los mallorquines de la época. Sin embargo, Un invierno en Mallorca se convirtió en algo así como un bestseller entre los viajeros románticos cautivados por las poderosas descripciones de paisajes que se podían leer en él.
La cúpula verde de la torre de la cartoixa sigue destacando sobre los tejados del pueblo. Las calles empedradas y las casas de impecable fachada muestran su mejor cara a los turistas, que acuden a visitar la celda donde los dos amantes se alojaron. El claustro y el jardín de cipreses destacan en el recorrido histórico. Al salir, es tradicional comer una coca de patata y un vaso de horchata de almendra en Ca’n Molinas.
Un catálogo de pueblos
Entre extensos campos de naranjos, cítricos y olivos, aparecen a lo largo de la carretera que recorre la serra de Tramuntana, una serie de pueblos que parecen competir entre sí en belleza rural: Ahí está el bohemio Deià, el lugar que escogió Robert Graves y que se convirtió en foco de la cultura más bohemia.
Además de Deià, también hay que hacer un alto en Estellencs –cuyo nombre, según tradición popular, significa ‘valle de estrellas’– con sus calles empedradas, con sus balcones donde aún se tienden a secar las sábanas blancas y con las entradas a las casas decoradas; Fornalutx, con fama –merecidísima– de ser uno de los pueblos más bellos de España; o, más al norte, Pollença, con sus 365 peldaños para subir a lo alto del Calvario. Sin duda, cada viajero podrá escoger su favorito.
El mirador más aristocrático
Si en gran parte la popularidad de Mallorca se debe a George Sand y a Frédéric Chopin, es al archiduque Luis Salvador de Austria a quien hay que reconocerle la verdadera puesta en valor de la Serra de Tramuntana. Probablemente, sin su afición naturalista y su prescripción de la isla entre lo más granado de la sociedad de la época, esta zona de Mallorca sería hoy muy distinta.
El archiduque era un enamorado confeso de la sierra. Tanto que dispuso en la finca de Son Marroig su particular base de operaciones. Allí construyó un precioso mirador sobre el mar, con vistas a Sa Foradada, al que aún se puede acudir para ver el maravilloso espectáculo de los acantilados sobre el Mediterráneo. Lo ideal sería ver allí el atardecer como solía hacer el archiduque, pero el horario de visitas acaba antes del crepúsculo, así que hay que conformarse con la imaginación.
Una carretera llena de curvas
Con toda probabilidad esta carretera es una de las más ‘instagrameables’ de España. Su nombre oficial tiene poco romanticismo, pero la MA-2141 es algo así como un gigantesco Scalextric que se interna en un paisaje cada vez más espectacular. Se trata de un paraíso de los ciclistas y de los automovilistas aficionados a las curvas.
Esta endiablada obra de ingeniería corrió a cargo del ingeniero Antonio Paretti, que en 1932 conectó así una de las zonas más inaccesibles de Mallorca. Para ello no dudó en recurrir a todas las curvas posibles, de derechas o de izquierdas, con peralte, sin, cerradas o hiperbólicas, como la conocida Nus de Sa Corbata (el nudo de Corbata) que traza un giro completo de 360 grados sobre sí misma y que es el mirador más popular de la carretera.
La playa secreta
Si no fuese por el túnel de 800 metros que se abrió y que va desde Sa Calobra hasta la desembocadura del Torrent de Pareis, esta playa sería conocida solo por unos pocos senderistas experimentados. Para llegar a ella habría que realizar una peligrosa excursión de unos cinco kilómetros a través del cañón. Sin embargo, el Torrent de Pareis es hoy una de las excursiones más populares de Mallorca.
La desembocadura del barranco forma una pintoresca playa de cantos rodados de carácter escénico. Para llegar hay dos formas, o mediante una excursión en barco o por carretera hasta Sa Calobra. Ambas opciones son igual de aventureras: si la carretera MA-2141 es un espectáculo de curvas, el mar proporciona una perspectiva majestuosa de la sierra y de la ventana que ha abierto la erosión del barranco. El encuadre es magnífico, como si algún arquitecto divino hubiera querido enmarcar la belleza del Mediterráneo. Las olas llegan a la orilla de grava marcando el paso del tiempo.
José Alejandro Adamuz